jueves, 21 de enero de 2016

REFLEXIONES SOBRE EL MARXISMO (VII)


A mediados de 1849, la contrarrevolución estaba en marcha en toda Europa. En diciembre,  Marx, de 31 años de edad, se exilió en Londres: Engels, de 28, se dirigió a Manchester a trabajar en la fábrica de hilados de algodón de su padre.

En Francia, la birguesía le alfombraba el camino al restaurador imperial, Luis Napoleón; en Alemania, Bismarck a la cabeza de los “junkers”(terratenentes) prusianos, buscaba la unidad alemana; en Italia, la aristocracia de Saboya, por un lado, y la “Joven Italia” de Giuseppe Mazzini, por otro, perseguían los mismos fines en su país, contra las pretensiones del nuevo Papa –Pío IX, elegido en 1849) que quería conservar a toda costa “la Toscana”, pero con una diferencia: los primeros querían una monarquía constitucional, y los segundos, una república; en España, liberales republicanos contra monárquicos (los “carlistas”) absolutistas continuaban su lucha y en el Reino Unido, que atravesó una severa crisis económica y monetaria entre 1845 y 1852, que provocó una “Gran hambruna” en Irlanda –“plaga de la papa “y derogación de las protectoras Leyes del Trigo, en 1846-, convirtiendo los campos agrícolas de Irlanda, que perdió el 25% de su población por la mortalidad y la emigración, en praderas para la cría de lanares-, asegurando el predominio de la burguesía industrial, el libre comercio y su expresión política, el “Whigh Party” (“Partido Liberal”), liderado por John Russell. En la segunda mitad del siglo XIX, el Reino Unido, bajo el Reinado de Victoria, alcanzaría la cúspide del poder económico mundial.

El otro gran imperio oriental, que conservaba la servidumbre, - la Rusia zxarista-,bajo el reinado de Nicolás Iº, después de derrotar, en 1826 la sublevación decembrista –un movimiento aristocrático-burgués, influido por las doctrinas napoleónicas-,afirmó el absolutismo y emprendió una guerra, en 1828, contra el Imperio Otomano, para limitar su influencia en los Balcanes, las riberas del Mar Negro occidental y el Cáucaso, obteniendo el control de Moldavia,  Georgia y parte de Armenia.

En este contexto, Carlos Marx se radica en la capital de Inglaterra con su familia y se dedica a estudiar a fondo, en el “Museo” a los economistas “clásicos”, que ya había comenzado a leer en 1842, confrontando sus teorías con la realidad económica del capitalismo inglés que tenía ante sus ojos, con la intención de descubrir las leyes que regen el modo de producción capitalista, en un país que era la expresión máxima del sistema.

Definió su métido de investigación como “el avance de lo abstracto a lo concreto”. ¿Qué quiere decir? Recotdemos que Marx era filósofo habiendo abandonado, tempranamente, el idealismo de Hegel,  reteniendo, no obstante, de éste la “lógica dialéctica”, es decir, la concepción del “desarrollo histórico” del mundo. La diferencia radical con Hegel era que mientras para el Maestro era un “fenómeno espiritual-cultural”, para Marx era “desarrollo material de la naturaleza, de la vida y de las sociedades humanas”. Pero Hegel en su “Fenomenología del Espíritu” (1807), expresa que los filósofos, ante la complejidad del mundo, comenzaron a “abstraer” (partes de la Naturaleza), para investigarla (Filosofía del Cosmos, Filosofía de la Física, etc.) y luego el pensamiento realizaba la reconstrucción del todo.

Marx al abordar la economía, siguió este camino. Adam Smith, que era profesor de Moral en la Universidad de Edimburgo (Escocia), comenzó a investigar el capitalismo manufacturero y en 1776 publico su “Investigación de la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones”. Vio en la división del trabajo en los talleres fabriles, la producción de cosas que luego se volcaban en el mercado y cuyo precio era fijado por la oferta y la demanda”. En la fábrica, el empresario y el trabajador eran actores de un proceso común.

Marx, por su parte, ve en la mercancía que va al mercado no un producto común sino una relación social unitaria y contradictoria a la vez.  Esta mercancía “es una relación social cosificada

En un fragmento célebre del Primer Tomo de “El Capital” que titula “El fetichismo de la mercancía y su secreto”, Marx escribe:

“A primera vista, parece como si las mercancías fuesen objetos evidentes y triviales. Pero, analizándolas, vemos, que son objetos muy intrincados, llenos de sutilezas metafísicas y de resabios teológicos. Considerada como  valor de uso,  la mercancía no encierra nada de misterioso, dando lo mismo que la contemplemos desde el punto de vista de un objeto apto para satisfacer necesidades del hombre o que enfoquemos esta propiedad suya como  producto  del trabajo humano. Es evidente que la actividad del hombre hace cambiar a las materias naturales de forma, para servirse de ellas. La forma de la madera, por ejemplo, cambia al convertirla en una mesa. No obstante, la mesa sigue siendo madera, sigue siendo un objeto físico vulgar y corriente. Pero en cuanto empieza a comportarse  como mercancía, la mesa se convierte en un objeto físicamente metafísico”.

(…) “Como vemos, el carácter místico de la mercancía no brota de su valor de uso. Pero tampoco brota del contenido de sus determinaciones de valor. En primer lugar, porque por mucho que difieran los trabajos útiles o actividades productivas, es una verdad fisiológica  incontrovertible que todas esas actividades son funciones del organismo humano y que  cada una de ellas, cualesquiera que sean su contenido y su forma, representa un gasto esencial de cerebro humano, de nervios, músculos, sentidos, etc. En segundo lugar, por lo que se refiere a la magnitud de valor y a lo que sirve para determinarla, o sea, la  duración en el tiempo  de aquel gasto o la  cantidad  de trabajo invertido, es evidente que la  cantidad  se distingue incluso mediante los sentidos de la calidad del trabajo. El tiempo de trabajo necesario para producir sus medios de vida tuvo que interesar por fuerza al hombre en todas las épocas, aunque no le nteresara por igual en las diversas fases de su evolución”.

                                       TEORÍA DEL VALOR

“¿De dónde procede, entonces, el carácter misterioso que presenta el producto del trabajo, tan pronto como reviste forma de mercancía?”
 “Procede, evidentemente, de esta misma forma. En las mercancías, la igualdad de los trabajos humanos asume la forma material de una objetivación igual de valor de los productos del trabajo, el grado en que se gaste la fuerza humana de trabajo, medido por el tiempo de su duración, reviste la forma de magnitud de valor de los productos del trabajo, y, finalmente, las relaciones entre unos y otros productores, relaciones en que se traduce la función social de  sus trabajos, cobran la forma de una relación social entre los propios productos de su trabajo”.

El carácter misterioso de la forma mercancía estriba, por tanto, pura y simplemente, en que proyecta ante los hombres el carácter social del trabajo de éstos como si fuese un carácter material de los propios productos de su trabajo, un don natural social de estos objetos y como si, por tanto, la relación social que media entre los productores y el trabajo colectivo de la sociedad fuese una relación social establecida entre los mismos objetos, al margen de sus productores”. (…),

A esto es a lo que yo llamo el fetichismo bajo el que se presentan los productos del trabajo tan pronto como se crean en forma de mercancías y que es inseparable, por consiguiente, de este modo de producción”.                                     

Si los objetos útiles adoptan la forma de mercancías es, pura y simplemente, porque son  productos de trabajos privados independientes los unos de los otros. El  conjunto de estos trabajos privados forma el trabajo colectivo de la sociedad. Como los productores entran en contacto social al cambiar entre sí los productos de su trabajo, es natural que el carácter específicamente social de sus trabajos privados sólo resalte dentro de este intercambio”.

…” Por eso, para los productores, las relaciones sociales que se establecen entre sus trabajos privados aparecen como lo que son; es decir, no como relaciones directamente sociales de las personas en sus trabajos, sino como relaciones materiales entre personas y relaciones sociales entre cosas”.

…” Lo que ante todo interesa prácticamente a los que cambian unos productos por otros, es saber cuántos productos ajenos obtendrán por el suyo propio, es decir, en qué proporciones se cambiarán unos productos por otros. Tan pronto como estas proporciones cobran, por la fuerza de la costumbre, cierta fijeza, parece como  si brotasen de la propia naturaleza inherente a los productos del trabajo; como si, por
ejemplo, 1 tonelada de hierro encerrase el mismo valor que 2 onzas de oro, del mismo modo que 1 libra de oro y 1 libra de hierro encierran un peso igual, no obstante sus distintas propiedades físicas y químicas. En realidad, el carácter de valor de los productos del trabajo sólo se consolida al funcionar como magnitudes de valor. Estas cambian constantemente, sin que en ello intervengan la voluntad, el conocimiento previo ni los actos de las personas entre quienes se realiza el cambio. Su propio movimiento social cobra a sus ojos la forma de un movimiento de cosas bajo cuyo control están, en vez de ser ellos quienes las controlen. Y hace falta que la producción de mercancías se desarrolle en toda su integridad, para que de la propia experiencia nazca la conciencia científica de que los trabajos privados que se realizan independientemente los unos de los otros, aunque guarden entre sí y en todos sus aspectos una relación de mutua interdependencia, como eslabones elementales que son de la división social del trabajo,
pueden reducirse constantemente a su grado de proporción social, porque en las proporciones fortuitas y sin cesar oscilantes  de cambio  de sus productos se impone siempre como ley natural reguladora el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción, al modo como se impone la ley de la gravedad cuando se le cae a uno la casa encima”.

(…)

La economía política ha analizado, indudablemente, aunque de un modo imperfecto, el concepto del valor y su magnitud, descubriendo el contenido que se escondía bajo estas formas. Pero no se le ha ocurrido preguntarse siquiera por qué este contenido reviste aquella forma, es decir, por qué el trabajo toma cuerpo en el valor y por qué la medida del trabajo según el tiempo de su duración se traduce en la magnitud de valordel producto del trabajo”.

Para el eoconomista burgués el capital se genera en la esfera de la Circulación y la fórmula es:

Capital fijo (instalaciones y maquinarias)+Capital circulante (materias primas y salarios).

El trabajo, que crea el valor, está “cosificado” en la mercancía.

Para Marx, economista del proletariado industrial, el capital se genera en la esfera de la producción y la fórmula es:

Capital Constante (Instalaciones, máquinas y materias primas)+Capital Variable (Salarios)+Plusvalía (Trabajo no pagado).

