miércoles, 2 de octubre de 2013

RUSIA RECLAMA UN LIDERAZGO COLECTIVO


En su discurso en la Asamblea de las Naciones Unidas, el Ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, recogiendo una fde las lecciones de la cuestión siria, que un liderazgo unilateral –en evidente alusión a Estados Unidos-, no puede resolver por sí solo los complejos y múltiples problemas económicos, políticos y medioambientales, entre otros, de nuestra época, sino que se requiere un esfuerzo colectivo que utilice, activamente, la vía político-diplomática que es la que establece la Carta de las Naciones Unidas..

Lo de “liderazgo unilateral” es un eufemismo diplomático pues, traduciéndolo, quiere decir que Estados Unidos debe abandonar su propósito de ser policía mundial y los acontecimientos de Siria lo demuestran.

Efectivamente, Estados Unidos y sus aliados de la Unión Europea no pueden resolver por sí solos los problemas que generan sus propias apetencias imperiales. El Medio Oriente ya les resulta incontrolable y América Latina, que ha sido su “patio trasero”, también ha decidido seguir su propio camino. No está lejana, asimismo, una crisis  en Paquistán.
                  La opinión de dos pensadores del imperio

En un libro que he citado en otras oportunidades, - “El Gran Tablero Mundial” (1997)-,Z. Brzezinski escribe que Estados Unidos, como todos los imperios tendrá su período de declinación que sitúa en la segunda década del siglo XXI, pero en el corto plazo deberá utilizar todos los medios que han cimentado su poder para mantener la hegemonía mundial. Esos medios, han sido su poder militar, económico, tecnológico y cultural. En este corto período, irá preparando su transformación para sustituir el “diktat”, que es la pecu.iaridad de su política después de la desintegración de la URSS,  por la cooperación.

       

 Parece que este momento ha llegado. En el tablero mundial, con Eurasia, ,  como epicentro-,donde según el estratega polaco-estadounidense, se juega el poder global, su  geoestrategia de contención (diseñada por Estados Unidos en la posguerra mundial) del espacio principal –Rusia y China-, la Unión Europea en el Oeste, el Medio Oriente en el Sur y Corea del Sur y Japón en el Sudeste, se empieza a desmoronar su influencia en la segunda zona.

En el Medio Oriente, Estados Unidos tiene en Israel a su aliado estratégico, basado en la identidad de sus intereses económicos, su cultura y su concepción de la vida. No ocurre lo mismo con el mundo musulmán, que tiene allí dos protagonistas que por su poder económico y su cultura, acuñada durante siglos, están destinados a recuperar su influencia en la región: Turquía e Irán (Imperio Otomano e Imperio Persa).


Me parecen justas las observaciones de otro libro de resonancia mundial , también del año 1997, del asesor de la CIA, Sammuel Huntington –“El choque de civilizaciones. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos””-  y donde expresa al respecto:

“Algunos occidentales, entre ellos el presidente Bill Clinton, han afirmado que Occidente no tiene problemas con el islam, sino sólo con los extremistas  islamistas violentos. Mil cuatrocientos años de historia demuestran lo contrario. 

Las relaciones entre el islam y el cristianismo, tanto ortodoxo como occidental, han sido con frecuencia tempestuosas. Cada uno de ellos ha sido el Otro del otro. El conflicto del siglo XX entre la democracia liberal y el marxismo-leninismo es sólo un fenómeno histórico fugaz y superficial comparado con la relación continuada y profundamente conflictiva entre el islam y el cristianismo. A veces, la coexistencia pacífica ha prevalecido; más a menudo, sin embargo, la relación ha sido de guerra fría y de diversos grados de guerra caliente. La «dinámica histórica», comenta John Esposito, «...encontró con frecuencia a las dos colectividades en competencia, y a veces enzarzadas en un combate a muerte por el poder, la tierra y las almas». A lo largo de los siglos, la fortuna de las dos religiones ha ascendido y decrecido en una serie de oleadas, pausas y contraoleadas momentáneas”.

