miércoles, 30 de diciembre de 2015

REFLEXIONES SOBRE EL MARXISMO (IV(


La razón”, puesta en el centro del proscenio histórico por la Filosofía de las Luces y la nueva metafísica de Hegel no dio respuesta a dos problemas fundamentales que tenía planteados la filosofía: el origen del mundo y la desigualdad social.

La negación de los argumentos de los teólogos, en la primera, deja en pie, no obstante, la existencia de un “creador”, de un “Primer motor” (el “primus motor” de Aristóteles) y el “Ser Supremo” de los jacobinos, que Rosenthal y Iudín, explican de esta manera en su “Diccionario Filosófico”:

“El materialismo mecanicista es una de las fases en el desarrollo de la filosofía materialista. El materialismo mecanicista trata de interpretar todos los fenómenos de la Naturaleza con la ayuda de las leyes de la mecánica y de reducir todos los procesos y fenómenos cualitativamente distintos de la Naturaleza (químicos, biológicos, psíquicos, etc.) a procesos mecánicos. El movimiento no es considerado como un cambio en general, sino como el desplazamiento mecánico de los cuerpos en el espacio, resultado de una acción externa, del choque de un cuerpo con otro.” (…).

“El materialismo mecanicista era en su tiempo (siglos XVII y XVIII) una etapa históricamente necesaria y progresista en el desarrollo de la filosofía materialista. Esta forma del materialismo fue condicionada por el hecho de que por aquel entonces sólo la mecánica y las matemáticas, de entre todas las ciencias, habían alcanzado ya un nivel de desarrollo relativamente alto”.

Por su parte, la nueva metafísica de Hegel partía de “una idea que era, al mismo tiempo la nada” (Dios), para explicar el origen del mundo, apoyándose en el “Evangelio de San Juan” (“Nuevo Testamento”): “En el principio era el verbo y el verbo era Dios” – (1:1-3).

En la Introducción, parágrafo 1º, de su obra, “Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas” (1817), Hegel afirma: “La filosofía carece de una ventaja de la que gozan las otras ciencias. No puede, como ellas, retener por el resto de su existencia los objetos naturales admitidos por su conciencia. Los objetos de la filosofía, es cierto, son como los de la religión. En ambas, el objetivo es la verdad, en el sentido de que Dios y únicamente Dios, es la verdad”.

El segundo problema –la desigualdad social-, es, en “La Filosofía de las Luces”, abordado por J.J. Rousseau en su obra “Discurso sobre los fundamentos de1a desigualdad entre los hombres” (1754).

El autor se pregunta:

 “¿Cómo conocer la fuente de la desigualdad entre los hombres, si antes no se les conoce a ellos? Y ¿Cómo llegará el hombre a contemplarse tal cual lo ha formado la naturaleza, a través de todos los cambios que la sucesión del tiempo y de las cosas ha debido producir en su complexión original, y distinguir entre lo que forma su propia constitución y lo que las circunstancias y su progreso han añadido o cambiado a su estado primitivo? Semejante a la estatua de Glauco, que el tiempo, el mar y las tormentas habían de tal suerte desfigurado que parecía más bien una bestia feroz que un dios, el alma humana, alterada en el seno de la sociedad por mil causas que se renuevan sin cesar, por la adquisición de una multitud de conocimientos y de errores, por las modificaciones efectuadas en la constitución de los cuerpos y por el choque continuo de las pasiones, ha, por decirlo así, cambiado de apariencia hasta tal punto, que es casi incognoscible, encontrándose, en vez del ser activo que obra siempre bajo principios ciertos e invariables, en vez de la celeste y majestuosa sencillez que su autor habíale impreso,el deforme contraste de la pasión que cree razonar y el entendimiento que delira” (Prefacio).

Engels considera en su “Antiduhring” (1878), que Rousseau utiliza en esta obra la dialéctica (el movimiento, el cambio social), pero sin conexión con la filosofía, bajo la influencia, en el siglo XvIII, del “modo metafísico de pensar inglés” que Rosenthal y Iudín describen así:

“El método metafísico fue una fase, históricamente condicionada, en la evolución del pensamiento humano. La desintegración de la Naturaleza en sus partes integrantes, la división de los diversos fenómenos y objetos de la Naturaleza en determinadas clases, fue condición importantísima para los enormes éxitos que las ciencias naturales habían alcanzado durante los siglos XV-XVIII. Pero este modo de estudio dejó el hábito de examinar los objetos y los fenómenos al margen de sus conexiones, al margen del desarrollo y del cambio. “Para el metafísico, las cosas y sus imágenes mentales, es decir, los conceptos, son objetos aislados, inmutables, fijos, dados de una vez para siempre, enfocados uno tras otro e independientemente el uno del otro” (Engels).