La fórmula del empresario oculta el trabajo como creador del valor; la de Marx, desentraña esta “cosificación” y la “magnitud” del trabajo, poniendo al desnudo la verdad contenida en la producción de mercancías.

La “descosificación” del trabajo de su objetivación material en la mercancía, así como la identificación de la plusvalía y la posibilidad de medirla con precisión mediante la fórmula  (pl/cv) x 100=, es el mayor descubrimiento de la Economía Política, pues revela el grado de explotación a que pueden ser sometidos los trabajadores durante el proceso de producción.

Engels escribe al finalizar la Introducción del “Amti-Dühring”:

“El socialismo entonces existente era tan incompatible con esa concepción materialista de la historia como pudiera serlo la concepción de la naturaleza propia del materialismo francés con la dialéctica y la nueva ciencia natural. El anterior socialismo criticaba sin duda el modo de producción capitalista existente y sus consecuencias, pero no podía explicar uno ni otras, ni, por tanto, superarlos; tenía que limitarse a condenarlos por dañinos. Se trataba, empero, de exponer ese modo de producción capitalista en su conexión histórica y en su necesidad para un determinado período histórico, o sea también la necesidad de su desaparición, y, por otra parte, de descubrir su carácter interno, que aún seguía oculto, pues la crítica realizada hasta entonces había atendido más a sus malas consecuencias que al proceso de la cosa misma. Todo esto fue posible gracias al descubrimiento de la plusvalía. Con ello se probó que la forma fundamental del modo de producción capitalista y de la explotación del trabajador por él realizada es la apropiación de trabajo no pagado; que el capitalista, incluso cuando compra a su pleno precio la fuerza de trabajo de su obrero, al precio que tiene como mercancía en el mercado, aún recaba a pesar de ello más valor del que por ella pagó; y que esta plusvalía constituye en última instancia la suma de valor por la cual se acumula en las manos de las clases poseedoras la suma de capital en constante aumento. Así quedaban explicados tanto el proceso de la producción capitalista cuanto el de la producción de capital”.

“Debemos a Marx esos dos grandes descubrimientos: la concepción materialista de la historia y la desvelación de los secretos de la producción capitalista. Con ellos se convirtió el socialismo en una ciencia; la tarea es ahora desarrollarla en todos sus detalles y todas sus conexiones”.

El análisis de Marx es el objeto del libro “Critica de la Economía Política”, publicado en 1859 y su resumen incorporado como primer capítulo en el primer tomo de “El Capital”, publicado en 1867.

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En el prólogo de esta edición, Marx explica por qué comenzó la investigación del modo de producción capitalista, por el estudio de la mercancía:

“El principio siempre es duro; esto vale para todas las ciencias. Por eso, la máxima dificultad la constituirá la comprensión del primer capítulo, en particular, los párrafos referentes al análisis de la mercancía. En cuanto a lo que toca especialmente al análisis de la sustancia del valor y de la magnitud del valor he procurado, en la medida de lo posible, exponerlo en forma popular. La forma valor, que llega a su pleno desarrollo en la forma dinero, es muy simple y de poco contenido. No obstante, la inteligencia humana se ha dedicado a investigarla durante más de 2.000 años, sin resultado, mientras que otras formas más complejas y de contenido mucho más rico han sido analizadas, por lo menos aproximadamente, con resultado positivo. Y esto, ¿por qué? Porque es más fácil de estudiar el cuerpo organizado que las células del cuerpo. Además, para analizar las formas económicas, no se puede utilizar ni el microscopio ni los reactivos químicos. La capacidad de abstracción ha de suplir a ambos. Ahora bien: para la sociedad burguesa, la forma mercancía del producto del trabajo o la forma valor de la mercancía son formas económicas celulares. A los espíritus poco cultivados les parece que analizar estas formas significa perderse en minucias. Se trata efectivamente de minucias, pero de minucias como las que son objeto de la anatomía microscópica”.



Marx, por razones de salud, pudo publicar este tomo pero dejó pronto el segundo, dedicado a la Circulación de las Mercancías y, para el tomo III, que trata de la reproducción social del capital, la teoría de la renta de la tierra y el desarrollo del capital financiero, dejó varios cuadernos con textos seleccionados en el Museo de Londres y comentarios, que Engels se encargó de organizar incorporando comentarios de su “propia cosecha”. Estos dos tomos fueron publicados por Engels, después del fallecimiento de Marx en 1883.

Mientras investigaba, Marx se dedicó a una intensa labor pedagógica de sus teorías económicas destinada a la clase trabajadora inglesa y europea a través de conferencias, folletos y artículos. Es muy importante, además, la correspondencia con intelectuales, con dirigentes socialistas alemanes y europeos. Un capítulo especial, es su correspondencia con Engels, radicado en Manchester y sus artículos publicados en el “New York Daily Tribune”, hasta el estallido de la guerra civil, en 1861.

El trabajo de Marx no fue solo el de un intelectual sino, también, un activo militante organizador de primera fila de la Primera Asociación Internacional de Trabajadores, con sede en Londres, fundada en 1864 y que agrupó a sindicalistas ingleses, franceses e italianos, pertenecientes a diferentes corrientes doctrinarias. En este terreno fue particularmente tenso el enfrentamiento entre la corriente anarquista liderada por Mijail Bakunin y la socialista científica, encabezada por Marx.

La derrota de la Comuna de París, en 1871, fue un duro golpe para esta Primera Internacional que se disolvió en 1876. También fue un severo golpe para Marx y Engels, la fusión de las dos corrientes socialistas alemanas –la Asociación General de Trabajadores Alemanes, organización anti-marxista, fundada por Ferdinando Lasalle en 1863 y el Partido Socialista Obrero de Alemania a cuyo frente se encontraban August Bebel y Wilhelm Liebknecht, en el Congreso de Gotha en 1875.  El Partido Socialdemócrata Alemán, resultado de esta fusión, renunciaba a la vía revolucionaria sostenida por Marx y Engels optando por la vía parlamentaria-evolucionista, en el contexto del Imperio Alemán, con un liderazgo autocrático, bajo la férrea conducción del Canciller, Otto Bismarck. Aunque el Partido fue ilegalizado en 1878, por su prédica republicana, continuó presentando candidatos independientes que integraron el Reichstag, un Poder legislativo con una variedad de limitaciones. El teórico de este viraje doctrinario de la Corriente de Eisenach (Bebel-Liebknecht), criticado severamente por Marx y Engels,  fue Edouard Bernstein. Lasalle había muerto en 1864 en un duelo, por “asunto de faldas”.

Los partidos socialistas de Europa Occidental, convocados por la Socialdemocracia Alemana, fundaron en el Congreso de París, el 14 de Julio de 1889 –Centenario de la caída de La Bastilla-, la Segunda Internacional para coordinar sus actividades. Si bien su integración estaba abierta a todas las corrientes ideológicas, cinco años más tarde fueron expulsados los anarquistas. Su programa era reformista del sistema capitalista como el Programa de Gotha.

En 1890, el Partido Socialdemócrata Alemán fue nuevamente legalizado y, el año siguiente, realizó un Congreso en la ciudad de Erfurt donde, bajo la influencia del joven teórico, Karl Kautsky, adoptó  posiciones netamente marxistas en cuanto a reivindicaciones económicas y sociales, pero continuó asumiendo que la transformación socialista de la sociedad debía ser efectuada por un gobierno legitimado por elecciones democráticas,m sin mencionar la reforma de la Constitución Imperial.

Engels comenta: “Aún si se aceptaran las reivindicaciones sociales, las reivindicaciones políticas del proyecto tienen un gran defecto (…) la Constitución del Imperio es una simple copia de la Constitución prusiana de 1850, Constitución en cuyos artículos ha hallado expresión la más extrema reacción, Constitución que concede toda la plenitud de poder al gobierno, mientras que las cámaras no poseen siquiera el derecho de rechazar los impuestos… el gobierno podía hacer todo lo que se le antojaba. Los derechos del Reichstag son exactamente los mismos que los de la Cámara prusiana, y precisamente por eso Liebknecht denominó el Reichstag hoja de parra del absolutismo”.

Estos distancamientos de su doctrina no arredraron a Marx ni a Engels que polemizxaron duramente con sus críticos pero la salud de Marx se fue deteriorando de forma tal que acabó con su vida. Engels, que le sobrevivió 12 años, continuó la lucha, publicando el segundo tomo de “El Capital” en 1885 y el Tomo III, en 1894.

Engels se dedicó, además, en este período, a sistematizar la nueva filosofía Materialista Dialéctica, que había comenzado, en vida de Marx, con el “Anti-Dunring”, en 1877- Son muy importantes para la comprenensión de la misma, obras como “Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (1886) y “El Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” (1891). Con la misma preocupación, Engels había escrito en 1876, “El papel de la mano en la transformación del mono en hombre”.

La atención puesta por Engels al materialismo dialéctico, es porque veía en el retorno al idealismo filosófico, la causa de la línea reformista adoptada por los partidos socialistas, transformados ahora en Socialdemócratas y, en el otro extremo por la difusión de las tácticas de lucha del anarquismo.

No obstante, la teoría económica marxista, contenida en “El Capital”, tomo I, fue traducida a varias lenguas y circuló clandestinamente en toda Europa, Estados Unidos y América Latina. La primera traducción al español del alemán, fue realizada en Buenos Aires por el médico argentino Juan B.  Justo, fundador del Partido Socialista Argentino (1896) y publicada en 1898.

  


miércoles, 13 de enero de 2016

REFLEXIONES SOBRE EL MARXISMO (IX)



En febrero de 1848, estalló la tercera revolución social en Francia. La primera, en 1789, la burguesía desplazó del poder político a la nobleza. Los vencedores le ofrecieron el poder monárquico nominal a la rama mayor de los Borbones que lo rechazó, salvo la rama menor de los Orleans; la segunda revolución fue en 1830 y la burguesía vencedora, le ofreció la Corona al Duque de Orleans, que aceptó compartir el poder (Monarquía Constitucional de Juliio). En estas revolución participó una clase obrera en formación y por lo tanto débil.

En la tercera -23-25 de febrero de 1848-, la clase obrera era más fuerte y logró integrar el Gobierno Provisional. La agitación de las masas descontentas era general en los principales países de Europa: Austria, Alemania, Francia y el Reino Unido. Las malas cosechas de cereales, el usurero costo del crédito, controlado por una banca privada leonina, los altos precios de la canasta básica y la desocupación, fueron los factores que precipitaron la coincidencia de la burguesía con las capas medias bajas y la clase trabajadora.

