miércoles, 30 de diciembre de 2015

REFLEXIONES SOBRE EL MARXISMO (IV(


La razón”, puesta en el centro del proscenio histórico por la Filosofía de las Luces y la nueva metafísica de Hegel no dio respuesta a dos problemas fundamentales que tenía planteados la filosofía: el origen del mundo y la desigualdad social.

La negación de los argumentos de los teólogos, en la primera, deja en pie, no obstante, la existencia de un “creador”, de un “Primer motor” (el “primus motor” de Aristóteles) y el “Ser Supremo” de los jacobinos, que Rosenthal y Iudín, explican de esta manera en su “Diccionario Filosófico”:

“El materialismo mecanicista es una de las fases en el desarrollo de la filosofía materialista. El materialismo mecanicista trata de interpretar todos los fenómenos de la Naturaleza con la ayuda de las leyes de la mecánica y de reducir todos los procesos y fenómenos cualitativamente distintos de la Naturaleza (químicos, biológicos, psíquicos, etc.) a procesos mecánicos. El movimiento no es considerado como un cambio en general, sino como el desplazamiento mecánico de los cuerpos en el espacio, resultado de una acción externa, del choque de un cuerpo con otro.” (…).

“El materialismo mecanicista era en su tiempo (siglos XVII y XVIII) una etapa históricamente necesaria y progresista en el desarrollo de la filosofía materialista. Esta forma del materialismo fue condicionada por el hecho de que por aquel entonces sólo la mecánica y las matemáticas, de entre todas las ciencias, habían alcanzado ya un nivel de desarrollo relativamente alto”.

Por su parte, la nueva metafísica de Hegel partía de “una idea que era, al mismo tiempo la nada” (Dios), para explicar el origen del mundo, apoyándose en el “Evangelio de San Juan” (“Nuevo Testamento”): “En el principio era el verbo y el verbo era Dios” – (1:1-3).

En la Introducción, parágrafo 1º, de su obra, “Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas” (1817), Hegel afirma: “La filosofía carece de una ventaja de la que gozan las otras ciencias. No puede, como ellas, retener por el resto de su existencia los objetos naturales admitidos por su conciencia. Los objetos de la filosofía, es cierto, son como los de la religión. En ambas, el objetivo es la verdad, en el sentido de que Dios y únicamente Dios, es la verdad”.

El segundo problema –la desigualdad social-, es, en “La Filosofía de las Luces”, abordado por J.J. Rousseau en su obra “Discurso sobre los fundamentos de1a desigualdad entre los hombres” (1754).

El autor se pregunta:

 “¿Cómo conocer la fuente de la desigualdad entre los hombres, si antes no se les conoce a ellos? Y ¿Cómo llegará el hombre a contemplarse tal cual lo ha formado la naturaleza, a través de todos los cambios que la sucesión del tiempo y de las cosas ha debido producir en su complexión original, y distinguir entre lo que forma su propia constitución y lo que las circunstancias y su progreso han añadido o cambiado a su estado primitivo? Semejante a la estatua de Glauco, que el tiempo, el mar y las tormentas habían de tal suerte desfigurado que parecía más bien una bestia feroz que un dios, el alma humana, alterada en el seno de la sociedad por mil causas que se renuevan sin cesar, por la adquisición de una multitud de conocimientos y de errores, por las modificaciones efectuadas en la constitución de los cuerpos y por el choque continuo de las pasiones, ha, por decirlo así, cambiado de apariencia hasta tal punto, que es casi incognoscible, encontrándose, en vez del ser activo que obra siempre bajo principios ciertos e invariables, en vez de la celeste y majestuosa sencillez que su autor habíale impreso,el deforme contraste de la pasión que cree razonar y el entendimiento que delira” (Prefacio).

Engels considera en su “Antiduhring” (1878), que Rousseau utiliza en esta obra la dialéctica (el movimiento, el cambio social), pero sin conexión con la filosofía, bajo la influencia, en el siglo XvIII, del “modo metafísico de pensar inglés” que Rosenthal y Iudín describen así:

“El método metafísico fue una fase, históricamente condicionada, en la evolución del pensamiento humano. La desintegración de la Naturaleza en sus partes integrantes, la división de los diversos fenómenos y objetos de la Naturaleza en determinadas clases, fue condición importantísima para los enormes éxitos que las ciencias naturales habían alcanzado durante los siglos XV-XVIII. Pero este modo de estudio dejó el hábito de examinar los objetos y los fenómenos al margen de sus conexiones, al margen del desarrollo y del cambio. “Para el metafísico, las cosas y sus imágenes mentales, es decir, los conceptos, son objetos aislados, inmutables, fijos, dados de una vez para siempre, enfocados uno tras otro e independientemente el uno del otro” (Engels).

En la obra citada, Engels explica el paso siguiente de la filosofía –el materialismo dialéctico-, y el nacimiento de la “Teoría del Socialismo Científico”:

“El socialismo moderno es ante todo, por su contenido, el producto de la percepción de las contraposiciones de clase entre poseedores y desposeídos, asalariados y burgueses, por una parte, y de la anarquía reinante en la producción, por otra. Pero, por su forma teorética, se presenta inicialmente como una ulterior continuación, en apariencia más consecuente, de los principios sentados por los grandes ilustrados franceses del siglo XVIII. Como toda nueva teoría, el socialismo moderno tuvo que enlazar con el material mental que halló ya presente, por más que sus raíces estuvieran en los hechos económicos.

