La burguesía francesa derribó los
restos del Antiguo Orden Feudal, que defendían los estamentos de la Nobleza y
el Clero, los dos pilares de la monarquía absoluta y pretendió con la sanción
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, unificar en torno a ella, a todas
las capas sociales. Pero este objetivo solo podía ser alcanzado con políticas
económicas concretas que sacaran al grueso de la población de la miseria. Es
obvio que con programas como los elaborados por la Escuela Fisiocrática,
no podía lograrlo.
Pronto, la pequeña burguesía de
intelectuales, inspirados en las concepciones políticas de J.J. Rousseau, se
constituyeron en bloque en la Asamblea Nacional Constituyente, encabezados por
figuras como el abogado Maximiliano de Robespierre y el médico y científico,
Jean-Paul Marat, autodefinidos como “los amigos del pueblo”, con amplia base
social en la ciudad de París pero no en la campaña.
La poderosa burguesía comercial girondina,
aliada a sectores de la nobleza, logró sancionar una Constitución, en 1791,
inspirada en la experiencia británica, de mantener al Rey, como figura
representativa de la nación pero trasladando el poder político real a la
Asamblea, en la cual tenía la mayoría.
Esta fórmula fue aceptada, bajo
presión, por Luis XVI pero rechazada por sus hermanos en el exilio y toda la
realeza europea que le declaró la guerra al gobierno revolucionario. El rey
intentó huir el 20 de julio de 1991, provocando con ello el fracaso de la
fórmula girondina, la radicalización de la Revolución y el fortalecimiento de
los jacobinos.
Ni el contexto nacional ni
internacional permitían esta radicalización y el gobierno jacobino fue
derribado el 27 de de julio de 1794 (9 de Termidor), dando paso a una reacción
conservadora que culminó con el ascenso de Napoleón Bonaparte mediante un Golpe
de Estado, el 9 de noviembre de 1799 (18 de Brumario), disfrazado de “Consulado
Vitalicio” (1802) e “Imperio” (1804) que
estableció una virtual dictadura burguesa (1799-1815), apoyada en la guerra
imperial con las monarquías de toda Europa.
La Filosofía de las Luces, para los
déspotas ilustrados, había mostrado su verdadero rostro y es en Prusia donde
impacta de tal forma que produce un viraje en el pensamiento filosófico alemán.
La Revolución Francesa, había sido
recibida con simpatía por la intelectualidad alemana a través de exponentes tan
prestigiosos como Kant, Goethe, Schiller, Lessing, Hegel y músicos como Beethoven.
Esta situación cambió radicalmente después de la derrota de Prusia en la
Batalla de Jena (14 de octubre de 1806) y la ocupación del territorio, durante
un año, por el ejército de Napoleón que consumió todas las reservas de trigo
provocando una hambruna en el Reino.
Los filósofos alemanes reaccionaron
de inmediato. Johann G. Fichte, pronunció, entre diciembre de 1807 y marzo de
1808, 14 Discursos a la Nación Alemana, denunciando lo que había detrás de la
Filosofía de las Luces, que Prusia había adoptado, en la segunda mitad del
siglo XVIII como guía espiritual y hace un enérgico llamado a volver a las
raíces de la cultura alemana.
En su primer discurso, Fichte expresa
que sus dichos son la continuación de las lecciones ofrecidas hace tres años y
que fueron tituladas “Características de la época actual”. “En aquellas
lecciones hice ver que nuestra época tiene lugar en la tercera de las tres
edades principales de la historia del mundo
que ha hecho del mero interés material el móvil de todas sus emociones e
impulsos vitales, que se entiende y concibe a sí misma de manera perfecta solo
dentro del mencionado móvil y que, al comprender su ser de esta manera clara se
manifiesta en su esencia vital y se asegura de modo inamovible”.
Después de afirmar que Prusia ha
perdido su autonomía por la acción de “fuerzas extranjeras” dijo: “Esta
situación actual ha aniquilado y arrebatado los vínculos de unidad y ya nunca
podrán volver otra vez y es el rasgo
común de la “germanidad” el que podrá
liberarnos de la ruina de nuestra nación en la confluencia con el extranjero y
ganar de nuevo una individualidad sustentada en sí misma e incapacidad del todo
para cualquier dependencia”.
(xa.yimg.com/.../Fichte.+Discursos+a+la+nación+alemana+(selección).pdf).
Kant había fallecido en 1804. Fichte,
Schelling y Hegel, se dedican a la tarea de rescatar la perdida “germanidad”.
Fichte será el primer rector de la Universidad de Berlín, fundada en 1810, por
el Emperador Federico-Guillermo III, a iniciativa de su ministro, el filósofo
Guillermo de Humboldt; Schelling se remontará a los lejanos mitos del medioevo
germano y Georg W. F. Hegel (1770-1831), buscará en la evolución, no caótica
sino “racional” del “espíritu”, el lugar de la civilización alemana en la
Historia.
En lo que fue la mayor construcción
teórica de una nueva metafísica, Hegel comenzó con la publicación, en 1807, de
su “Fenomenología del Espíritu”; le siguió “Ciencia de la Lógica” (1812-1816),
la “Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas” (1817) y a partir de 1820, ya
Rector de la Universidad de Berlín publica, en 1821 , “Filosofía del Derecho” y
sus clases y conferencias sobre Historia, Arte y Religión, recogidas por sus
alumnos, son publicadas después de su muerte, en 1831, con el nombre de “Lecciones”.