Escribe Marx en “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850”: “El otro gran acontecimiento económico que aceleró el estallido de la revolución fue una crisis general del comercio y de la industria en Inglaterra; anunciada ya en el otoño de 1845 por la quiebra general de los especuladores de acciones ferroviarias, contenida durante el año 1846 gracias a una serie de circunstancias meramente accidentales —como la inminente derogación de los aranceles cerealistas—, estalló, por fin, en el otoño de 1847, con las quiebras de los grandes comerciantes en productos coloniales de Londres, a las que siguieron muy de cerca las de los Bancos agrarios y los cierres de fábricas en los distritos industriales de Inglaterra. Todavía no se había apagado la repercusión de esta crisis en el continente, cuando estalló la revolución de Febrero”.

En Francia, el pacto entre la alta burguesía y la nobleza, de 1830, buscó la sustentación de la economía en una expansión de sus territorios coloniales, en el espacio que le permitía el Reino Unido y un comercio ultramarino financiado por una aristocracia bancaria. Entre los estrategas de esta política, se encontraban dos historiadores importantes: Adolfo Thiers, que fue primer Ministro en 1836  y, especialmente, François Guizot, “el cerebro pensante detrás del Trono”, de 1840 a 1847 y primer Ministro hasta el derrocamiento de la monarquía por la Revolución.  

                           MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA

Carlos Marx y Federico Engels seguían los acontecimiento desde Bruselas y, con la finalidad de orientar a la clase trabajadora francesa, prepararon para la “Liga de los Comunistas” un “Manifiesto” cuya tesis central era “Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es la historia de la lucha de clases”, fundamentada con una breve síntesis de esa evolución, exponiendo así la concepción materialista de la historia que habían desarrollado dos años antes en su crítica a “La Ideología Alemana”.

En su primera parte, el texto es el siguiente:

 “Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo. Contra este espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes”.

“No hay un solo partido de oposición a quien los adversarios gobernantes no motejen de comunista, ni un solo partido de oposición que no lance al rostro de las oposiciones más avanzadas, lo mismo que a los enemigos reaccionarios, la acusación estigmatizante de comunismo”.

De este hecho se desprenden dos consecuencias”:

“La primera es que el comunismo se halla ya reconocido como una potencia por todas las potencias europeas”.

La segunda, que es ya hora de que los comunistas expresen a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones, saliendo así al paso de esa leyenda del espectro comunista con un manifiesto de su partido”.

“Con este fin se han congregado en Londres  los representantes comunistas de diferentes países y redactado el siguiente Manifiesto, que aparecerá en lengua inglesa, francesa, alemana, italiana, flamenca y danesa”.
-          I -
BURGUESES Y PROLETARIOS

“Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad , es una historia de luchas de clases”.

“Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes”.

“En los tiempos históricos nos encontramos a la sociedad dividida casi por doquier en una serie de estamentos , dentro de cada uno de los cuales reina, a su vez, una nueva jerarquía social de grados y posiciones.  En la Roma antigua son los patricios, los équites, los plebeyos, los esclavos; en la Edad Media, los señores feudales, los vasallos, los maestros y los oficiales de los gremios, los siervos de la gleba, y dentro de cada una de esas clases todavía nos encontramos con nuevos matices y gradaciones”.

“La moderna sociedad burguesa que se alza sobre las ruinas de la sociedad feudal no ha abolido los antagonismos de clase.  Lo que ha hecho ha sido crear nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas modalidades de lucha, que han venido a sustituir a las antiguas”.

“Sin embargo, nuestra época, la época de la burguesía, se caracteriza por haber simplificado estos antagonismos de clase.  Hoy, toda la sociedad tiende a separarse, cada vez más abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases antagónicas: la burguesía y el proletariado”.

“De los siervos de la gleba de la Edad Media surgieron los “villanos” de las primeras ciudades; y estos villanos fueron el germen de donde brotaron los primeros elementos de la burguesía”.

“El descubrimiento de América, la circunnavegación de Africa abrieron nuevos horizontes e imprimieron nuevo impulso a la burguesía.  El mercado de China y de las Indias orientales, la colonización de América, el intercambio con las colonias, el incremento de los medios de cambio y de las mercaderías en general, dieron al comercio, a la navegación, a la industria, un empuje jamás conocido, atizando con ello el elemento revolucionario que se escondía en el seno de la sociedad feudal en descomposición”.

“El régimen feudal o gremial de producción que seguía imperando no bastaba ya para cubrir las necesidades que abrían los nuevos mercados.  Vino a ocupar su puesto la manufactura.  Los maestros de los gremios se vieron desplazados por la clase media industrial, y la división del trabajo entre las diversas corporaciones fue suplantada por la división del trabajo dentro de cada taller”.

“Pero los mercados seguían dilatándose, las necesidades seguían creciendo.  Ya no bastaba tampoco la manufactura. El invento del vapor y la maquinaria vinieron a revolucionar el régimen industrial de producción.  La manufactura cedió el puesto a la gran industria moderna, y la clase media industrial hubo de dejar paso a los magnates de la industria, jefes de grandes ejércitos industriales, a los burgueses modernos”.

“La gran industria creó el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América.  El mercado mundial imprimió un gigantesco impulso al comercio, a la navegación, a las comunicaciones por tierra.  A su vez, estos, progresos redundaron considerablemente en provecho de la industria, y en la misma proporción en que se dilataban la industria, el comercio, la navegación, los ferrocarriles, se desarrollaba la burguesía, crecían sus capitales, iba desplazando y esfumando a todas las clases heredadas de la Edad Media”.

“Vemos, pues, que la moderna burguesía es, como lo fueron en su tiempo las otras clases, producto de un largo proceso histórico, fruto de una serie de transformaciones radicales operadas en el régimen de cambio y de producción”.

A cada etapa de avance recorrida por la burguesía corresponde una nueva etapa de progreso político.  Clase oprimida bajo el mando de los señores feudales, la burguesía forma en la “comuna”  una asociación autónoma y armada para la defensa de sus intereses; en unos sitios se organiza en repúblicas municipales independientes; en otros forma el tercer estado tributario de las monarquías; en la época de la manufactura es el contrapeso de la nobleza dentro de la monarquía feudal o absoluta y el fundamento de las grandes monarquías en general, hasta que, por último, implantada la gran industria y abiertos los cauces del mercado mundial, se conquista la hegemonía política y crea el moderno Estado representativo.  Hoy, el Poder público viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa.

“La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario”.

“Dondequiera que se instauró, echó por tierra todas las instituciones feudales, patriarcales e idílicas. Desgarró implacablemente los abigarrados lazos feudales que unían al hombre con sus superiores naturales y no dejó en pie más vínculo que el del interés escueto, el del dinero contante y sonante, que no tiene entrañas.  Echó por encima del santo temor de Dios, de la devoción mística y piadosa, del ardor caballeresco y la tímida melancolía del buen burgués, el jarro de agua helada de sus cálculos egoístas.  Enterró la dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar.  Sustituyó, para decirlo de una vez, un régimen de explotación, velado por los cendales de las ilusiones políticas y religiosas, por un régimen franco, descarado, directo, escueto, de explotación”.

La burguesía despojó de su halo de santidad a todo lo que antes se tenía por venerable y digno de piadoso acontecimiento. Convirtió en sus servidores asalariados al médico, al jurista, al poeta, al sacerdote, al hombre de ciencia”.

“La burguesía desgarró los velos emotivos y sentimentales que envolvían la familia y puso al desnudo la realidad económica de las relaciones familiares” .

“La burguesía vino a demostrar que aquellos alardes de fuerza bruta que la reacción tanto admira en la Edad Media tenían su complemento cumplido en la haraganería más indolente.  Hasta que ella no lo reveló no supimos cuánto podía dar de sí el trabajo del hombre.  La burguesía ha producido maravillas mucho mayores que las pirámides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales góticas; ha acometido y dado cima a empresas mucho más grandiosas que las emigraciones de los pueblos y las cruzadas”.

“La burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social.  Lo contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenían todas por condición primaria de vida la intangibilidad del régimen de producción vigente.  La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes.  Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de echar raíces.  Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás”.

“La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesía de una punta o otra del planeta. Por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones”.

“La burguesía, al explotar el mercado mundial, da a la producción y al consumo de todos los países un sello cosmopolita. Entre los lamentos de los reaccionarios destruye los cimientos nacionales de la industria. Las viejas industrias nacionales se vienen a tierra, arrolladas por otras nuevas, cuya instauración es problema vital para todas las naciones civilizadas; por industrias que ya no transforman como antes las materias primas del país, sino las traídas de los climas más lejanos y cuyos productos encuentran salida no sólo dentro de las fronteras, sino en todas las partes del mundo.  Brotan necesidades nuevas que ya no bastan a satisfacer, como en otro tiempo, los frutos del país, sino que reclaman para su satisfacción los productos de tierras remotas. Ya no reina aquel mercado local y nacional que se bastaba así mismo y donde no entraba nada de fuera; ahora, la red del comercio es universal y en ella entran, unidas por vínculos de interdependencia, todas las naciones. Y lo que acontece con la producción material, acontece también con la del espíritu. Los productos espirituales de las diferentes naciones vienen a formar un acervo común.  Las limitaciones y peculiaridades del carácter nacional van pasando a segundo plano, y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una literatura universal”.

“La burguesía, con el rápido perfeccionamiento de todos los medios de producción, con las facilidades increíbles de su red de comunicaciones, lleva la civilización hasta a las naciones más salvajes. El bajo precio de sus mercancías es la artillería pesada con la que derrumba todas las murallas de la China, con la que obliga a capitular a las tribus bárbaras más ariscas en su odio contra el extranjero. Obliga a todas las naciones a abrazar el régimen de producción de la burguesía o perecer; las obliga a implantar en su propio seno la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas.  Crea un mundo hecho a su imagen y semejanza”.

“La burguesía somete el campo al imperio de la ciudad.  Crea ciudades enormes, intensifica la población urbana en una fuerte proporción respecto a la campesina y arranca a una parte considerable de la gente del campo al cretinismo de la vida rural.  Y del mismo modo que somete el campo a la ciudad, somete los pueblos bárbaros y semibárbaros a las naciones civilizadas, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente”.

“La burguesía va aglutinando cada vez más los medios de producción, la propiedad y los habitantes del país.  Aglomera la población, centraliza los medios de producción y concentra en manos de unos cuantos la propiedad.  Este proceso tenía que conducir, por fuerza lógica, a un régimen de centralización política.  Territorios antes independientes, apenas aliados, con intereses distintos, distintas leyes, gobiernos autónomos y líneas aduaneras propias, se asocian y refunden en una nación única, bajo un Gobierno, una ley, un interés nacional de clase y una sola línea aduanera”.