Continúa Engels más adelante:

“Cuando sometemos a la consideración del pensamiento la naturaleza o la historia humana, o nuestra propia actividad espiritual, se nos ofrece por de pronto la estampa de un infinito entrelazamiento de conexiones e interacciones, en el cual nada permanece siendo lo que era, ni como era ni donde era, sino que todo se mueve, se transforma, deviene y perece.
Esta concepción del mundo, primaria e ingenua, pero correcta en cuanto a la cosa, es la de la antigua filosofía griega, y ha sido claramente formulada por vez primera por Heráclito: todo es y no es, pues todo fluye, se encuentra en constante modificación, sumido en constante devenir y perecer. Pero esta concepción, por correctamente que capte el carácter general del cuadro de conjunto de los fenómenos, no basta para explicar las particularidades de que se compone aquel cuadro total, y mientras no podamos hacer esto no podremos tampoco estar en claro sobre el cuadro de conjunto. Para conocer esas particularidades tenemos que arrancarlas de su conexión natural o histórica y estudiar cada una de ellas desde el punto de vista de su constitución, de sus particulares causas y efectos, etc. Esta es por de pronto la tarea de la ciencia de la naturaleza y de la investigación histórica, ramas de la investigación que por muy buenas razones no ocuparon entre los griegos de la era clásica sino un lugar subordinado, puesto que su primera obligación consistía en acarrear y reunir material. Los comienzos de la investigación exacta de la naturaleza han sido desarrollados por los griegos del período alejandrino y más tarde, en la Edad Media, por los árabes; pero una verdadera ciencia de la naturaleza no data propiamente sino de la segunda mitad del siglo XV, y a partir de entonces ha hecho progresos con velocidad siempre creciente. La descomposición de la naturaleza en sus partes particulares, el aislamiento de los diversos procesos y objetos naturales en determinadas clases especiales, la investigación del interior de los cuerpos orgánicos según sus muy diversas conformaciones anatómicas, fue la condición fundamental de los progresos gigantescos que nos han aportado los últimos cuatrocientos años al conocimiento de la naturaleza. Pero todo ello nos ha legado también la costumbre de concebir las cosas y los procesos naturales en su aislamiento, fuera de la gran conexión de conjunto. No en su movimiento, por tanto, sino en su reposo; no como entidades esencialmente cambiantes, sino como subsistencias firmes; no en su vida, sino en su muerte. Y al pasar ese modo de concepción de la ciencia natural a la filosofía, como ocurrió por obra de Bacon y Locke, creó en ella la específica limitación de pensamiento de los últimos siglos, el modo metafísico de pensar”.

“Para el metafísico, las cosas y sus imágenes mentales, los conceptos, son objetos de investigación dados de una vez para siempre, aislados, uno tras otro y sin necesidad de contemplar el otro, firmes, fijos y rígidos. El metafísico piensa según rudas contraposiciones sin mediación: su lenguaje es sí, sí, y no, no, que todo lo que pasa de eso del mal espíritu procede. Para él, toda cosa existe o no existe: una cosa no puede ser al mismo tiempo ella misma y algo diverso. Lo positivo y lo negativo se excluyen lo uno a lo otro de un modo absoluto; la causa y el efecto se encuentran del mismo modo en rígida contraposición. Este modo de pensar nos resulta a primera vista muy plausible porque es el del llamado sano sentido común. Pero el sano sentido común, por apreciable compañero que sea en el doméstico dominio de sus cuatro paredes, experimenta asombrosas aventuras en cuanto que se arriesga por el ancho mundo de la investigación, y el modo metafísieo de pensar, aunque también está justificado y es hasta necesario en esos anchos territorios, de diversa extensión según la naturaleza de la cosa, tropieza sin embargo siempre, antes o después, con una barrera más allá de la cual se hace unilateral, limitado, abstracto, y se pierde en irresolubles contradicciones, porque atendiendo a las cosas pierde su conexión, atendiendo a su ser pierde su devenir y su perecer, atendiendo a su reposo se olvida de su movimiento: porque los árboles no le dejan ver el bosque”.

“Del mismo modo es todo ser orgánico en cada momento el mismo y no lo es; en cada momento está elaborando sustancia tomada de fuera y eliminando otra; en todo momento mueren células de su cuerpo y se forman otras nuevas; tras un tiempo más o menos largo, la materia de ese cuerpo se ha quedado completamente renovada, sustituida por otros átomos de materia, de modo que todo ser organizado es al mismo tiempo el mismo y otro diverso. También descubrimos con un estudio más atento que los dos polos de una contraposición, como positivo y negativo, son tan inseparables el uno del otro como contrapuestos el uno al otro, y que a pesar de toda su contraposición se interpretan el uno al otro; también descubrimos que causa y efecto son representaciones que no tienen validez como tales, sino en la aplicación a cada caso particular, y que se funden en cuanto contemplamos el caso particular en su conexión general con el todo del mundo, y se disuelven en la concepción de la alteración universal, en la cual las causas y los efectos cambian constantemente de lugar, y lo que ahora o aquí es efecto, allí o entonces es causa, y viceversa”. (…)

“La naturaleza es la piedra de toque de la dialéctica, y tenemos que reconocer que la ciencia moderna ha suministrado para esa prueba un material sumamente rico y en constante acumulación, mostrando así que, en última instancia, la naturaleza procede dialéctica y no metafísicamente. Pero como hasta ahora pueden contarse con los dedos los científicos de la naturaleza que han aprendido a pensar dialécticamente, puede explicarse por este conflicto entre los resultados descubiertos y el modo tradicional de pensar la confusión ilimitada que reina hoy día en la ciencia natural, para desesperación de maestros y discípulos, escritores y lectores”.

Sólo, pues, por vía dialéctica, con constante atención a la interacción general del devenir y el perecer, de las modificaciones progresivas o regresivas, puede conseguirse una exacta exposición del cosmos, de su evolución y de la evolución de la humanidad, así como de la imagen de esa evolución en la cabeza del hombre. En este sentido obró desde el primer momento la reciente filosofía alemana. Kant (1724-1804) inauguró su trayectoria (1754) al disgregar el estable sistema solar newtoniano y su eterna duración después del célebre primer empujón en un proceso histórico: en el origen del Sol y de todos los planetas a partir de una masa nebular en rotación. Al mismo tiempo infirió la consecuencia de que con ese origen quedaba simultáneamente dada la futura muerte del sistema solar. Su concepción quedó consolidada medio siglo más tarde matemáticamente por Laplace (1796), y otro medio siglo después el espectroscopio mostró la existencia de tales masas incandescentes de gases en diversos grados de condensación y en todo el espacio cósmico”.