En la obra citada, Engels explica el paso siguiente de la filosofía –el materialismo dialéctico-, y el nacimiento de la “Teoría del Socialismo Científico”:

“El socialismo moderno es ante todo, por su contenido, el producto de la percepción de las contraposiciones de clase entre poseedores y desposeídos, asalariados y burgueses, por una parte, y de la anarquía reinante en la producción, por otra. Pero, por su forma teorética, se presenta inicialmente como una ulterior continuación, en apariencia más consecuente, de los principios sentados por los grandes ilustrados franceses del siglo XVIII. Como toda nueva teoría, el socialismo moderno tuvo que enlazar con el material mental que halló ya presente, por más que sus raíces estuvieran en los hechos económicos.

Continúa Engels más adelante:

“Cuando sometemos a la consideración del pensamiento la naturaleza o la historia humana, o nuestra propia actividad espiritual, se nos ofrece por de pronto la estampa de un infinito entrelazamiento de conexiones e interacciones, en el cual nada permanece siendo lo que era, ni como era ni donde era, sino que todo se mueve, se transforma, deviene y perece.
Esta concepción del mundo, primaria e ingenua, pero correcta en cuanto a la cosa, es la de la antigua filosofía griega, y ha sido claramente formulada por vez primera por Heráclito: todo es y no es, pues todo fluye, se encuentra en constante modificación, sumido en constante devenir y perecer. Pero esta concepción, por correctamente que capte el carácter general del cuadro de conjunto de los fenómenos, no basta para explicar las particularidades de que se compone aquel cuadro total, y mientras no podamos hacer esto no podremos tampoco estar en claro sobre el cuadro de conjunto. Para conocer esas particularidades tenemos que arrancarlas de su conexión natural o histórica y estudiar cada una de ellas desde el punto de vista de su constitución, de sus particulares causas y efectos, etc. Esta es por de pronto la tarea de la ciencia de la naturaleza y de la investigación histórica, ramas de la investigación que por muy buenas razones no ocuparon entre los griegos de la era clásica sino un lugar subordinado, puesto que su primera obligación consistía en acarrear y reunir material. Los comienzos de la investigación exacta de la naturaleza han sido desarrollados por los griegos del período alejandrino y más tarde, en la Edad Media, por los árabes; pero una verdadera ciencia de la naturaleza no data propiamente sino de la segunda mitad del siglo XV, y a partir de entonces ha hecho progresos con velocidad siempre creciente. La descomposición de la naturaleza en sus partes particulares, el aislamiento de los diversos procesos y objetos naturales en determinadas clases especiales, la investigación del interior de los cuerpos orgánicos según sus muy diversas conformaciones anatómicas, fue la condición fundamental de los progresos gigantescos que nos han aportado los últimos cuatrocientos años al conocimiento de la naturaleza. Pero todo ello nos ha legado también la costumbre de concebir las cosas y los procesos naturales en su aislamiento, fuera de la gran conexión de conjunto. No en su movimiento, por tanto, sino en su reposo; no como entidades esencialmente cambiantes, sino como subsistencias firmes; no en su vida, sino en su muerte. Y al pasar ese modo de concepción de la ciencia natural a la filosofía, como ocurrió por obra de Bacon y Locke, creó en ella la específica limitación de pensamiento de los últimos siglos, el modo metafísico de pensar”.

“Para el metafísico, las cosas y sus imágenes mentales, los conceptos, son objetos de investigación dados de una vez para siempre, aislados, uno tras otro y sin necesidad de contemplar el otro, firmes, fijos y rígidos. El metafísico piensa según rudas contraposiciones sin mediación: su lenguaje es sí, sí, y no, no, que todo lo que pasa de eso del mal espíritu procede. Para él, toda cosa existe o no existe: una cosa no puede ser al mismo tiempo ella misma y algo diverso. Lo positivo y lo negativo se excluyen lo uno a lo otro de un modo absoluto; la causa y el efecto se encuentran del mismo modo en rígida contraposición. Este modo de pensar nos resulta a primera vista muy plausible porque es el del llamado sano sentido común. Pero el sano sentido común, por apreciable compañero que sea en el doméstico dominio de sus cuatro paredes, experimenta asombrosas aventuras en cuanto que se arriesga por el ancho mundo de la investigación, y el modo metafísieo de pensar, aunque también está justificado y es hasta necesario en esos anchos territorios, de diversa extensión según la naturaleza de la cosa, tropieza sin embargo siempre, antes o después, con una barrera más allá de la cual se hace unilateral, limitado, abstracto, y se pierde en irresolubles contradicciones, porque atendiendo a las cosas pierde su conexión, atendiendo a su ser pierde su devenir y su perecer, atendiendo a su reposo se olvida de su movimiento: porque los árboles no le dejan ver el bosque”.