“En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sometimiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por ensalmo... ¿Quién, en los pasados siglos, pudo sospechar siquiera que en el regazo de la sociedad fecundada por el trabajo del hombre yaciesen soterradas tantas y tales energías y elementos de producción?

“Hemos visto que los medios de producción y de transporte sobre los cuales se desarrolló la burguesía brotaron en el seno de la sociedad feudal.  Cuando estos medios de transporte y de producción alcanzaron una determinada fase en su desarrollo, resultó que las condiciones en que la sociedad feudal producía y comerciaba, la organización feudal de la agricultura y la manufactura, en una palabra, el régimen feudal de la propiedad, no correspondían ya al estado progresivo de las fuerzas productivas.  Obstruían la producción en vez de fomentarla. Se habían convertido en otras tantas trabas para su desenvolvimiento.  Era menester hacerlas saltar, y saltaron”.

“Vino a ocupar su puesto la libre concurrencia, con la constitución política y social a ella adecuada, en la que se revelaba ya la hegemonía económica y política de la clase burguesa”.

“Pues bien: ante nuestros ojos se desarrolla hoy un espectáculo semejante.  Las condiciones de producción y de cambio de la burguesía, el régimen burgués de la propiedad, la moderna sociedad burguesa, que ha sabido hacer brotar como por encanto tan fabulosos medios de producción y de transporte, recuerda al brujo impotente para dominar los espíritus subterráneos que conjuróDesde hace varias décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de las modernas fuerzas productivas que se rebelan contra el régimen vigente de producción, contra el régimen de la propiedad, donde residen las condiciones de vida y de predominio político de la burguesía.  Basta mencionar las crisis comerciales, cuya periódica reiteración supone un peligro cada vez mayor para la existencia de la sociedad burguesa toda. Las crisis comerciales, además de destruir una gran parte de los productos elaborados, aniquilan una parte considerable de las fuerzas productivas existentes.  En esas crisis se desata una epidemia social que a cualquiera de las épocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la epidemia de la superproducción. La sociedad se ve retrotraída repentinamente a un estado de barbarie momentánea; se diría que una plaga de hambre o una gran guerra aniquiladora la han dejado esquilmado, sin recursos para subsistir; la industria, el comercio están a punto de perecer. ¿Y todo por qué?  Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio.  Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya para fomentar el régimen burgués de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir a este régimen, que embaraza su desarrollo.  Y tan pronto como logran vencer este obstáculo, siembran el desorden en la sociedad burguesa, amenazan dar al traste con el régimen burgués de la propiedad. Las condiciones sociales burguesas resultan ya demasiado angostas para abarcar la riqueza por ellas engendrada. ¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía?  De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistándose nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos.  Es decir, que remedia unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas”.

“Las armas con que la burguesía derribó al feudalismo se vuelven ahora contra ella”.

“Y la burguesía no sólo forja las armas que han de darle la muerte, sino que, además, pone en pie a los hombres llamados a manejarlas: estos hombres son los obreros, los proletarios”.

“En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, desarrollase también el proletariado, esa clase obrera moderna que sólo puede vivir encontrando trabajo y que sólo encuentra trabajo en la medida en que éste alimenta a incremento el capital.  El obrero, obligado a venderse a trozos, es una mercancía como otra cualquiera, sujeta, por tanto, a todos los cambios y modalidades de la concurrencia, a todas las fluctuaciones del mercado”.

“La extensión de la maquinaria y la división del trabajo quitan a éste, en el régimen proletario actual, todo carácter autónomo, toda libre iniciativa y todo encanto para el obrero. El trabajador se convierte en un simple resorte de la máquina, del que sólo se exige una operación mecánica, monótona, de fácil aprendizaje. Por eso, los gastos que supone un obrero se reducen, sobre poco más o menos, al mínimo de lo que necesita para vivir y para perpetuar su raza.  Y ya se sabe que el precio de una mercancía, y como una de tantas el trabajo , equivale a su coste de producción.  Cuanto más repelente es el trabajo, tanto más disminuye el salario pagado al obrero. Más aún: cuanto más aumentan la maquinaria y la división del trabajo, tanto más aumenta también éste, bien porque se alargue la jornada, bien porque se intensifique el rendimiento exigido, se acelere la marcha de las máquinas, etc.”

“La industria moderna ha convertido el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del magnate capitalista.  Las masas obreras concentradas en la fábrica son sometidas a una organización y disciplina militares.  Los obreros, soldados rasos de la industria, trabajan bajo el mando de toda una jerarquía de sargentos, oficiales y jefes.  No son sólo siervos de la burguesía y del Estado burgués, sino que están todos los días y a todas horas bajo el yugo esclavizador de la máquina, del contramaestre, y sobre todo, del industrial burgués dueño de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, más execrable, más indignante, cuanta mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro”.

“Cuanto menores son la habilidad y la fuerza que reclama el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo adquirido por la moderna industria, también es mayor la proporción en que el trabajo de la mujer y el niño desplaza al del hombre.  Socialmente, ya no rigen para la clase obrera esas diferencias de edad y de sexo.  Son todos, hombres, mujeres y niños, meros instrumentos de trabajo, entre los cuales no hay más diferencia que la del coste”.

“Y cuando ya la explotación del obrero por el fabricante ha dado su fruto y aquél recibe el salario, caen sobre él los otros representantes de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etc.”

“Toda una serie de elementos modestos que venían perteneciendo a la clase media, pequeños industriales, comerciantes y rentistas, artesanos y labriegos, son absorbidos por el proletariado; unos, porque su pequeño caudal no basta para alimentar las exigencias de la gran industria y sucumben arrollados por la competencia de los capitales más fuertes, y otros porque sus aptitudes quedan sepultadas bajo los nuevos progresos de la producción.  Todas las clases sociales contribuyen, pues, a nutrir las filas del proletariado”.

“El proletariado recorre diversas etapas antes de fortificarse y consolidarse.  Pero su lucha contra la burguesía data del instante mismo de su existencia”.

“Al principio son obreros aislados; luego, los de una fábrica; luego, los de todas una rama de trabajo, los que se enfrentan, en una localidad, con el burgués que personalmente los explota.  Sus ataques no van sólo contra el régimen burgués de producción, van también contra los propios instrumentos de la producción; los obreros, sublevados, destruyen las mercancías ajenas que les hacen la competencia, destrozan las máquinas, pegan fuego a las fábricas, pugnan por volver a la situación, ya enterrada, del obrero medieval”.

“En esta primera etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y desunida por la concurrencia. Las concentraciones de masas de obreros no son todavía fruto de su propia unión, sino fruto de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus fines políticos propios tiene que poner en movimiento -cosa que todavía logra- a todo el proletariado. En esta etapa, los proletarios no combaten contra sus enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, contra los vestigios de la monarquía absoluta, los grandes señores de la tierra, los burgueses no industriales, los pequeños burgueses. La marcha de la historia está toda concentrada en manos de la burguesía, y cada triunfo así alcanzado es un triunfo de la clase burguesa”.

“Sin embargo, el desarrollo de la industria no sólo nutre las filas del proletariado, sino que las aprieta y concentra; sus fuerzas crecen, y crece también la conciencia de ellas.  Y al paso que la maquinaria va borrando las diferencias y categorías en el trabajo y reduciendo los salarios casi en todas partes a un nivel bajísimo y uniforme, van nivelándose también los intereses y las condiciones de vida dentro del proletariado.  La competencia, cada vez más aguda, desatada entre la burguesía, y las crisis comerciales que desencadena, hacen cada vez más inseguro el salario del obrero; los progresos incesantes y cada día más veloces del maquinismo aumentan gradualmente la inseguridad de su existencia; las colisiones entre obreros y burgueses aislados van tomando el carácter, cada vez más señalado, de colisiones entre dos clases.  Los obreros empiezan a coaligarse contra los burgueses, se asocian y unen para la defensa de sus salarios. Crean organizaciones permanentes para pertrecharse en previsión de posibles batallas. De vez en cuando estallan revueltas y sublevaciones”.

“Los obreros arrancan algún triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera.  Coadyuvan a ello los medios cada vez más fáciles de comunicación, creados por la gran industria y que sirven para poner en contacto a los obreros de las diversas regiones y localidades.  Gracias a este contacto, las múltiples acciones locales, que en todas partes presentan idéntico carácter, se convierten en un movimiento nacional, en una lucha de clases.  Y toda lucha de clases es una acción política.  Las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, necesitaron siglos enteros para unirse con las demás; el proletariado moderno, gracias a los ferrocarriles, ha creado su unión en unos cuantos años”.

“Esta organización de los proletarios como clase, que tanto vale decir como partido político, se ve minada a cada momento por la concurrencia desatada entre los propios obreros.  Pero avanza y triunfa siempre, a pesar de todo, cada vez más fuerte, más firme, más pujante.  Y aprovechándose de las discordias que surgen en el seno de la burguesía, impone la sanción legal de sus intereses propios.  Así nace en Inglaterra la ley de la jornada de diez horas”.

“Las colisiones producidas entre las fuerzas de la antigua sociedad imprimen nuevos impulsos al proletariado. La burguesía lucha incesantemente: primero, contra la aristocracia; luego, contra aquellos sectores de la propia burguesía cuyos intereses chocan con los progresos de la industria, y siempre contra la burguesía de los demás países. Para librar estos combates no tiene más remedio que apelar al proletariado, reclamar su auxilio, arrastrándolo así a la palestra política. Y de este modo, le suministra elementos de fuerza, es decir, armas contra sí misma”.

“Además, como hemos visto, los progresos de la industria traen a las filas proletarias a toda una serie de elementos de la clase gobernante, o a lo menos los colocan en las mismas condiciones de vida. Y estos elementos suministran al proletariado nuevas fuerzas”.

“Finalmente, en aquellos períodos en que la lucha de clases está a punto de decidirse, es tan violento y tan claro el proceso de desintegración de la clase gobernante latente en el seno de la sociedad antigua, que una pequeña parte de esa clase se desprende de ella y abraza la causa revolucionaria, pasándose a la clase que tiene en sus manos el porvenir.  Y así como antes una parte de la nobleza se pasaba a la burguesía, ahora una parte de la burguesía se pasa al campo del proletariado; en este tránsito rompen la marcha los intelectuales burgueses, que, analizando teóricamente el curso de la historia, han logrado ver claro en sus derroteros”.