En otra parte, de su exposición general, sigue Engels:

“Hoy sabemos que aquel Reino de la Razón (“Filosofía francesa de las Luces”, del siglo XVIII), no era nada más que el Reino de la Burguesía idealizado, que la justicia eterna encontró su realización en los tribunales de la burguesía, que la igualdad desembocó en la igualdad burguesa ante la ley, que como uno de los derechos del hombre más esenciales se proclamó la propiedad burguesa y que el Estado de la Razón, el contrato social roussoniano, tomó vida, y sólo pudo cobrarla, como república burguesa democrática. Los grandes pensadores del siglo XVIII, exactamente igual que todos sus predecesores, no pudieron rebasar los límites que les había puesto su propia época”.

“Pero junto a la contraposición entre nobleza feudal y burguesía existía la contraposición general entre explotadores y explotados, entre ricos ociosos y pobres trabajadores. Fue precisamente esa circunstancia lo que permitió a los representantes de la burguesía situarse como representantes no de una clase particular, sino de la entera humanidad en sufrimiento. Aún más. Desde su mismo nacimiento la burguesía traía su propia contraposición: no pueden existir capitalistas sin trabajadores asalariados, y en la misma razón según la cual el burgués gremial de la Edad Media dio de sí el burgués moderno, el trabajador gremial y el jornalero sin gremio fueron dando en proletarios. Y aunque a grandes rasgos la burguesía pudo pretender con razón que en la lucha contra la nobleza representaba al mismo tiempo los intereses de las diversas clases trabajadoras de la época, en todo gran movimiento burgués se manifestaron agitaciones independientes de aquella clase que fue la precursora más o menos desarrollada del moderno proletariado. Así ocurrió en la época de las guerras religiosas y campesinas alemanas con la tendencia de Thomas Münzer; en la gran Revolución inglesa con los levellers; en la gran Revolución Francesa con Babeuf. Junto a estas manifestaciones revolucionarias de una clase aún inmadura se produjeron manifestaciones teoréticas; en los siglos XVI y XVII, descripciones utópicas de situaciones sociales ideales; en el siglo XVIII, ya explícitas teorías comunistas (Morelly y Mably). La exigencia de igualdad no se limitó a los derechos políticos, sino que se amplió a la situación social del individuo; no se trataba de suprimir meramente los privilegios de clase, sino también las diferencias de clase. Y así fue la primera forma de manifestación de la nueva doctrina un comunismo ascético que enlazaba con Esparta. A eso siguieron los tres grandes utópicos: Saint Simon, en el cual la tendencia burguesa aún conserva cierto valor junto a la proletaria; Fourier, y Owen, que, en el país de la producción capitalista más desarrollada y bajo la impresión de las contraposiciones por ella producidas, desarrolló sistemáticamente sus propuestas para la eliminación de las diferencias de clase, enlazando directamente con el materialismo francés”.

Engels, Federico: “Antiduhring”, “La Revolución de la Ciencia de Eugenio Duhring” (1878), Introducción.
Archivo:

NOTA: Los subrayados,y textos en cursiva, fechas y aclaraciones entre paréntesis, me pertenecen. RPF.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

REFLEXIONES SOBRE EL MARXISMO (III)


La burguesía francesa derribó los restos del Antiguo Orden Feudal, que defendían los estamentos de la Nobleza y el Clero, los dos pilares de la monarquía absoluta y pretendió con la sanción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, unificar en torno a ella, a todas las capas sociales. Pero este objetivo solo podía ser alcanzado con políticas económicas concretas que sacaran al grueso de la población de la miseria. Es obvio que con programas como los elaborados por la Escuela Fisiocrática, no  podía lograrlo.

Pronto, la pequeña burguesía de intelectuales, inspirados en las concepciones políticas de J.J. Rousseau, se constituyeron en bloque en la Asamblea Nacional Constituyente, encabezados por figuras como el abogado Maximiliano de Robespierre y el médico y científico, Jean-Paul Marat, autodefinidos como “los amigos del pueblo”, con amplia base social en la ciudad de París pero no en la campaña.

La poderosa burguesía comercial girondina, aliada a sectores de la nobleza, logró sancionar una Constitución, en 1791, inspirada en la experiencia británica, de mantener al Rey, como figura representativa de la nación pero trasladando el poder político real a la Asamblea, en la cual tenía la mayoría.

Esta fórmula fue aceptada, bajo presión, por Luis XVI pero rechazada por sus hermanos en el exilio y toda la realeza europea que le declaró la guerra al gobierno revolucionario. El rey intentó huir el 20 de julio de 1991, provocando con ello el fracaso de la fórmula girondina, la radicalización de la Revolución y el fortalecimiento de los jacobinos.
Ni el contexto nacional ni internacional permitían esta radicalización y el gobierno jacobino fue derribado el 27 de de julio de 1794 (9 de Termidor), dando paso a una reacción conservadora que culminó con el ascenso de Napoleón Bonaparte mediante un Golpe de Estado, el 9 de noviembre de 1799 (18 de Brumario), disfrazado de “Consulado Vitalicio” (1802) e “Imperio” (1804)  que estableció una virtual dictadura burguesa (1799-1815), apoyada en la guerra imperial con las monarquías de toda Europa.

La Filosofía de las Luces, para los déspotas ilustrados, había mostrado su verdadero rostro y es en Prusia donde impacta de tal forma que produce un viraje en el pensamiento filosófico alemán.

La Revolución Francesa, había sido recibida con simpatía por la intelectualidad alemana a través de exponentes tan prestigiosos como Kant, Goethe, Schiller, Lessing, Hegel y músicos como Beethoven. Esta situación cambió radicalmente después de la derrota de Prusia en la Batalla de Jena (14 de octubre de 1806) y la ocupación del territorio, durante un año, por el ejército de Napoleón que consumió todas las reservas de trigo provocando una hambruna en el Reino.

Los filósofos alemanes reaccionaron de inmediato. Johann G. Fichte, pronunció, entre diciembre de 1807 y marzo de 1808, 14 Discursos a la Nación Alemana, denunciando lo que había detrás de la Filosofía de las Luces, que Prusia había adoptado, en la segunda mitad del siglo XVIII como guía espiritual y hace un enérgico llamado a volver a las raíces de la cultura alemana.