Más adelante, agrega: “En los años ochenta y noventa, la tendencia general en el islam ha seguido una dirección antioccidental. En parte, ésta es la consecuencia natural del Resurgimiento islámico y la reacción contra lo que se considera gharbzadegi u «occidentoxicación» de las sociedades musulmanas. La «reafirmación del islam, sea cual sea su forma sectaria concreta, supone el repudio de la influencia europea y estadounidense en la sociedad, política y moralidad locales».  En el pasado, los líderes musulmanes decían de vez en cuando a su gente: «Debemos occidentalizarnos». Sin embargo, si algún líder musulmán ha dicho eso en el último cuarto del siglo XX, es una figura aislada”.

“De hecho, es difícil encontrar declaraciones de musulmanes, sean políticos, funcionarios, académicos, hombres de negocios o periodistas, en las que alaben los valores e instituciones occidentales. Por el contrario, insisten en las diferencias entre su civilización y la occidental, en la superioridad de su cultura y la necesidad de mantener la integridad de dicha cultura contra el violento ataque occidental. Los musulmanes temen y se indignan ante el poder occidental y la amenaza que supone para su sociedad y sus creencias. Consideran la cultura occidental materialista, corrupta, decadente e inmoral. También la juzgan seductora, y por ello insisten más aún en la necesidad de resistir a su fuerza de sugestión sobre la forma de vida musulmana. Cada vez más, los musulmanes atacan a Occidente, no porque sea adepto de una religión imperfecta y errónea (pese a todo, es una «religión del libro»), sino porque no se adhiere a ninguna religión en absoluto. A los ojos musulmanes, el laicismo, la irreligiosidad y, por tanto, la inmoralidad occidentales son males peores que el cristianismo occidental que los produjo. En la guerra fría, Occidente etiquetó a su oponente como «comunismo sin Dios»; en el conflicto de civilizaciones posterior a la guerra fría, los musulmanes ven a su oponente como «Occidente sin Dios».

Estas imágenes de un Occidente arrogante, materialista, represivo, brutal y decadente no sólo las tienen imanes fundamentalistas, sino también aquellos a quienes muchos en Occidente considerarían sus aliados y partidarios naturales. Pocos libros de autores musulmanes publicados en los años noventa, por ejemplo, recibieron el elogio otorgado a la obra de Fatima Mernissi “islam and Democracy”, generalmente saludado por los occidentales como la valiente declaración de una mujer musulmana moderna y liberal. Sin embargo, el retrato de Occidente contenido en ese volumen difícilmente podría ser menos halagador. Occidente es «militarista» e «imperialista» y ha «traumatizado» a otras naciones mediante «el terror colonial» (págs. 3, 9). El individualismo, sello de la cultura occidental, es «la fuente de toda aflicción» (pág. 8).

El poder occidental es temible. Occidente «solo decide si los satélites serán usados para educar a los árabes o para arrojarles bombas... Aplasta nuestras posibilidades e invade nuestras vidas con sus productos importados y películas televisadas que inundan las ondas... Es un poder que nos aplasta, asedia nuestros mercados y controla nuestros más simples recursos, iniciativas y capacidades. Así es como veíamos nuestra situación, y la guerra del Golfo convirtió nuestra impresión en certidumbre» (págs. 146-147)”.

Brzezinski , Asesor de Seguridad del Presidente Carter, organizó al Grupo Al Qaeda, en 1979, en la frontera noroeste de Paquistán con el beneplácito de Arabia Saudita y puso al frente a Bin Laden, miembro de la familia real saudí, para que defendieran su religión y su cultura contra el “Comunismo sin Dios”, que quería destruirla. Vencidos los soviéticos, los afganos advirtieron, enseguida, que los estadounidenses “tampoco tenían Dios” y que lo que procuraban eran las riquezas materiales del subsuelo, imponiendo un nuevo colonialismo. Y Al Qaeda se volvió contra ellos y contó con abundantes recursos financieros de los Emiratos del Golfo  y de Arabia Saudita.