“De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía no hay más que una verdaderamente revolucionaria: el proletariado.  Las demás perecen y desaparecen con la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto genuino y peculiar”.

“Los elementos de las clases medias, el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el labriego, todos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales clases. No son, pues, revolucionarios, sino conservadoresMás todavía, reaccionarios, pues pretenden volver atrás la rueda de la historia.  Todo lo que tienen de revolucionario es lo que mira a su tránsito inminente al proletariado; con esa actitud no defienden sus intereses actuales, sino los futuros; se despojan de su posición propia para abrazar la del proletariado”.

“El proletariado andrajoso , esa putrefacción pasiva de las capas más bajas de la vieja sociedad, se verá arrastrado en parte al movimiento por una revolución proletaria, si bien las condiciones todas de su vida lo hacen más propicio a dejarse comprar como instrumento de manejos reaccionarios”.

“Las condiciones de vida de la vieja sociedad aparecen ya destruidas en las condiciones de vida del proletariado.  El proletario carece de bienes.  Sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen ya nada de común con las relaciones familiares burguesas; la producción industrial moderna, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Alemania que en Norteamérica, borra en él todo carácter nacional.  Las leyes, la moral, la religión, son para él otros tantos prejuicios burgueses tras los que anidan otros tantos intereses de la burguesía.  Todas las clases que le precedieron y conquistaron el Poder procuraron consolidar las posiciones adquiridas sometiendo a la sociedad entera a su régimen de adquisición.  Los proletarios sólo pueden conquistar para sí las fuerzas sociales de la producción aboliendo el régimen adquisitivo a que se hallan sujetos, y con él todo el régimen de apropiación de la sociedad.  Los proletarios no tienen nada propio que asegurar, sino destruir todos los aseguramientos y seguridades privadas de los demás”.

“Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría.  El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa.  El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial”.

“Por su forma, aunque no por su contenido, la campaña del proletariado contra la burguesía empieza siendo nacional.  Es lógico que el proletariado de cada país ajuste ante todo las cuentas con su propia burguesía”.

“Al esbozar, en líneas muy generales, las diferentes fases de desarrollo del proletariado, hemos seguido las incidencias de la guerra civil más o menos embozada que se plantea en el seno de la sociedad vigente hasta el momento en que esta guerra civil desencadena una revolución abierta y franca, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, echa las bases de su poder”.

“Hasta hoy, toda sociedad descansó, como hemos visto, en el antagonismo entre las clases oprimidas y las opresoras.  Mas para poder oprimir a una clase es menester asegurarle, por lo menos, las condiciones indispensables de vida, pues de otro modo se extinguiría, y con ella su esclavizamiento. El siervo de la gleba se vio exaltado a miembro del municipio sin salir de la servidumbre, como el villano convertido en burgués bajo el yugo del absolutismo feudal.  La situación del obrero moderno es muy distinta, pues lejos de mejorar conforme progresa la industria, decae y empeora por debajo del nivel de su propia clase. El obrero se depaupera, y el pauperismo se desarrolla en proporciones mucho mayores que la población y la riquezaHe ahí una prueba palmaria de la incapacidad de la burguesía para seguir gobernando la sociedad e imponiendo a ésta por norma las condiciones de su vida como clase.  Es incapaz de gobernar, porque es incapaz de garantizar a sus esclavos la existencia ni aun dentro de su esclavitud, porque se ve forzada a dejarlos llegar hasta una situación de desamparo en que no tiene más remedio que mantenerles, cuando son ellos quienes debieran mantenerla a ella.  La sociedad no puede seguir viviendo bajo el imperio de esa clase; la vida de la burguesía se ha hecho incompatible con la sociedad.

“La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, la formación e incremento constante del capital; y éste, a su vez, no puede existir sin el trabajo asalariado.  El trabajo asalariado Presupone, inevitablemente, la concurrencia de los obreros entre sí.  Los progresos de la industria, que tienen por cauce automático y espontáneo a la burguesía, imponen, en vez del aislamiento de los obreros por la concurrencia, su unión revolucionaria por la organización.  Y así, al desarrollarse la gran industria, la burguesía ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre que produce y se apropia lo producido. Y a la par que avanza, se cava su fosa y cría a sus propios enterradores.  Su muerte y el triunfo del proletariado sin igualmente inevitables”.

                                         -o-o-o-o-

En la segunda parte, Marx y Engels se refieren a las relaciones entre proletarios y comunistas; en la tercrera, a la literatura socialista y comunista, y en la cuarta, a la actitud de los comunistas ante los otros partidos de la oposición.

El documento finaliza, con el llamamiento:     

                “¡Proletarios de todos los Países, uníos!” .


“El espectro del comunismo recorre el mundo”, sostenían Marx y Engels en el comienzo del “Manifiesto”. Este “espectro” venía de lejos y medio siglo antes había sido proclamado por la “Conspiración de los Iguales”, de Gracchus Babeuf. Las grandes masas explotadas buscaban un nuevo sistema social que superara al capitalismo, pero dichos anhelos eran “utópicos”, por carecer de una base económica científica que indicaba que la fórmula adecuada era la apropiación de los medios de producción , en poder de la minoría burguesa y la aristocracia financiera, por la sociedad.

Los trabajadores franceses, a comienzos de 1848, tenían la fuerza y la experiencia de dos revoluciones anteriores pero les faltaba claridad estratégica para seguir el camino correcto. Em el prólogo de Engels al libro de Marx sobre estos acontecimientos que terminaron en una derrota y en la restauración imperial de Luis Bonaparte –“Las luchas de clases en Francia, de 1848 a 1850”, se refiere a este punto:

“Hasta en París, las mismas masas proletarias ignoraban en absoluto, incluso después del triunfo, el camino que había que seguir. Y, sin embargo, el movimiento estaba allí, instintivo, espontáneo, incontenible. ¿No era ésta precisamente la situación en que una revolución tenía que triunfar, dirigida, es verdad, por una minoría; pero esta vez no en interés de la minoría, sino en el más genuino interés de la mayoría? Si en todos los períodos revolucionarios más o menos prolongados, las grandes masas del pueblo se dejaban ganar tan fácilmente por las vanas promesas, con tal de que fuesen plausibles, de las minorías ambiciosas, ¿cómo habían de ser menos accesibles a unas ideas que eran el más fiel reflejo de su situación económica, que no eran más que la expresión clara y racional de sus propias necesidades, que ellas mismas aún no comprendían y que sólo empezaban a sentir de un modo vago? Cierto es que este espíritu revolucionario de las masas había ido seguido casi siempre, y por lo general muy pronto, de un cansancio e incluso de una reacción en sentido contrario en cuanto se disipaba la ilusión y se producía el desengaño. Pero aquí no se trataba de promesas vanas, sino de la realización de los intereses más genuinos de la gran mayoría misma; intereses que por aquel entonces esta gran mayoría distaba mucho de ver claros, pero que no había de tardar en ver con suficiente claridad, convenciéndose por sus propios ojos al llevarlos a la práctica”.

Las reivindicación revolucionaria del proletariado fue “el derecho al trabajo” y Marx, en la obra citada (Capítulo II) dice lo siguiente:

“Pero detrás del derecho al trabajo está el poder sobre el capital, y detrás del poder sobre el capital la apropiación de los medios de producción, su sumisión a la clase obrera asociada, y por consiguiente la abolición tanto del trabajo asalariado como del capital y de sus relaciones mutuas».

Sin embargo, este camino tan claro para Marx, no fue seguido por el proletariado y, a continuación explica por qué:

“Este Gobierno provisional, que se levantó sobre las barricadas de Febrero, reflejaba necesariamente, en su composición, los distintos partidos que se repartían la victoria. No podía ser otra cosa más que una transacción entre las diversas clases que habían derribado conjuntamente la monarquía de Julio, pero cuyos intereses se contraponían hostilmente. Su gran mayoría estaba formada por representantes de la burguesía. La pequeña burguesía republicana, representada por Ledru-Rollin y Flocon; la burguesía republicana, por los hombres del "National" ; la oposición dinástica, por Crémieux, Dupont de l'Eure, etc. La clase obrera no tenía más que dos representantes: Luis Blanc y Albert. Finalmente, Lamartine no representaba propiamente en el Gobierno provisional ningún interés real, ninguna clase determinada: era la misma revolución de Febrero, el levantamiento conjunto, con sus ilusiones, su poesía, su contenido imaginario y sus frases. Por lo demás, el portavoz de la revolución de Febrero pertenecía, tanto por su posición como por sus ideas, a la burguesía”.

“Si París, en virtud de la centralización política, domina a Francia, los obreros, en los momentos de sacudidas revolucionarias, dominan a París. El primer acto del Gobierno provisional al nacer fue el intento de substraerse a esta influencia arrolladora, apelando del París embriagado a la serena Francia. Lamartine discutía a los luchadores de las barricadas el derecho a proclamar la República, alegando que esto sólo podía hacerlo la mayoría de los franceses, había que esperar a que éstos votasen, y el proletariado de París no debía manchar su victoria con una usurpación. La burguesía sólo consiente al proletariado una usurpación: la de la lucha”.

El 25 de febrero fue proclamada la República sobre la base del sufragio universal.  Marx comenta en la obra citada:  “Se había cancelado hasta el recuerdo de los fines y móviles limitados que habían empujado a la burguesía a la revolución de Febrero. En vez de unas cuantas fracciones de la burguesía, todas las clases de la sociedad francesa se vieron de pronto lanzadas al ruedo del poder político, obligadas a abandonar los palcos, el patio de butacas y la galería y a actuar personalmente en la escena revolucionaria. Con la monarquía constitucional, había desaparecido también toda apariencia de un poder estatal independiente de la sociedad burguesa y toda la serie de luchas derivadas que el mantenimiento de esta apariencia provoca”.

“El proletariado, al dictar la República al Gobierno provisional y, a través del Gobierno provisional, a toda Francia, apareció inmediatamente en primer plano como partido independiente, pero, al mismo tiempo, lanzó un desafío a toda la Francia burguesa. Lo que el proletariado conquistaba era el terreno para luchar por su emancipación revolucionaria, pero no, ni mucho menos, esta emancipación misma”.