En su primer discurso, Fichte expresa que sus dichos son la continuación de las lecciones ofrecidas hace tres años y que fueron tituladas “Características de la época actual”. “En aquellas lecciones hice ver que nuestra época tiene lugar en la tercera de las tres edades principales de la historia del mundo  que ha hecho del mero interés material el móvil de todas sus emociones e impulsos vitales, que se entiende y concibe a sí misma de manera perfecta solo dentro del mencionado móvil y que, al comprender su ser de esta manera clara se manifiesta en su esencia vital y se asegura de modo inamovible”.

Después de afirmar que Prusia ha perdido su autonomía por la acción de “fuerzas extranjeras” dijo: “Esta situación actual ha aniquilado y arrebatado los vínculos de unidad y ya nunca podrán volver otra vez y es   el rasgo común de la “germanidad”  el que podrá liberarnos de la ruina de nuestra nación en la confluencia con el extranjero y ganar de nuevo una individualidad sustentada en sí misma e incapacidad del todo para cualquier dependencia”.
(xa.yimg.com/.../Fichte.+Discursos+a+la+nación+alemana+(selección).pdf).

Kant había fallecido en 1804. Fichte, Schelling y Hegel, se dedican a la tarea de rescatar la perdida “germanidad”. Fichte será el primer rector de la Universidad de Berlín, fundada en 1810, por el Emperador Federico-Guillermo III, a iniciativa de su ministro, el filósofo Guillermo de Humboldt; Schelling se remontará a los lejanos mitos del medioevo germano y Georg W. F. Hegel (1770-1831), buscará en la evolución, no caótica sino “racional” del “espíritu”, el lugar de la civilización alemana en la Historia.

En lo que fue la mayor construcción teórica de una nueva metafísica, Hegel comenzó con la publicación, en 1807, de su “Fenomenología del Espíritu”; le siguió “Ciencia de la Lógica” (1812-1816), la “Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas” (1817) y a partir de 1820, ya Rector de la Universidad de Berlín publica, en 1821 , “Filosofía del Derecho” y sus clases y conferencias sobre Historia, Arte y Religión, recogidas por sus alumnos, son publicadas después de su muerte, en 1831, con el nombre de “Lecciones”.  

Para Hegel, el desarrollo del espíritu es “dialéctico”. El espíritu divino, anidado en los hombres en las comienzos de la humanidad es conciencia difusa que solo percibe lo inmediato, el cuerpo y el medio natural que lo rodea. En una segunda etapa, el Hombre descubre las posibilidades de su propia conciencia que será, ahora, autoconciencia. El atributo fundamental de ésta es la razón que progresivamente –en el devenir-, se va apropiando del mundo hasta alcanzar el saber absoluto.

En sus “Lecciones sobre Filosofía de la Historia”, “La Historia es la historia del hombre y el hombre es racional. Él busca la libertad de modo confuso pero la quiere por encima de todo”. Esta búsqueda, según Hegel pasa por cuatro etapas: : la infancia es el Oriente y el despotismo oriental; la juventud, el mundo griego; la edad adulta, el Imperio Romano; el Imperio Germánico Cristiano, es la vejez, cargada de sabiduría, y la madurez perfecta.

La “Fenomenología del Espíritu” es el núcleo de la filosofía de Hegel. En el prólogo, expresa:

“No es difícil darse cuenta, por lo demás, de que vivimos en tiempos de gestación y de transición hacía una nueva época. El espíritu ha roto con el mundo anterior de su ser allí y de su representación y se dispone a hundir eso en el pasado, entregándose a la tarea de su propia transformación. El espíritu, ciertamente, no permanece nunca quieto, sino que se halla siempre en movimiento incesantemente progresivo. Pero, así como en el niño, tras un largo periodo de silenciosa nutrición, el primer aliento rompe bruscamente la gradualidad del proceso puramente acumulativo en un salto cualitativo, y el niño nace, así también el espíritu que se forma va madurando lenta y silenciosamente hacía la nueva figura, va desprendiéndose de una partícula tras otra de la estructura de su mundo anterior y los estremecimientos de este mundo se anuncian solamente por medio de síntomas aislados; la frivolidad y el tedio que se apoderan de lo existente y el vago presentimiento de lo desconocido son los signos premonitorios de que algo otro se avecina. Estos paulatinos desprendimientos, que no alteran la fisonomía del todo, se ven bruscamente interrumpidos por la aurora que de pronto ilumina como un rayo la imagen del mundo nuevo”.
(…)
“… el individuo es la forma absoluta, es decir, la certeza inmediata de sí mismo; y, si se prefiere esta expresión, es de este modo ser ncondicionado. Si el punto de vista de la conciencia, el saber de cosas objetivas por oposición a sí misma y de sí misma por oposición a ellas, vale para la ciencia como lo otro -y aquello en que se sabe cercana a sí misma más bien como la pérdida del espíritu-, el elemento de la ciencia es para la conciencia, por el contrario, el lejano más allá en que ésta ya no se posee a sí misma. Cada una de estas dos partes parece ser para la otra lo inverso a la verdad. El que la conciencia natural se confíe de un modo inmediato a la ciencia es un nuevo intento que hace, impulsada no se sabe por qué, de andar de cabeza; la coacción que sobre ella se ejerce para que adopte esta posición anormal y se mueva en ella es una violencia que se le quiere imponer y que parece tan sin base como innecesaria. Sea en sí misma lo que quiera, la ciencia se presenta en sus relaciones con la autoconciencia inmediata como lo inverso a ésta, o bien, teniendo la autoconciencia en la certeza de sí misma el principio de su realidad, la ciencia, cuando dicho principio para sí se halla fuera de ella, es la forma de la irrealidad. Así, pues, la ciencia tiene que encargarse de unificar ese elemento con ella misma o tiene más bien que hacer ver que le pertenece y de qué modo le pertenece. Carente de tal realidad, la ciencia es solamente el contenido, como el en sí, el fin que no es todavía, de momento, más que algo interno; no es en cuanto espíritu, sino solamente en cuanto sustancia espiritual. Este en sí tiene que exteriorizarse y convertirse en para sí mismo, lo que quiere decir, pura y simplemente, que él mismo tiene que poner la autoconciencia como una con él”.