                          Significativos acontecimientos recientes

El sentimiento antiimperialista musulmán, atizado además por el obstinado propósito de Israel de recolonizar todo el territorio palestino y la cooperación de la corrupta dictadura de Mubarak en Egipto, sostenida financiera y militarmente por Estados Unidos, con este objetivo, condujo al derrocamiento del dictador egipcio en el 2011 y la victoria electoral, el año siguiente de la Hermandad Musulmana, considerado por Occidente, un “movimiento moderado”. La reforma constitucional, implementada por este gobierno, alarmó a Israel y a los círculos imperialistas y el 3 de julio, el ejército de Mubarak derribó al Presidente Morsi e inició una persecución para erradicar el movimiento musulmán que es la mayoría del país.

La victoria musulmana en Túnez, Egipto y Libia en el 2011, alentó al gobierno musulmán de Turquía a derrocar al gobierno laico de Bashar Al-Assad, en Siria, contando con el apoyo financiero de Qatar y Arabia Saudita y militar de Estados Unidos y la Unión Europea. Formaron un Comando Supremo con un general que desertó del ejército sitio, estableciendo su sede en Turquía y una coalición de grupos musulmanes “amigos”, pero en el terreno, dominaron los sectores radicales, vinculados a Al-Qaeda, como el Frente Al Nusra y la organización “Estado Islamista en Irak y el Levante” (EIIL) cuyo objetivo es crear un estado islámico unido de Siria e Irak como eje central de un Califato que domine el Medio Oriente.
El “Resurgimiento Islámico”, amenaza la integridad de la Federación Rusa (Chechenia) y las repúblicas del Cáucaso y del Centro de Asia, que pertenecieron a la Unión Soviética y que forman actualmente una Comunidad de Estados Independientes”, con la Federación Rusa a la cabeza.

La inestabilidad de Afganistán, y la próxima retirada de las fuerzas de Estados Unidos y la OTAN, de este país, preocupa a Rusia, pues Tayikistán tiene una frontera de 1500 quilómetros con Afganistán y la penetración de grupos de Al Qaeda pueden desestabilizar todo su flanco sur.

Por otra parte, Rusia reconoció a la dictadura militar egipcia, recibiendo con alivio el derrocamiento del Presidente Morsi. El primer viaje al exterior del Ministro de Relaciones Exteriores del régimen golpista fue a Moscú, donde el Kremlin prometió su cooperación con el autodefinido “gobierno de transición”.
Pensamos que este tema y el asesinato del embajador de Estados Unidos en Libia, así como la activa presencia de Al Qaeda en Yemen, Malí y Nigeria, dominaron la conversación privada que sostuvieron Vladimir Putin y Barack Obama en San Petersburgo, el 5 de setiembre, donde el mandatario ruso habría convencido a su homólogo de la Casa Blanca, que la desestabilización de Siria conduciría a la desestabilización de todo el Medio Oriente, y los dos países, Rusia y Estados Unidos, perderían; en consecuencia, la política aconsejable era unirse para controlar al extremismo islámico.

La iniciativa de Irán de reabrir la discusión sobre su programa nuclear, ha sido un aporte coadyuvante al nuevo clima, recibido rápidamente por Obama como un “aporte constructivo”, pero con simulada desconfianza por Israel que, para completar el panorama de distensión regional tendría que firmar el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, decisión que rechaza terminantemente ya que es el único país que posee estas armas.

Para Obama, aceptar la vía diplomática y la recuperación del papel del Consejo de Seguridad de la ONU para resolver las controversias, propuesta por Putin, era un reconocimiento explícito que el “liderazgo mundial de Estados Unidos”, ha llegado a su término. Pero subsiste la duda si el esfuerzo conjunto de Rusia y Estados Unidos, podrán contener el “Resurgimiento Islámico” que, según Huntington, no es patrimonio de Al Qaeda sino de la inmensa mayoría del orgulloso pueblo musulmán, aplastado por siglos de colonialismo.