“Lejos de ello, la República de Febrero, tenía, antes que nada, que completar la dominación de la burguesía, incorporando a la esfera del poder político, junto a la aristocracia financiera, a todas las clases poseedoras. La mayoría de los grandes terratenientes, los legitimistas, fueron emancipados de la nulidad política a que los había condenado la monarquía de Julio. No en vano la "Gazette de France" había hecho agitación juntamente con los periódicos de la oposición, no en vano La Rochejacquelein, en la sesión de la Cámara de los Diputados del 24 de febrero, había abrazado la causa de la revolución. Mediante el sufragio universal (masculino), los propietarios nominales, que forman la gran mayoría de Francia, los campesinos, se erigieron en árbitros de los destinos del país. Finalmente, la República de Febrero, al derribar la corona, detrás de la que se escondía el capital, hizo que se manifestase en su forma pura la dominación de la burguesía”.

Este objetivo se fue cumpliendo y el sufragio universal masculino eligió Presidente de la República, el 10 de diciembre de 1848, a Luis Bonaparte que el 2 de diciembre de 1851 dio un autogolpe de Estado, reformó la Constitución (aprobada en plebiscito por sufragio universal) que aumentó sus poderes, prolongando su mandato a 10 años y el 2 de diciembre de 1852 proclamó la restauración del Imperio Napoleónico, erigiéndose Emperador, con el nombre de Napoleón III-


(NOTA de  marxists.org: “La obra de Marx "La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850" es una serie de artículos con el título común "De 1848 a 1849". El plan primario del trabajo "Las luchas de clases en Francia" incluía cuatro artículos: "La derrota de junio de 1848", "El 13 de junio de 1849", "Las consecuencias del 13 de junio en el continente" y "La situación actual en Inglaterra". Sin embargo, sólo aparecieron tres artículos. Los problemas de la influencia de los sucesos de junio de 1849 en el continente y de la situación de Inglaterra fueron aclarados en otros escritos de la revista, concretamente en los reportajes internacionales escritos conjuntamente por Marx y Engels. Al editar la obra de Marx en 1895, Engels introdujo adicionalmente un cuarto capítulo en el que se incluían apartados dedicados a los acontecimientos de Francia con el subtítulo de "Tercer comentario internacional". Engels tituló este capítulo "La abolición del sufragio universal en 1850").

NOTA DE ESTE COLUMNISTA: La selección de textos, los paréntesis, las fechas así como los subrayados en cursiva y en línea, me pertenecen.

lunes, 4 de enero de 2016

REFLEXIONES SOBRE EL MARXISMO (V)



El marxismo es una concepción del desarrollo histórico de la naturaleza, de las sociedades y del pensamiento, los tres entrelazados entre sí.

Carlos Marx (1818-1883), nació en el seno de una familia judía de clase media alta. Su padre fue abogado, se convirtió al luteranismo y sirvió al gobierno de Renania, Reino de Prusia.
 Carlos inició sus estudios superiores en la Universidad de Bonn y Filosofía en la Universidad de Berlín, en el segundo lustro de 1830 y se graduó a comienzos de la década de  los 40’ con una tesis sobre la “Diferencia de la Filosofía de la Naturaleza en Demócrito y Epicuro”.

Las conmociones sociales estremecían a Europa. En 1831 estalló la primera huelga obrera, en Lyon, Francia: entre 1838 y 1848, el Movimiento Popular Cartista en Inglaterra.

Hegel había fallecido en 1831 pero la influencia de su filosofía fue enorme em sus alumnos y en la generación posterior, a la que pertenecía Marx. Sin embargo, su concepción del “Estado”, desarrollada en su libro “Filosofía del Derecho”  había dividido a los jóvenes filósofos en dos corrientes: la derecha y la izquierda hegeliana.

En 1842 se encontraron Carlos Marx y Federico Engels (1820-1895), en la redacción de la “Gaceta Renana”, periódico en el que Marx escribía, discutiendo la problemática filosófica y social, el aporte de Hegel y el nuevo desarrollo filosófico de la izquierda hegeliana.

Entre esta fecha y febrero de 1848, Carlos Marx, se dedicó a criticar las filosofías de Max Stirner y Bruno Bauer, representantes conspicuos de la “izquierda hegeliana” , en “La Sagrada Familia”; criticó la “Filosofía del Derecho” de Hegel, comenzó el estudio de la Economía Política Clásica, en los “Manuscritos Económicos-Filosóficos”, hizo la crítica de la obra de Pierre Proudhon “Filosofía de la Miseria” y elaboró la tesis sobre el papel que debía cumplir la Filosofía, a mediados del siglo XIX, en las “Tesis  sobre Feuerbach”.

Engels, por su parte, que era hijo de un próspero industrial textil de Bremen (Renania, Reino de Prusia), después de haber cursado Secundaria (Gimnasium), se dedicó a estudiar el negocio comercial y asistió a cursos de filosofía en Berlín. A finales de 1842, después del primer encuentro con Marx,  viajó a Manchester donde su padre había instalado una fábrica de hilados de algodón, , atrayéndole la situación de la clase obrera. Regresó a Bremen y, en 1845 escribió el libro “La situación de la clase obrera en Inglaterra”.

El periodismo de izquierda  en Prusia, bajo una monarquía autoritaria, era inviable y Marx se trasladó, en 1843, a Francia donde colaboró en los periódicos, “Nueva Gaceta del Rhin” y “Anales franco-alemanes”. Aquí, tuvo un segundo encuentro con Engels, que hizo escala en París de regreso de Manchester, iniciando una estrecha amistad y trabajo intelectual conjunto que continuará hasta el fallecimiento de Carlos Marx, el 14 de marzo de 1883.

En 1845,  Marx tuvo  que abandonar París, trasladándose a Bruselas. vinculándose a la “Liga de los Comunistas”, cuyos trabajos y conferencias de fervorosa prédica del socialismo, tuvieron gran acogida.

Junto con Engels, escribieron, en 1846, “La Ideología Alemana”, donde exponen, por primera vez sus concepciones filosóficas. Esta obra no la pudieron publicar. El manuscrito fue encontrado por el Instituto Marx, Engels, Lenín,  Stalin” de Moscú y publicado en 1932. En 1855, Marx escribió sobre este encuentro: “"Federico Engels (...) había llegado por distinto camino al mismo resultado que yo. Y cuando, en la primavera de 1845, se estableció también en Bruselas, acordamos contrastar conjuntamente nuestro punto de vista con el ideológico de la filosofía alemana; en realidad, liquidar con nuestra conciencia filosófica anterior. El propósito fue realizado bajo la forma de una crítica a la filosofía posthegeliana”.

En la Introducción, que algunos fragmentos transcribo a continuación, critican a la dominante filosofía idealista en Alemania:

“Según anuncian los ideólogos alemanes, Alemania ha pasado en estos últimos años por una revolución sin igual. El proceso de descomposición del sistema hegeliano, que comenzó con Strauss, se ha desarrollado hasta convertirse en una fermentación universal, que ha arrastrado consigo a todas las «potencias del pasado». En medio del caos general, han surgido poderosos reinos, para derrumbarse de nuevo en seguida, han brillado momentáneamente héroes, sepultados nuevamente en las tinieblas por otros rivales más audaces y más poderosos. Fue ésta una revolución junto a la cual la francesa es un juego de chicos, una lucha ecuménica al lado de la cual palidecen y resultan ridículas las luchas de los diádocos . Los principios se desplazaban, los héroes del pensamiento se derribaban los unos a los otros con inaudita celeridad, y en los tres años que transcurrieron de 1842 a 1845 se removió el suelo de Alemania más que antes en tres siglos”.

Y todo esto ocurrió, según dicen, en los dominios del pensamiento puro.

“Trátase, sin duda, de un acontecimiento interesante: del proceso de putrefacción del espíritu absoluto. Al apagarse la última chispa de vida, las diversas partes de este caput mortuum (de “jefe muerto”) entraron en descomposición, dieron paso a nuevas combinaciones y formaron nuevas sustancias. Los industriales de la filosofía, que hasta aquí habían vivido de la explotación del espíritu absoluto, arrojáronse ahora sobre las nuevas combinaciones. Cada uno se dedicó afanosamente a explotar el negocio de la parcela que le había tocado en suerte. No podía por menos de surgir la competencia. Al principio, ésta tenía un carácter bastante serio, propio de buenos burgueses. Más tarde, cuando ya el mercado alemán se hallaba abarrotado y la mercancía, a pesar de todos los esfuerzos, no encontraba salida en el mercado mundial, los negocios empezaron a echarse a perder a la manera alemana acostumbrada, mediante la producción fabril y adulterada, el empeoramiento de la calidad de los productos y la adulteración de la materia prima, la falsificación de los rótulos, las compras simuladas, los cheques girados en descubierto y un sistema de crédito carente de toda base real. Y la competencia se convirtió en una enconada lucha, que hoy se nos ensalza y presenta como un viraje de la historia universal, origen de los resultados y conquistas más formidables”.

(…)                         El materialismo histórico

Marx y Engels describen  el proceso histórico real a partir de esta premisa: ·Para “hacer la historia”, el hombre necesita, vivir. “Ahora bien, para vivir hacen falta ante todo comida, bebida, vivienda, ropa y algunas cosas más. El primer hecho histórico es, por consiguiente, la producción de los medios indispensables para la satisfacción de estas necesidades, es decir la producción de la vida material misma, y no cabe duda de que es éste un hecho histórico, una condición fundamental de toda historia, que lo mismo hoy que hace miles de años, necesita cumplirse todos los días y a todas horas,

simplemente para asegurar la vida de los hombres. Y aun cuando la vida de los sentidos se reduzca al mínimum, a lo más elemental —a un palo—, como en San Bruno (Bruno Bauer), este mínimo presupondrá siempre, necesariamente, la producción de dicho palo. Por consiguiente, lo primero, en toda concepción histórica, es observar este hecho fundamental en toda su significación y en todo su alcance y colocarlo en el lugar que le corresponde. Cosa que los alemanes, como es sabido, no han hecho nunca, razón por la cual jamás han tenido una base terrenal para la historia ni, consiguientemente, un historiador. Los franceses y los ingleses, aun cuando concibieron de un modo extraordinariamente unilateral el entronque de este hecho con la llamada historia, sobre todo los que se vieron prisioneros de la ideología política, hicieron, sin embargo, los primeros intentos encaminados a dar a la historiografía una base material, al escribir las primeras historias de la sociedad civil, del comercio y de la industria”.