Este devenir de la ciencia en general o del saber es lo que expone esta Fenomenología del espíritu. El saber en su comienzo, o el espíritu inmediato, es lo carente de espíritu, la conciencia sensible. Para convertirse en auténtico saber o engendrar el elemento de la ciencia, que es su mismo concepto puro, tiene que seguir un largo y trabajoso camino. Este devenir, como habrá de revelarse en su contenido y en las figuras que en él se manifiestan, no será lo que a primera vista suele considerarse como una introducción de la conciencia acientífica a la ciencia, y será también algo distinto de la fundamentación de la ciencia –y nada tendrá que ver, desde luego, con el entusiasmo que arranca inmediatamente del saber absoluto como un pistoletazo y se desembaraza de los otros puntos de vista, sin más que declarar que no quiere saber nada de ellos”.



martes, 8 de diciembre de 2015

REFLEXIONES SOBRE EL MARXISMO (II)



La Filosofía de las Luces o “Iluminismo”, ascendió en paralelo con la consolidación de la burguesía comercial francesa, que no había alcanzado, todavía el grado de “burguesía industrial manufacturera” como en Inglaterra.

La importancia de esta filosofía promotora de las ciencias Naturales y  las técnicas, llamó la atención de monarcas europeos, como Federico II de Prusia, Catalina II de Rusia, José II de Austria, Carlos III de España y José I de Portugal. La Masonería, sociedad secreta de intelectuales y empresarios, difusores del Iluminismo, proveyó a estos monarcas absolutos de ministros dispuestos a modernizar las economías de estos Reinos. Figuras como Voltaire y Diderot, tuvieron gran influencia en Prusia y en Rusia, llegando la lengua francesa a constituirse en la segunda, en esas Cortes.

En Francia, la Filosofía de las Luces fue más lejos. Elaboró las teorías burguesas del Estado, la Educación y la Economía, creando el aparato ideológico para el asalto del poder político en el momento oportuno, lo que ocurrió el 5 de mayo de  1789, cuando los Estados Generales (los tres estamentos sociales: Nobleza,Clero y Tercer Estado), convocados el año anterior por el Rey Luis XVI,  que estaba muy endeudado, solicitándole a los tres estamentos –Nobles, Clero y Burgueses-, la asistencia financiera,  negándose los burgueses a sostener financieramente al monarca y luego, el 17 de junio, reunidos los burgueses en un Frontón para la práctica de la pelota de mano, se transformaron en Asamblea Nacional hasta su conversión en Asamblea Nacional Constituuyente, el 9 de julio, en Versalles, con la incorporación de la Nobleza y el Clero.

En 1762, el ginebrino Juan Jacobo Rousseau, publicó “El Contrato Social”. En el Capítulo I, expresa: “El hombre ha nacido libre, y sin embargo, vive en todas partes entre cadenas. El mismo que se considera amo, no deja por eso de ser menos esclavo que los demás. ¿Cómo se ha operado esta transformación?  Lo ignoro. ¿Qué puede imprimirle el sello de legitimidad?”
“Creo poder resolver esta cuestión”.
“Si no atendiese más que a la fuerza y a los efectos que de ella se derivan, diría: «En tanto que un pueblo está obligado a obedecer y obedece, hace bien; tan pronto como puede sacudir el yugo, y lo sacude, obra mejor aún, pues recobrando su libertad con el mismo derecho con que le fue arrebatada, prueba que fue creado para disfrutar de ella. De lo contrario, no fue jamás digno de arrebatársela." Pero el orden social constituye un derecho sagrado que sirve de base a todos los demás. Sin embargo, este derecho no es un derecho natural: está fundado sobre convenciones. Trátase de saber cuáles son esas convenciones; pero antes de llegar a ese punto, debo fijar o determinar lo que acabo de afirmar”.


Dos años después, también en Ginebra, Voltaire publica “El Diccionario Filosófico”.
En el prólogo, Voltaire realiza una defensa encendida de la Enciclopedia que en su país ha encontrado el rechazo de los jesuitas y jansenitas (Movimiento católico antijesuita y galicano), mientras en otros países sus orientaciones fundamentales han sido adoptadas.

La obra es la reunión de extensos artículos –algunos escritos para la Enciclopedia-, con una finalidad pedagógica y propagandística de las ideas de la nueva filosofía,  que suman 350 páginas pero su centro es un cuestionamiento de las religiones. Un ejemplo, es el peffil que traza de  Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús” (1534). Es un artículo extenso, del cual he seleccionado un fragmento, ilustrativo de la posición ideológica y del estilo de Voltaire:

“¿Podéis decirme en conciencia si hubo jamás en el mundo otro hombre más digno de ser encerrado en un manicomio que san Ignacio,  o sea Íñigo el de Vizcaya, que era su verdadero nombre de pila? Le trastorna el juicio la lectura de la Leyenda Aurea, igual que más tarde trastornan a Don Quijote los libros de caballería. El bueno de Íñigo empieza por ser el caballero de la Virgen y vela sus armas en honor de su dama. Se le aparece la Santa Virgen y le acepta sus servicios, luego se le aparece otras veces llevando consigo a su Hijo”.

“Lucifer, que está en acecho y prevé todo el mal que los jesuitas le causarán un día, arma un zafarrancho mayúsculo dentro de la casa, rompiendo todos los cristales. Pero el paladín de la Virgen lo expulsa haciéndole el signo de la cruz; Lucifer huye a través de las paredes dejando en ellas una gran abertura, que cincuenta años después del hecho se enseña a los curiosos”.

“Su familia, al ver el trastorno de sus facultades mentales, piensa en encerrarle y ponerle a dieta, pero él hace fú a su familia igual que al diablo y huye de ella sin saber a dónde”.

“Encuentra a un moro y discute sobre la Inmaculada Concepción; el moro, que comprende su estado, le deja lo más pronto que puede. Íñigo no sabe qué hacer, si matar al moro o rezar a Dios por él; deja que decida esta cuestión su caballo, más cuerdo que él, y toma el camino de la cuadra”.