Para Hegel, el desarrollo del
espíritu es “dialéctico”. El espíritu divino, anidado en los hombres en las
comienzos de la humanidad es conciencia
difusa que solo percibe lo inmediato, el cuerpo y el medio natural que lo
rodea. En una segunda etapa, el Hombre descubre las posibilidades de su propia
conciencia que será, ahora, autoconciencia.
El atributo fundamental de ésta es la razón que progresivamente –en el devenir-, se va apropiando del mundo
hasta alcanzar el saber absoluto.
En sus “Lecciones sobre Filosofía de
la Historia”, “La Historia es la historia del hombre y el hombre es racional.
Él busca la libertad de modo confuso pero la quiere por encima de todo”. Esta
búsqueda, según Hegel pasa por cuatro etapas: : la infancia es el Oriente y el despotismo oriental; la juventud, el mundo griego; la edad adulta, el Imperio Romano; el
Imperio Germánico Cristiano, es la vejez,
cargada de sabiduría, y la madurez perfecta.
La “Fenomenología del Espíritu” es el
núcleo de la filosofía de Hegel. En el prólogo, expresa:
“No es difícil darse cuenta, por lo
demás, de que vivimos en tiempos de gestación y de transición hacía una nueva
época. El espíritu ha roto con el mundo anterior de su ser allí y de su
representación y se dispone a hundir eso en el pasado, entregándose a la tarea
de su propia transformación. El espíritu, ciertamente, no permanece nunca
quieto, sino que se halla siempre en movimiento incesantemente progresivo. Pero,
así como en el niño, tras un largo periodo de silenciosa nutrición, el primer
aliento rompe bruscamente la gradualidad del proceso puramente acumulativo en
un salto cualitativo, y el niño nace, así también el espíritu que se forma va
madurando lenta y silenciosamente hacía la nueva figura, va desprendiéndose de
una partícula tras otra de la estructura de su mundo anterior y los
estremecimientos de este mundo se anuncian solamente por medio de síntomas
aislados; la frivolidad y el tedio que se apoderan de lo existente y el vago
presentimiento de lo desconocido son los signos premonitorios de que algo otro
se avecina. Estos paulatinos desprendimientos, que no alteran la fisonomía del
todo, se ven bruscamente interrumpidos por la aurora que de pronto ilumina como
un rayo la imagen del mundo nuevo”.
(…)
“… el individuo es la forma absoluta,
es decir, la certeza inmediata de sí mismo; y, si se prefiere esta expresión,
es de este modo ser ncondicionado. Si el punto de vista de la conciencia, el
saber de cosas objetivas por oposición a sí misma y de sí misma por oposición a
ellas, vale para la ciencia como lo otro -y aquello en que se sabe cercana a sí
misma más bien como la pérdida del espíritu-, el elemento de la ciencia es para
la conciencia, por el contrario, el lejano más allá en que ésta ya no se posee
a sí misma. Cada una de estas dos partes parece ser para la otra lo inverso a
la verdad. El que la conciencia natural se confíe de un modo inmediato a la
ciencia es un nuevo intento que hace, impulsada no se sabe por qué, de andar de
cabeza; la coacción que sobre ella se ejerce para que adopte esta posición
anormal y se mueva en ella es una violencia que se le quiere imponer y que parece
tan sin base como innecesaria. Sea en sí misma lo que quiera, la ciencia se
presenta en sus relaciones con la autoconciencia inmediata como lo inverso a
ésta, o bien, teniendo la autoconciencia en la certeza de sí misma el principio
de su realidad, la ciencia, cuando dicho principio para sí se halla fuera de ella,
es la forma de la irrealidad. Así, pues, la ciencia tiene que encargarse de
unificar ese elemento con ella misma o tiene más bien que hacer ver que le
pertenece y de qué modo le pertenece. Carente de tal realidad, la ciencia es
solamente el contenido, como el en sí,
el fin que no es todavía, de momento, más que algo interno; no es en cuanto
espíritu, sino solamente en cuanto sustancia espiritual. Este en sí tiene que exteriorizarse y convertirse en para sí
mismo, lo que quiere decir, pura y simplemente, que él mismo tiene que poner la
autoconciencia como una con él”.
“Este
devenir de la ciencia en general o del saber es lo que expone esta
Fenomenología del espíritu. El saber en su comienzo, o el espíritu
inmediato, es lo carente de espíritu, la conciencia sensible. Para convertirse
en auténtico saber o engendrar el elemento de la ciencia, que es su mismo
concepto puro, tiene que seguir un largo y trabajoso camino. Este devenir, como
habrá de revelarse en su contenido y en las figuras que en él se manifiestan,
no será lo que a primera vista suele considerarse como una introducción de la
conciencia acientífica a la ciencia, y será también algo distinto de la
fundamentación de la ciencia –y nada tendrá que ver, desde luego, con el
entusiasmo que arranca inmediatamente del saber absoluto como un pistoletazo y
se desembaraza de los otros puntos de vista, sin más que declarar que no quiere
saber nada de ellos”.
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