“Lo segundo es que  la satisfacción de esta primera necesidad, la acción de satisfacerla y la adquisición del instrumento necesario para ello conduce a nuevas necesidades, y esta creación de necesidades nuevas constituye el primer hecho histórico. Y ello demuestra inmediatamente de quién es hija espiritual la gran sabiduría histórica de los alemanes que, cuando les falta el material positivo y no se trata de necedades políticas, teológicas ni literarias, no nos ofrecen ninguna clase de historia, sino que hacen desfilar ante nosotros los «tiempos prehistóricos», pero sin detenerse a explicarnos cómo se pasa de este absurdo de la «prehistoria» a la historia en sentido propio, aunque es evidente, por otra parte, que sus especulaciones históricas se lanzan con especial fruición a esta «prehistoria» porque en ese terreno creen hallarse a salvo de la ingerencia de los «toscos hechos» y, al mismo tiempo, porque aquí pueden dar rienda suelta a sus impulsos especulativos y proponer y echar por tierra miles de hipótesis”.

“El tercer factor que aquí interviene desde un principio en el desarrollo histórico es el de que los hombres que renuevan diariamente su propia vida comienzan al mismo tiempo a crear a otros hombres, a procrear: es la relación entre marido y mujer, entre padres e hijos, la familia. Esta familia, que al principio constituye la única relación social, más tarde, cuando las necesidades, al multiplicarse, crean nuevas relaciones sociales y, a su vez, al aumentar el censo humano, brotan nuevas necesidades, pasa a ser (salvo en Alemania) una relación secundaria y tiene, por tanto, que tratarse y desarrollarse con arreglo a los datos empíricos existentes, y no ajustándose al «concepto de la familia» misma, como se suele hacer en Alemania”.

“Por lo demás, estos tres aspectos de la actividad social no deben considerarse como tres peldaños distintos, sino sencillamente como eso, como tres aspectos o, para decirlo de modo más comprensible a los alemanes, como tres «momentos» que han coexistido desde el principio de la historia y desde el primer hombre y que todavía hoy siguen rigiendo en la historia”.

“La producción de la vida, tanto de la propia en el trabajo, como de la ajena en la procreación, se manifiesta inmediatamente como una doble  relación —de una parte, como una relación natural, y de otra como una relación social—; social, en el sentido de que por ella se entiende la cooperación de diversos individuos, cualesquiera que sean sus condiciones, de cualquier modo y para cualquier fin. De donde se desprende que un determinado modo de producción o una determinada fase industrial lleva siempre aparejado un determinado modo de cooperación o un determinado peldaño social, modo de cooperación que es a su vez, una «fuerza productiva»; que la suma de las fuerzas productivas 

accesibles al hombre condiciona el estado social y que, por tanto, la «historia de la humanidad» debe estudiarse y elaborarse siempre en conexión con la historia de la industria y del intercambio. Pero, 
asimismo es evidente que en Alemania no se puede escribir este tipo de historia, ya que los alemanes carecen, no sólo de la capacidad de concepción y del material necesarios, sino también de la «certeza» adquirida a través de los sentidos, y de que del otro lado del Rin no es posible reunir experiencias, por la sencilla razón de que allí no ocurre ya historia alguna. Se manifiesta, por tanto, ya de antemano, una conexión materialista de los hombres entre sí, condicionada por las necesidades y el modo de producción y que es tan vieja como los hombres mismos; conexión que adopta constantemente nuevas formas y que ofrece, por consiguiente, una «historia», aún sin que exista cualquier absurdo político o religioso que mantenga, además, unidos a los hombres”.

Solamente ahora, después de haber considerado ya cuatro momentos, cuatro aspectos de las relaciones originarias históricas, caemos en la cuenta de que el hombre tiene también «conciencia». Pero, tampoco ésta es desde un principio una conciencia «pura». El «espíritu» hace ya tratado [14] con la maldición de estar «preñado» de materia, que aquí se manifiesta bajo la forma de capas de aire en movimiento, de sonidos, en una palabra, bajo la forma del lenguaje. El lenguaje es tan viejo como la conciencia: el lenguaje es la conciencia práctica, la conciencia real, que existe también para los otros hombres y que, por tanto, comienza a existir también para mí mismo; y el lenguaje nace, como la conciencia, de la necesidad, de los apremios de relación con los demás hombres. Donde existe una actitud, existe para mí, pues el animal no tiene «actitud» ante nada ni, en general, podemos decir que tenga «actitud» alguna. Para el animal, sus relaciones con otros no existen como tales relaciones. La conciencia, por tanto, es ya de antemano un producto social, y lo seguirá siendo mientras existan seres humanos. La conciencia es, en principio, naturalmente, conciencia del mundo inmediato y sensorio que nos rodea y conciencia de los nexos limitados con otras personas y cosas, fuera del individuo consciente de sí mismo; y es, al mismo tiempo, conciencia de la naturaleza, que al principio se enfrenta al hombre como un poder absolutamente extraño, omnipotente e inexpugnable, ante el que la actitud de los hombres es puramente animal y al que se someten como el ganado; es, por tanto, una conciencia puramente animal de la naturaleza (religión natural).

“Inmediatamente, vemos aquí que esta religión natural o esta determinada actitud hacia la naturaleza se halla determinada por la forma social, y a la inversa. En este caso, como en todos, la identidad entre la naturaleza y el hombre se manifiesta también de tal modo que la actitud limitada de los hombres hacia la naturaleza condiciona la limitada actitud de unos hombres para con otros, y ésta, a su vez, determina su actitud limitada hacia la naturaleza, precisamente porque la naturaleza apenas ha sufrido aún modificación histórica alguna. Y, de otra parte, la conciencia de la necesidad de entablar relaciones con los individuos circundantes es el comienzo de la conciencia de que el hombre vive, en general, dentro de una sociedad. Este comienzo es algo tan animal como la propia vida social, en esta fase; es, simplemente, una conciencia gregaria, y, en este punto, el hombre sólo se distingue del cordero por cuanto que su conciencia sustituye al instinto o es el suyo un instinto consciente. Esta conciencia gregaria o tribal se desarrolla y se perfecciona después, al aumentar la productividad, al incrementarse las necesidades y al multiplicarse la población, que es el factor sobre que descansan los dos anteriores. A la par con ello se desarrolla la división del trabajo, que originariamente no pasaba de la división del trabajo en el acto sexual y, más tarde, de una división del trabajo espontáneo o introducida de un modo «natural» en atención a las dotes físicas (por ejemplo, la fuerza corporal), a las necesidades, a las coincidencias fortuitas, etc., etc. La división del trabajo sólo se convierte en verdadera división a partir del momento en que se separan el trabajo material y el mental. Desde este instante, puede ya la conciencia imaginarse realmente que es algo más y algo distinto que la conciencia de la práctica existente, que representa realmente algo sin representar algo real; desde este instante se halla la conciencia en condiciones de emanciparse del mundo y entregarse a la creación de la teoría «pura», de la teología «pura», la filosofía «pura», la moral «pura», etc. Pero, aun cuando esta teoría, esta teología, esta filosofía, esta moral, etc., se hallen en contradicción con las relaciones existentes, esto sólo podrá explicarse porque las relaciones sociales existentes se hallan, a su vez, en contradicción con la fuerza productiva dominante; cosa que, por lo demás, dentro de un determinado círculo nacional de relaciones, podrá suceder también porque la contradicción no se da en el seno de esta órbita nacional, sino entre esta conciencia nacional y la práctica de otras naciones; es decir, entre la conciencia nacional y la conciencia general de una nación (como ocurre actualmente en Alemania); pero, dado que esta contradicción se presenta como contradicción existente sólo dentro del cuadro de la conciencia nacional, a tal nación le parece que también la lucha se circunscribe a dicha escoria nacional”.

“Por lo demás, es de todo punto indiferente lo que la conciencia por sí sola haga o emprenda, pues de toda esta escoria sólo obtendremos un resultado, a saber: que estos tres momentos, la fuerza productiva, el estado social y la conciencia, pueden y deben necesariamente entrar en contradicción entre sí, ya que, con la división del trabajo, se da la posibilidad, más aún, la realidad de que las actividades espirituales y materiales [xix], el disfrute y el trabajo, la producción y el consumo, se asignen a diferentes individuos, y la posibilidad de que no caigan en contradicción reside solamente en que vuelva a abandonarse la división del trabajo. Por lo demás, de suyo se comprende que los «espectros», los «nexos», los «seres superiores», los «conceptos», los «reparos», no son más que la expresión espiritual puramente idealista, la idea del individuo imaginariamente aislado, la representación de trabas y limitaciones muy empíricas dentro de las cuales se mueve el modo de producción de la vida y la forma de relación congruente con él”.

“La división social del trabajo y sus consecuencias: la propiedad privada, el Estado, la «enajenación» de la actividad social”

“Con la división del trabajo, que lleva implícitas todas estas contradicciones y que descansa, a su vez, sobre la división natural del trabajo en el seno de la familia y en la división de la sociedad en diversas familias opuestas, se da, al mismo tiempo, la distribución y, concretamente, la distribución desigual, tanto cuantitativa como cualitativamente, del trabajo y de sus productos; es decir, la propiedad,] cuyo primer germen, cuya forma inicial se contiene ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los esclavos del marido. La esclavitud, todavía muy rudimentaria, ciertamente, latente en la familia, es la primera forma de propiedad, que, por lo demás, ya aquí corresponde perfectamente a la definición de los modernos economistas, según la cual es el derecho a disponer de la fuerza de trabajo de otros. Por lo demás, división del trabajo y propiedad privada son términos idénticos: uno de ellos dice, referido a la actividad, lo mismo que el otro, referido al producto de ésta”.

“La división del trabajo lleva aparejada, además, la contradicción entre el interés del individuo concreto o de una determinada familia y el interés común de todos los individuos relacionados entre sí, interés común que no existe, ciertamente, tan sólo en la idea, como algo «general», sino que se presenta en la realidad, ante todo, como una relación de mutua dependencia de los individuos entre quienes aparece dividido el trabajo”.

“Precisamente por virtud de esta contradicción entre el interés particular y el interés común, cobra este último, en cuanto Estado una forma propia e independiente, separada de los reales intereses particulares y colectivos y, al mismo tiempo, una forma de comunidad ilusoria, pero siempre sobre la base real de los vínculos existentes, dentro de cada conglomerado familiar y tribal, tales como la carne y la sangre, la lengua, la división del trabajo en mayor escala y otros intereses y, sobre todo, como más tarde habremos de desarrollar, a base de los intereses de las clases, ya condicionadas por la división del trabajo, que se forman y diferencian en cada uno de estos conglomerados humanos y entre las cuales hay siempre una que domina sobre todas las demás. De donde se desprende que todas las luchas que se libran dentro del Estado, la lucha entre la democracia, la aristocracia y la monarquía, la lucha por el derecho de sufragio, etc., no son sino las formas ilusorias bajo las que se ventilan las luchas reales entre las diversas clases (de lo que los teóricos alemanes no tienen ni la más remota idea, a pesar de habérseles facilitado las orientaciones necesarias acerca de ello en los "Deutsche-Französische Jahrbücher" (“Anales franco-alemanes”) y en "La Sagrada Familia"). Y se desprende, asimismo, que toda clase que aspire a implantar su dominación, aunque ésta, como ocurre en el caso del proletariado, condicione en absoluto la abolición de toda la forma de la sociedad anterior y de toda dominación en general, tiene que empezar conquistando el poder político, para poder presentar, a su vez, su interés como interés general, cosa que en el primer momento se ve obligada a hacer”.