“Ignacio, después de esta aventura, resuelve ir en peregrinación a Belén, mendigando. Su locura aumenta en el camino, los dominicos del convento de Manresa se apiadan de él y lo retienen varios días, hasta que le dejan viendo que no conseguían curarle. Embarca en Barcelona y arriba a Venecia, de donde le expulsan; vuelve a Barcelona, siempre
mendigando, siempre teniendo éxtasis y viendo  con frecuencia a la Santa Virgen y a Jesucristo”.

“Al fin le hacen comprender que, para ir a Tierra Santa a convertir turcos, cristianos de la Iglesia griega, armenios y judíos, necesitaba estudiar algo de teología. Ignacio no deseaba otra cosa, mas para ser teólogo es indispensable saber gramática y conocer latín, pero esto
no le arredra. Va a la escuela a la edad de treinta y tres años a estudiar esas materias y allí se burlan de él y no aprende nada”.

“Desesperado de no poder ir a convertir infieles, le tiene lástima el diablo, se le aparece y jura bajo la fe de cristiano que si accede a entregarse a él lo convertirá en el hombre más sabio de la Iglesia de Dios. Ignacio no tiene inconveniente en someterse a la disciplina de
semejante maestro y vuelve a asistir a clase, donde le dan de latigazos algunas veces, pero no por eso llega a ser más sabio”.

Em el campo de la educación, la personalidad más destacada fue Nicolás Condorcet (1743-1794), un intelectual de vasta cultura: matemático, economista, historiador, filósofo, pedagogo. Militó en el Partido Girondino, liberal, expresión de la burguesía comercial del Departamento de La Gironda.

Durante la Revolución, integró las Asambleas Nacional y Constituyente y presentó el proyecto de Reforma Educativa de su partido, basado en los conceptos siguientes:

EDUCACIÓN
**La educación es un deber de la nación con respecto a si misma, es una manera de que ella se aplique a si misma voluntad y su poder soberano.

**Las finalidades de la educación reflejan su fe en el porvenir de una democracia capaz de asegurar la felicidad y el desarrollo de todos los individuos, así como el progreso indefinido del espíritu humano

**OBJETIVOS:

“Ofrecer a cada individuo la facilidad de desarrollar sus facultades naturales, de atender sus necesidades y de asegurar su bienestar, de conocer y de ejercer sus derechos, de comprender y cumplir sus deberes y de perfeccionar su capacidad productiva”.
“Establecer entre los ciudadanos una igualdad de hecho y dar realidad a la igualdad política reconocida por la ley”.
“Procurar por todos los medios, ilustrar a todos los ciudadanos que no han podido recibir una instrucción completa o que no la han aprovechado lo suficiente; se debe ofrecerles la facultad de adquirir a cualquier edad, los conocimientos que puedan serles útiles”.
**La educación es un instrumento idóneo para contribuir a la realización del progreso indefinido.

**Concibe una instrucción compartida por hombres y mujeres.

**PRINCIPIOS:

Pública
Democrática
Universal
Gratuita
Laica
Igualitaria
Liberadora.

DOCENCIA
Funciones del maestro:

a) Enseñar a leer y escribir a los niños.

b) Participar activamente en la organización de festividades cívicas.

c) Leer a los habitantes adultos el almanaque patriótico y el catecismo cívico para enriquecer el espíritu y el corazón.

d) Fortalecer la cohesión de la nación, única e indivisible.

e) Utilizar libros elementales.

f) Enseñar por medio de la razón y la experimentación

g) No basarse en creencias, religiones ni inculcar "culto jurídico o institucional".

h) Fomentar la imaginación infantil sin apoderarse de ella.

i) No presentar actitud discriminatoria e injuriosa contra el niño.

j) Perfeccionar sus métodos de enseñanza.

**La contratación de maestros será con base a los criterios de preparación según la materia que enseñen”.

Un médico cirujano de la Corte de Luis XV, François Quesnay, de vasta cultura, fue el fundador de la primera escuela de economistas, la Escuela Fisiocrática que integraron, entre otros, Jacques Turgot, Vicent Gournay y Pierre Pont de Nemours.

A mediados del siglo XVIII, el capitalismo comercial había penetrado en el campo invirtiendo, principalmente, en la producción de granos y el volumen alcanzado exigía un mercado nacional libre de obstáculos administrativos y fiscales. La política económica exigía derribar todas las barreras que interponía la estructura feudal subsistente.
En 1758, Quesnay publico el “Tableau Economique” que es el marco teórico de la Fisiocracia. Para el autor, solo la tierra es la productora de riqueza, explicando el funcionamiento de la economía de esta manera:

Los gastos de producción se emplean en la agricultura, prados, pastos, bosques, minas, pesca, etc., para perpetuar la riqueza en forma de granos, bebidas, madera, ganado, materias primas para la artesanía, etc.”

Los gastos estériles están hechos a productos de artesanía, vivienda, ropa, intereses sobre el dinero, los funcionarios, los gastos comerciales, materias primas extranjeras, etc.”

“La venta del producto neto que el cultivador ha producido durante el año anterior, por medio de los avances anuales de 600 libras empleados en la agricultura por el granjero, proporciona al propietario una renta de 600 libras”.

“Los anticipos anuales de 300 libras en gastos estériles se emplean para el capital y los gastos de comercio, para la compra de materias primas para la artesanía, y para la subsistencia y otras necesidades del artesano hasta que ha terminado y vendido su producto”.

Gournay proclamó y difundió la famosa consigna del liberalismo: “Laissez faire, lessez passer” (“Dejad hacer, dejad pasar”), pero fue Turgot (1727-1781) el más destacado exponente de la Escuela Fisiocrática. Llegó a ser Ministro de Marina primero y luego Inspector General de Finanzas, de Luis XVI, en un momento (1774), cuando la situación era desesperada y la mala cosecha, amenazaba con una hambruna a la población. Su política fue la de una drástica reducción de los gastos del Estado, sin subir los impuestos y se opuso, infructuosamente, a la participación francesa en apoyo a los independentistas de las  Colonias Británicas en América del Norte.

