miércoles, 23 de diciembre de 2015

REFLEXIONES SOBRE EL MARXISMO (III)


La burguesía francesa derribó los restos del Antiguo Orden Feudal, que defendían los estamentos de la Nobleza y el Clero, los dos pilares de la monarquía absoluta y pretendió con la sanción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, unificar en torno a ella, a todas las capas sociales. Pero este objetivo solo podía ser alcanzado con políticas económicas concretas que sacaran al grueso de la población de la miseria. Es obvio que con programas como los elaborados por la Escuela Fisiocrática, no  podía lograrlo.

Pronto, la pequeña burguesía de intelectuales, inspirados en las concepciones políticas de J.J. Rousseau, se constituyeron en bloque en la Asamblea Nacional Constituyente, encabezados por figuras como el abogado Maximiliano de Robespierre y el médico y científico, Jean-Paul Marat, autodefinidos como “los amigos del pueblo”, con amplia base social en la ciudad de París pero no en la campaña.

La poderosa burguesía comercial girondina, aliada a sectores de la nobleza, logró sancionar una Constitución, en 1791, inspirada en la experiencia británica, de mantener al Rey, como figura representativa de la nación pero trasladando el poder político real a la Asamblea, en la cual tenía la mayoría.

Esta fórmula fue aceptada, bajo presión, por Luis XVI pero rechazada por sus hermanos en el exilio y toda la realeza europea que le declaró la guerra al gobierno revolucionario. El rey intentó huir el 20 de julio de 1991, provocando con ello el fracaso de la fórmula girondina, la radicalización de la Revolución y el fortalecimiento de los jacobinos.
Ni el contexto nacional ni internacional permitían esta radicalización y el gobierno jacobino fue derribado el 27 de de julio de 1794 (9 de Termidor), dando paso a una reacción conservadora que culminó con el ascenso de Napoleón Bonaparte mediante un Golpe de Estado, el 9 de noviembre de 1799 (18 de Brumario), disfrazado de “Consulado Vitalicio” (1802) e “Imperio” (1804)  que estableció una virtual dictadura burguesa (1799-1815), apoyada en la guerra imperial con las monarquías de toda Europa.

La Filosofía de las Luces, para los déspotas ilustrados, había mostrado su verdadero rostro y es en Prusia donde impacta de tal forma que produce un viraje en el pensamiento filosófico alemán.

La Revolución Francesa, había sido recibida con simpatía por la intelectualidad alemana a través de exponentes tan prestigiosos como Kant, Goethe, Schiller, Lessing, Hegel y músicos como Beethoven. Esta situación cambió radicalmente después de la derrota de Prusia en la Batalla de Jena (14 de octubre de 1806) y la ocupación del territorio, durante un año, por el ejército de Napoleón que consumió todas las reservas de trigo provocando una hambruna en el Reino.

Los filósofos alemanes reaccionaron de inmediato. Johann G. Fichte, pronunció, entre diciembre de 1807 y marzo de 1808, 14 Discursos a la Nación Alemana, denunciando lo que había detrás de la Filosofía de las Luces, que Prusia había adoptado, en la segunda mitad del siglo XVIII como guía espiritual y hace un enérgico llamado a volver a las raíces de la cultura alemana.

En su primer discurso, Fichte expresa que sus dichos son la continuación de las lecciones ofrecidas hace tres años y que fueron tituladas “Características de la época actual”. “En aquellas lecciones hice ver que nuestra época tiene lugar en la tercera de las tres edades principales de la historia del mundo  que ha hecho del mero interés material el móvil de todas sus emociones e impulsos vitales, que se entiende y concibe a sí misma de manera perfecta solo dentro del mencionado móvil y que, al comprender su ser de esta manera clara se manifiesta en su esencia vital y se asegura de modo inamovible”.

Después de afirmar que Prusia ha perdido su autonomía por la acción de “fuerzas extranjeras” dijo: “Esta situación actual ha aniquilado y arrebatado los vínculos de unidad y ya nunca podrán volver otra vez y es   el rasgo común de la “germanidad”  el que podrá liberarnos de la ruina de nuestra nación en la confluencia con el extranjero y ganar de nuevo una individualidad sustentada en sí misma e incapacidad del todo para cualquier dependencia”.
(xa.yimg.com/.../Fichte.+Discursos+a+la+nación+alemana+(selección).pdf).

Kant había fallecido en 1804. Fichte, Schelling y Hegel, se dedican a la tarea de rescatar la perdida “germanidad”. Fichte será el primer rector de la Universidad de Berlín, fundada en 1810, por el Emperador Federico-Guillermo III, a iniciativa de su ministro, el filósofo Guillermo de Humboldt; Schelling se remontará a los lejanos mitos del medioevo germano y Georg W. F. Hegel (1770-1831), buscará en la evolución, no caótica sino “racional” del “espíritu”, el lugar de la civilización alemana en la Historia.