“Del mismo modo es todo ser orgánico en cada momento el mismo y no lo es; en cada momento está elaborando sustancia tomada de fuera y eliminando otra; en todo momento mueren células de su cuerpo y se forman otras nuevas; tras un tiempo más o menos largo, la materia de ese cuerpo se ha quedado completamente renovada, sustituida por otros átomos de materia, de modo que todo ser organizado es al mismo tiempo el mismo y otro diverso. También descubrimos con un estudio más atento que los dos polos de una contraposición, como positivo y negativo, son tan inseparables el uno del otro como contrapuestos el uno al otro, y que a pesar de toda su contraposición se interpretan el uno al otro; también descubrimos que causa y efecto son representaciones que no tienen validez como tales, sino en la aplicación a cada caso particular, y que se funden en cuanto contemplamos el caso particular en su conexión general con el todo del mundo, y se disuelven en la concepción de la alteración universal, en la cual las causas y los efectos cambian constantemente de lugar, y lo que ahora o aquí es efecto, allí o entonces es causa, y viceversa”. (…)

“La naturaleza es la piedra de toque de la dialéctica, y tenemos que reconocer que la ciencia moderna ha suministrado para esa prueba un material sumamente rico y en constante acumulación, mostrando así que, en última instancia, la naturaleza procede dialéctica y no metafísicamente. Pero como hasta ahora pueden contarse con los dedos los científicos de la naturaleza que han aprendido a pensar dialécticamente, puede explicarse por este conflicto entre los resultados descubiertos y el modo tradicional de pensar la confusión ilimitada que reina hoy día en la ciencia natural, para desesperación de maestros y discípulos, escritores y lectores”.

Sólo, pues, por vía dialéctica, con constante atención a la interacción general del devenir y el perecer, de las modificaciones progresivas o regresivas, puede conseguirse una exacta exposición del cosmos, de su evolución y de la evolución de la humanidad, así como de la imagen de esa evolución en la cabeza del hombre. En este sentido obró desde el primer momento la reciente filosofía alemana. Kant (1724-1804) inauguró su trayectoria (1754) al disgregar el estable sistema solar newtoniano y su eterna duración después del célebre primer empujón en un proceso histórico: en el origen del Sol y de todos los planetas a partir de una masa nebular en rotación. Al mismo tiempo infirió la consecuencia de que con ese origen quedaba simultáneamente dada la futura muerte del sistema solar. Su concepción quedó consolidada medio siglo más tarde matemáticamente por Laplace (1796), y otro medio siglo después el espectroscopio mostró la existencia de tales masas incandescentes de gases en diversos grados de condensación y en todo el espacio cósmico”.

En otra parte, de su exposición general, sigue Engels:

“Hoy sabemos que aquel Reino de la Razón (“Filosofía francesa de las Luces”, del siglo XVIII), no era nada más que el Reino de la Burguesía idealizado, que la justicia eterna encontró su realización en los tribunales de la burguesía, que la igualdad desembocó en la igualdad burguesa ante la ley, que como uno de los derechos del hombre más esenciales se proclamó la propiedad burguesa y que el Estado de la Razón, el contrato social roussoniano, tomó vida, y sólo pudo cobrarla, como república burguesa democrática. Los grandes pensadores del siglo XVIII, exactamente igual que todos sus predecesores, no pudieron rebasar los límites que les había puesto su propia época”.

“Pero junto a la contraposición entre nobleza feudal y burguesía existía la contraposición general entre explotadores y explotados, entre ricos ociosos y pobres trabajadores. Fue precisamente esa circunstancia lo que permitió a los representantes de la burguesía situarse como representantes no de una clase particular, sino de la entera humanidad en sufrimiento. Aún más. Desde su mismo nacimiento la burguesía traía su propia contraposición: no pueden existir capitalistas sin trabajadores asalariados, y en la misma razón según la cual el burgués gremial de la Edad Media dio de sí el burgués moderno, el trabajador gremial y el jornalero sin gremio fueron dando en proletarios. Y aunque a grandes rasgos la burguesía pudo pretender con razón que en la lucha contra la nobleza representaba al mismo tiempo los intereses de las diversas clases trabajadoras de la época, en todo gran movimiento burgués se manifestaron agitaciones independientes de aquella clase que fue la precursora más o menos desarrollada del moderno proletariado. Así ocurrió en la época de las guerras religiosas y campesinas alemanas con la tendencia de Thomas Münzer; en la gran Revolución inglesa con los levellers; en la gran Revolución Francesa con Babeuf. Junto a estas manifestaciones revolucionarias de una clase aún inmadura se produjeron manifestaciones teoréticas; en los siglos XVI y XVII, descripciones utópicas de situaciones sociales ideales; en el siglo XVIII, ya explícitas teorías comunistas (Morelly y Mably). La exigencia de igualdad no se limitó a los derechos políticos, sino que se amplió a la situación social del individuo; no se trataba de suprimir meramente los privilegios de clase, sino también las diferencias de clase. Y así fue la primera forma de manifestación de la nueva doctrina un comunismo ascético que enlazaba con Esparta. A eso siguieron los tres grandes utópicos: Saint Simon, en el cual la tendencia burguesa aún conserva cierto valor junto a la proletaria; Fourier, y Owen, que, en el país de la producción capitalista más desarrollada y bajo la impresión de las contraposiciones por ella producidas, desarrolló sistemáticamente sus propuestas para la eliminación de las diferencias de clase, enlazando directamente con el materialismo francés”.

Engels, Federico: “Antiduhring”, “La Revolución de la Ciencia de Eugenio Duhring” (1878), Introducción.
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NOTA: Los subrayados,y textos en cursiva, fechas y aclaraciones entre paréntesis, me pertenecen. RPF.

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