Intentó una reforma tributaria que consistía en sustituir los impuestos indirectos por el impuesto inmobiliario, pero también fracasó. No tuvo éxito tampoco su decreto de libre comercio, por el peso que tenía la nobleza en la Corte. No obstante, el mayor enemigo de su gestión fue la mala cosecha de granos de 1774 que provocó el acaparamiento y la elevación de los precios, estallando disturbios en distintas zonas de Francia. La represión fue violenta y, de acuerdo a su plan, propuso, en 1776, la eliminación de la “Corvea real” (Obligación de trabajar gratuitamente en las tierras de los nobles) y la supresión de todos los privilegios de la nobleza y el clero.  Su posición en el gobierno se hizo insostenible y el rey lo relevó en mayo de 1776, falleciendo cinco años después.

lunes, 7 de diciembre de 2015

REFLEXIONES SOBRE EL MARXISMO (I)


Que el Sistema Económico y social Capitalista es injusto, nadie lo niega. La diferencia de las opiniones dominantes es que se trata del mejor sistema posible de los conocidos históricamente, opinión generalizada después del derrumbe de la Unión Soviética en 1991.

El capitalismo es injusto porque su ley de desarrollo es la ganancia del propietario privado de los medios de producción y de cambio, lo que presupone la explotación del trabajo asalariado, la imperiosa necesidad de un ejército de desocupados como colchón regulador de los salarios, la desigualdad distribución de la riqueza creada por la desigual relación entre capital y trabajo que genera ciclos de auge, recesión o depresión, que paga la clase trabajadora y la progresiva exclusión social de continentes enteros por la brecha creada por la Revolución Científico-Técnica de los países más desarrollados.

La explotación de una clase social sobre las otras, existió desde las primeras civilizaciones. Lo que cambió, históricamente, fue su forma: Primero el esclavismo, luego la servidumbre y finalmente, el capitalismo y el orden burgués. Digamos, también, que en todos estos sistemas hubo revoluciones que concluyeron aplastadas. Las religiones politeístas fueron la sombrilla ideológica de la clase dominante; el monoteísmo, con un Dios invisible, y por lo tanto carente de imágenes,  creador de la tierra y el cielo, la ideología de las grandes masas explotadas pero esta religión fue primeramente perseguida en guerras sangrientas y luego coptada por la clase dominante, que la convirtió en un instrumento de su poder.

Los filósofos o “amigos del saber” que vinieron después y pertenecientes a la clase dominante, no se ocuparon de los esclavos e incluso los pusieron a su servicio.
La especulación subjetiva de la filosofía metafísica, con la razón del pensador como guía,  al margen de la experiencia social que tenía ante sus ojos y que le señalaba otro camino a la reflexión, elevó la ideología a un nivel más sofisticado, pero el desarrollo del comercio transoceánico y las necesidades de la vida urbana, elevaron el ingenio de la población para crear nuevos productos para el intercambio y el consumo, y para ello comenzó una laborr de intensa observación de la naturaleza, sus recursos y eventual transformación, acompañada de la experiencia.

“La transformación de los objetos, en el curso de la actividad humana, es la definición principal del propio hombre, expresión de su esencia y fundamento del mundo humano”, afirma el filósofo soviético, V. Stiopin.  “Por ello, las categorías que registran las características más generales, atributivas, de los objetos, que son incluidos en la actividad humana, intervienen como estructuras básicas de la conciencia humana” (…) “Al transformar, en el proceso de la práctica, objetos naturales y sociales, el hombre se modifica también a sí mismo como sujeto de la actividad….Al ampliar el círculo de los objetos de su actividad y objetivar en ellos a sí mismo, el hombre reestructura el sistema de sus relaciones  y las formas de comunicación. Sobre esta base se desarrolla su autoconciencia,  la interrelación de sus relaciones hacia los demás y de su propio mundo espiritual” (Revista Ciencias Sociales, Nº2, p.74. Moscú, 1987).

Quedaba abierto así, frente a la especulación de la intelectualidad dominante y la pasividad mental de las grandes masas campesinas, el camino a la investigación científica, auxiliada de nuevos instrumentos técnicos que permitieron la elaboración de nuevas teorías sobre la conformación física del universo y de la Tierra. Estas dos divisiones del mundo ya era notoria en el siglo XV y se afirmó en la centuria siguiente con la Física Galfdileana y Newtoniana. La filosofía no pudo ignorar este proceso y la primera grieta de toda la historia anterior la estableció René Descartes (1596-1650) con el “Discurso del método para conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias”, en 1637.

En la sexta parte de esta obra (“Por qué he decidido escribir”), expresa: “Pero tan pronto como había adquirido algunas nociones generales relativas a la física, y, a partir de probarlas en diferentes dificultades particulares, me di cuenta hasta donde pueden llevarnos y cómo difieren de los principios en los que me había servido hasta ahora, pensé que podía mantenerlos ocultos sin pecar en gran manera contra la ley que nos obliga a nosotros a ir lo más lejos en el bien común de todos los hombres, ya que me hicieron ver que es posible llegar al conocimiento que es útil para la vida; y en vez de la filosofía especulativa que se enseña en las escuelas, podemos encontrar una práctica por la cual, conociendo la fuerza y ​​la acción del fuego, el agua, el aire, las estrellas, la cielos y todos los demás cuerpos que nos rodean, tan distintamente como conocemos los diversos oficios de nuestros artesanos, se podrían utilizar de la misma manera a todos los usos a los que están disponibles, y así hacernos como dueños y poseedores de la Naturaleza. Esto no sólo es deseable para la invención de una infinidad de dispositivos y disfrutar  sin ningún problema los frutos de la tierra y todos los servicios, pero sobre todo también para la preservación de la salud, que es probablemente la primera necesidad y el fundamento de todos los demás bienes de esta vida; incluso la mente depende de este fuerte temperamento y la disposición de los órganos del cuerpo, como si fuera posible encontrar algunos medios que habitualmente hacen a los hombres más sabios y más capaces de lo que han sido hasta ahora. Y creo que es en la medicina que hay que buscarlo” (https://francescllorens.wordpress.com/2007/10/15/descartes-discurso-del-metodo-partes-5-y-6/).[i]