En lo que fue la mayor construcción teórica de una nueva metafísica, Hegel comenzó con la publicación, en 1807, de su “Fenomenología del Espíritu”; le siguió “Ciencia de la Lógica” (1812-1816), la “Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas” (1817) y a partir de 1820, ya Rector de la Universidad de Berlín publica, en 1821 , “Filosofía del Derecho” y sus clases y conferencias sobre Historia, Arte y Religión, recogidas por sus alumnos, son publicadas después de su muerte, en 1831, con el nombre de “Lecciones”.  

Para Hegel, el desarrollo del espíritu es “dialéctico”. El espíritu divino, anidado en los hombres en las comienzos de la humanidad es conciencia difusa que solo percibe lo inmediato, el cuerpo y el medio natural que lo rodea. En una segunda etapa, el Hombre descubre las posibilidades de su propia conciencia que será, ahora, autoconciencia. El atributo fundamental de ésta es la razón que progresivamente –en el devenir-, se va apropiando del mundo hasta alcanzar el saber absoluto.

En sus “Lecciones sobre Filosofía de la Historia”, “La Historia es la historia del hombre y el hombre es racional. Él busca la libertad de modo confuso pero la quiere por encima de todo”. Esta búsqueda, según Hegel pasa por cuatro etapas: : la infancia es el Oriente y el despotismo oriental; la juventud, el mundo griego; la edad adulta, el Imperio Romano; el Imperio Germánico Cristiano, es la vejez, cargada de sabiduría, y la madurez perfecta.

La “Fenomenología del Espíritu” es el núcleo de la filosofía de Hegel. En el prólogo, expresa:

“No es difícil darse cuenta, por lo demás, de que vivimos en tiempos de gestación y de transición hacía una nueva época. El espíritu ha roto con el mundo anterior de su ser allí y de su representación y se dispone a hundir eso en el pasado, entregándose a la tarea de su propia transformación. El espíritu, ciertamente, no permanece nunca quieto, sino que se halla siempre en movimiento incesantemente progresivo. Pero, así como en el niño, tras un largo periodo de silenciosa nutrición, el primer aliento rompe bruscamente la gradualidad del proceso puramente acumulativo en un salto cualitativo, y el niño nace, así también el espíritu que se forma va madurando lenta y silenciosamente hacía la nueva figura, va desprendiéndose de una partícula tras otra de la estructura de su mundo anterior y los estremecimientos de este mundo se anuncian solamente por medio de síntomas aislados; la frivolidad y el tedio que se apoderan de lo existente y el vago presentimiento de lo desconocido son los signos premonitorios de que algo otro se avecina. Estos paulatinos desprendimientos, que no alteran la fisonomía del todo, se ven bruscamente interrumpidos por la aurora que de pronto ilumina como un rayo la imagen del mundo nuevo”.
(…)
“… el individuo es la forma absoluta, es decir, la certeza inmediata de sí mismo; y, si se prefiere esta expresión, es de este modo ser ncondicionado. Si el punto de vista de la conciencia, el saber de cosas objetivas por oposición a sí misma y de sí misma por oposición a ellas, vale para la ciencia como lo otro -y aquello en que se sabe cercana a sí misma más bien como la pérdida del espíritu-, el elemento de la ciencia es para la conciencia, por el contrario, el lejano más allá en que ésta ya no se posee a sí misma. Cada una de estas dos partes parece ser para la otra lo inverso a la verdad. El que la conciencia natural se confíe de un modo inmediato a la ciencia es un nuevo intento que hace, impulsada no se sabe por qué, de andar de cabeza; la coacción que sobre ella se ejerce para que adopte esta posición anormal y se mueva en ella es una violencia que se le quiere imponer y que parece tan sin base como innecesaria. Sea en sí misma lo que quiera, la ciencia se presenta en sus relaciones con la autoconciencia inmediata como lo inverso a ésta, o bien, teniendo la autoconciencia en la certeza de sí misma el principio de su realidad, la ciencia, cuando dicho principio para sí se halla fuera de ella, es la forma de la irrealidad. Así, pues, la ciencia tiene que encargarse de unificar ese elemento con ella misma o tiene más bien que hacer ver que le pertenece y de qué modo le pertenece. Carente de tal realidad, la ciencia es solamente el contenido, como el en sí, el fin que no es todavía, de momento, más que algo interno; no es en cuanto espíritu, sino solamente en cuanto sustancia espiritual. Este en sí tiene que exteriorizarse y convertirse en para sí mismo, lo que quiere decir, pura y simplemente, que él mismo tiene que poner la autoconciencia como una con él”.

Este devenir de la ciencia en general o del saber es lo que expone esta Fenomenología del espíritu. El saber en su comienzo, o el espíritu inmediato, es lo carente de espíritu, la conciencia sensible. Para convertirse en auténtico saber o engendrar el elemento de la ciencia, que es su mismo concepto puro, tiene que seguir un largo y trabajoso camino. Este devenir, como habrá de revelarse en su contenido y en las figuras que en él se manifiestan, no será lo que a primera vista suele considerarse como una introducción de la conciencia acientífica a la ciencia, y será también algo distinto de la fundamentación de la ciencia –y nada tendrá que ver, desde luego, con el entusiasmo que arranca inmediatamente del saber absoluto como un pistoletazo y se desembaraza de los otros puntos de vista, sin más que declarar que no quiere saber nada de ellos”.



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