El sendero abierto por Descartes fue ampliado por los “Filósofos de las Luces” que proclamaron el “triunfo de la razón”. En 1751, apareció el primer volumen de la “La Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios” (“L'Encyclopédie o Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers”), bajo la dirección del filósofo Denis Diderot (1713-1784). Su “Discurso preliminar” fue escrito por el matemático y filósofo,  Jean d'Alembert (1717-1783) donde expresa la finalidad de la obra y su orientación filosófica: “La obra que iniciamos (y que deseamos concluir) tiene dos propósitos: como Enciclopedia, debe exponer en lo posible el orden y la correlación de los conocimientos humanos; como Diccionario razonado de las ciencias, de las artes y de los oficios, debe contener sobre cada ciencia y sobre cada arte, ya sea liberal, ya mecánica, los principios generales en que se basa y los detalles más esenciales que constituyen el cuerpo y la sustancia de la misma. Estos dos puntos de vista, de Enciclopedia y de Diccionario razonado, determinarán, pues, el plan y la división de nuestro Discurso preliminar. Vamos a considerarlos, a seguirlos uno tras otro, y dar cuenta de los medios por los cuales hemos tratado de cumplir este doble objeto”.

Expone a continuación todo el plan y en la Parte Cuarta, se refiere al aporte de algunos filósofos anteriores y escribe: “Los límites de este Discurso preliminar nos impiden hablar de varios filósofos ilustres que, sin proponerse campos tan amplios como los que acabamos de mencionar, no han dejado de contribuir mucho con sus trabajos al adelanto de las ciencias y, por decirlo así, han levantado una punta del velo que nos ocultaba la verdad. Entre éstos figuran: Galileo, a cuyos descubrimientos astronómicos tanto debe la geografía, así como la mecánica por su teoría de la aceleración; Harvey, al que hará inmortal el descubrimiento de la circulación de la sangre; Huyghens, al que ya hemos nombrado, y que, por sus obras llenas de fuerza y de talento, tanto bien ha merecido de la geografía y de la física; Pascal, autor de un tratado sobre la cicloide, que debe ser considerado como un prodigio de sagacidad y de penetración, y de un tratado del equilibrio de los líquidos y del peso del aire que nos ha abierto una ciencia nueva: genio universal y sublime cuyos talentos nunca echaría bastante en falta la filosofía si no hubiera servido a la religión; Malebranche, que tan bien ha señalado los errores de los sentidos y que ha conocido los de la imaginación como si la suya no le hubiera engañado muchas veces; Boyle, el padre de la física experimental; otros varios, en fin, entre los cuales deben ocupar lugar distinguido los Vesalio, los Sydenham, los Boerhaave, y numerosos anatómicos y físicos célebres” (…). Menciona también a Bacon, a Leibniz y, obviamente, a Descartes de cuya obra comenta: “Por otra parte, sin otra preocupación que la de ser útil, quizá abarcó demasiadas materias para que sus contemporáneos se dejasen instruir a la vez sobre tantos objetos. No se les permite a los genios el saber tanto; se quiere aprender algo de ellos sobre un tema determinado, pero no verse obligados a reformar todas las ideas con arreglo a las suyas. Por eso, en parte, las obras de Descartes sufrieron en Francia, después de su muerte, más persecuciones que las que el autor había sufrido en Holanda durante su vida; y sólo al cabo de muchos trabajos se atrevieron las escuelas a admitir una física que se suponía contraria a la ley de Moisés. (…)

Pero el elogio de D’Alembert está dirigido, principalmente, a Newton: Newton, es cierto, halló en sus contemporáneos menos oposición; sea porque los descubrimientos geométricos con los cuales se dio a conocer, y cuya realidad y propiedad no se podían discutir, hubiesen acostumbrado a las gentes a admirarle y a rendirle homenajes que no eran ni demasiado súbitos ni demasiado obligados; sea porque su superioridad imponía silencio a la envidia; sea, en fin -lo que parece muy difícil de creer-, porque se tratase de una nación menos injusta que las otras, tuvo la singular ventaja de ver, en vida, aceptada en Inglaterra su filosofía, y de tener por partidarios y admiradores a todos sus compatriotas. Faltaba mucho, sin embargo, para que Europa hiciese a sus obras la misma acogida. No solamente eran desconocidas en Francia, sino que aún predominaba la filosofía escolástica después de haber derribado Newton la física cartesiana; y los torbellinos fueron destruidos antes de que pensáramos en adoptarlos. Tan tardos fuimos en aceptarlos como en rechazarlos”.  Aunque los grandes méritos de Descartes no deben ser ignorados: “Respetemos siempre a Descartes, pero abandonemos sin esfuerzo las opiniones que él mismo hubiera combatido un siglo más tarde. Sobre todo, no confundamos su causa con la de sus sectarios. El genio que demostró al buscar en la más oscura noche un camino nuevo, aunque equivocado, era solamente suyo: los primeros que se atrevieron a seguirle en las tinieblas mostraron valor al menos; pero ya no hay gloria en perderse siguiendo sus huellas después de hacerse la luz (Newton). Entre los pocos sabios que todavía defienden su doctrina, él mismo hubiera desaprobado a los que se adhieren a ella por un apego servil a lo que aprendieron en su infancia, o por no sé qué prejuicio nacional, vergüenza de la filosofía. Con tales motivos, se puede ser el último de sus partidarios, pero no se hubiera tenido el mérito de ser el primero de sus discípulos, o más bien se hubiera sido su adversario, cuando en serIo no había más que injusticia. Para tener derecho a admirar los errores de un gran hombre, hay que saber reconocerlos cuando el tiempo los ha puesto en evidencia. Por eso los jóvenes, que generalmente son considerados como bastante malos jueces, son quizá los mejores en las materias filosóficas y en otras muchas, cuando no carecen de inteligencia, porque, como todo les es igualmente nuevo, no tienen otro interés que el de elegir bien”.

“Son, en efecto, los jóvenes geómetras, tanto de Francia como de los países extranjeros, los que han decidido la suerte de las dos filosofías”. (http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/filosofia/enc).