“Precisamente porque los individuos sólo buscan su interés particular, que para ellos no coincide con su interés común, y porque lo general es siempre la forma ilusoria de la comunidad, se hace valer esto ante su representación como algo «ajeno» a ellos e «independiente» de ellos, como un interés «general» a su vez especial y peculiar, o ellos mismos tienen necesariamente que moverse en esta escisión, como en la democracia. Por otra parte, la lucha práctica de estos intereses particulares que constantemente y de un modo real se oponen a los intereses comunes o que ilusoriamente se creen tales, impone como algo necesario la interposición práctica y el refrenamiento por el interés «general» ilusorio bajo la forma del Estado”.

“Finalmente, la división del trabajo nos brinda ya el primer ejemplo de que, mientras los hombres viven en una sociedad formada espontáneamente, mientras se da, por tanto, una separación entre el interés particular y el interés común, mientras las actividades, por consiguiente, no aparecen divididas voluntariamente, sino por modo espontáneo, los actos propios del hombre se erigen ante él en un poder ajeno y hostil, que le sojuzga, en vez de ser él quien lo domine. En efecto, a partir del momento en que comienza a dividirse el trabajo, cada cual se mueve en un determinado círculo exclusivo de actividades, que le viene impuesto y del que no puede salirse; el hombre es cazador, pescador, pastor o crítico crítico, y no tiene más remedio que seguirlo siendo, si no quiere verse privado de los medios de vida; al paso que en la sociedad comunista, donde cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos”.

“Esta plasmación de las actividades sociales, esta consolidación de nuestro propio producto en un poder material erigido sobre nosotros, sustraído a nuestro control, que levanta una barrera ante nuestra expectativa y destruye nuestros cálculos, es uno de los momentos fundamentales que se destacan en todo el desarrollo histórico anterior. El poder social, es decir, la fuerza de producción multiplicada, que nace por obra de la cooperación de los diferentes individuos bajo la acción de la división del trabajo, se les aparece a estos individuos, por no tratarse de una cooperación voluntaria, sino espontánea, no como un poder propio, asociado, sino como un poder ajeno, situado al margen de ellos, que no saben de dónde procede ni a dónde se dirige y que, por tanto, no pueden ya dominar, sino que recorre, por el contrario, una serie de fases y etapas de desarrollo peculiar e independiente de la voluntad y los actos de los hombres y que incluso dirige esta voluntad y estos actos . ¿Cómo, si no, podría la propiedad, por ejemplo, tener una historia, revestir diferentes formas y la propiedad territorial, supongamos, según las diferentes premisas existentes, desarrollarse en Francia para pasar de la parcelación a la centralización en pocas manos y en Inglaterra, a la inversa, de la concentración en pocas manos a la parcelación, como hoy realmente estamos viendo? ¿O cómo explicarse que el comercio, que no es sino el intercambio de los productos de diversos individuos y países, llegue a dominar el mundo entero mediante la relación entre la oferta y la demanda —relación que, como dice un economista inglés, gravita sobre la tierra como el destino de los antiguos, repartiendo con mano invisible la felicidad y la desgracia entre los hombres, creando y destruyendo imperios, alumbrando pueblos y [19] haciéndolos desaparecer—, mientras que, con la destrucción de la base, de la propiedad privada, con la regulación comunista de la producción y la abolición de la enajenación que los hombres sienten ante sus propios productos, el poder de la relación de la oferta y la demanda se reduce a la nada y los hombres vuelven a hacerse dueños del intercambio, de la producción y del modo de sus relaciones mutuas?”

Desarrollo de las fuerzas productivas como premisa material del comunismo

“Con esta «enajenación», para expresarnos en términos comprensibles para los filósofos, sólo puede acabarse partiendo de dos premisas prácticas. Para que se convierta en un poder «insoportable», es decir, en un poder contra el que hay que hacer la revolución, es necesario que engendre a una masa de la humanidad como absolutamente «desposeída» y, a la par con ello, en contradiceión con un mundo de riquezas y de educación, lo que presupone, en ambos casos, un gran incremento de la fuerza productiva, un alto grado de su desarrollo; y, de otra parte, este desarrollo de las fuerzas productivas (que entraña ya, al misma tiempo, una existencia empírica dada en un plano histórico-universal, y no en la existencia puramente local de los hombres) constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la porquería anterior; y, además, porque sólo este desarrollo universal de las fuerzas productivas lleva consigo un intercambio universal de los hombres, en virtud de lo cual, por una parte, el fenómeno de la masa «desposeída» se produce simultáneamente en todos los pueblos (competencia general), haciendo que cada uno de ellos dependa de las conmociones de los otros y, por último, instituye a individuos histórico-universales, empíricamente universales, en vez de individuos locales. Sin esto, 1) el comunismo sólo llegaría a existir como fenómeno local, 2) las mismas potencias de relación no podrían desarrollarse como potencias universales y, por tanto, insoportables, sino que seguirían siendo simples «circunstancias» supersticiosas de puertas adentro, y 3) toda ampliación de la relación acabaría con el comunismo local. El comunismo, empíricamente, sólo puede darse como la acción «coincidente» o simultánea de los pueblos dominantes, lo que presupone el desarrollo universal de las fuerzas productivas y el intercambio universal que lleva aparejado”.

“ Por lo demás, la masa de los simples obreros —de la mano de obra excluida en masa del capital o de cualquier satisfacción de sus necesidades, por limitada que sea— y, por tanto, la pérdida no puramente temporal de este mismo trabajo como fuente segura de vida, presupone, a través de la competencia, el mercado mundial. Por tanto, el proletariado sólo puede existir en un plano histórico-mundial, lo mismo que el comunismo, su acción, sólo puede llegar a cobrar realidad como existencia histórico-universal. Existencia histórico-universal de los individuos, es decir, existencia de los individuos directamente vinculada a la historia universal”.

Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente”.

* * *
“La forma de trato condicionada por las fuerzas productivas existentes en todas las fases históricas anteriores y que, a su vez, las condiciona es la sociedad civil, que, como se desprende de lo anteriormente expuesto, tiene como premisa y como fundamento la familia simple y la familia compuesta, lo que suele llamarse la tribu, y cuya definición queda precisada en páginas anteriores. Ya ello revela que esta sociedad civil es el verdadero hogar y escenario de toda la historia y cuán absurda resulta la concepción histórica anterior que, haciendo caso omiso de las relaciones reales, sólo mira, con su limitación, a las resonantes acciones y a los actos del Estado”.

Hasta ahora no hemos examinado más que un solo aspecto de la actividad humana: la transformación de la naturaleza por los hombres. El otro aspecto es la transformación de los hombres por los hombres.

Origen del Estado y relación entre el Estado y la sociedad civil

Conclusiones de la concepción materialista de la historia: continuidad del proceso histórico, transformación de la historia en historia universal, necesidad de la revolución comunista

“La historia no es sino la sucesión de las diferentes generaciones, cada una de las cuales explota los materiales, capitales y fuerzas de producción transmitidas por cuantas la han precedido; es decir, que, de una parte, prosigue en condiciones completamente distintas la actividad precedente, mientras que, de otra parte, modifica las circunstancias anteriores mediante una actividad totalmente diversa, lo que podría tergiversarse especulativamente, diciendo que la historia posterior es la finalidad de la que la precede, como si dijésemos, por ejemplo, que el descubrimiento de América tuvo como finalidad ayudar a que se expandiera la revolución francesa, mediante cuya interpretación la historia adquiere sus fines propios e independientes y se convierte en una «persona junto a otras personas» (junto a la «Autoconciencia», la «Crítica», el «Unico», etc.), mientras que lo que designamos con las palabras «determinación», «fin», «germen», «idea», de la historia anterior no es otra cosa que una abstracción de la historia posterior, de la influencia activa que la anterior ejerce sobre ésta”.

“Cuanto más se extienden, en el curso de esta evolución, los círculos concretos que influyen los unos en los otros, cuanto más se destruye el primitivo encerramiento de las diferentes nacionalidades por el desarrollo del modo de producción, del intercambio y de la división del trabajo que ello hace surgir por vía espontánea entre las diversas naciones, tanto más la historia se convierte en historia universal, y así vemos que cuando, por ejemplo, se inventa hoy una máquina en Inglaterra, son lanzados a la calle incontables obreros en la India y en China y se estremece toda la forma de existencia de estos Estados, lo que quiere decir que aquella invención constituye un hecho histórico-universal; y vemos también cómo el azúcar y el café demuestran en el siglo XIX su significación histórico-universal por cuanto que la escasez de estos productos, provocada por el sistema continental napoleónico [14], incitó a los alemanes a sublevarse contra Napoleón, estableciéndose con ello la base real para las gloriosas guerras de independencia de 1813. De donde se desprende que esta transformación de la historia en historia universal no constituye, ni mucho menos, un simple hecho abstracto de la «autoconciencia», del espíritu universal o de cualquier otro espectro metafísico, sino un hecho perfectamente material y empíricamente comprobable, del que puede ofrecernos una prueba cualquier individuo, tal y como es, como anda y se detiene, come, bebe y se viste”.

En la historia anterior es, evidentemente, un hecho empírico el que los individuos concretos, al extenderse sus actividades hasta un plano histórico-universal, se ven cada vez más sojuzgados bajo un poder extraño a ellos (cuya opresión llegan luego a considerar como una perfidia del llamado espíritu universal, etc.), poder que adquiere un carácter cada vez más de masa y se revela en última instancia como el mercado mundial. Pero, asimismo, se demuestra empíricamente que, con el derrocamiento del orden social existente por obra de la revolución comunista (de lo que hablaremos más adelante) y la abolición de la propiedad privada, idéntica a dicha revolución, se disuelve ese poder tan misterioso para los teóricos alemanes y, entonces, la liberación de cada individuo se impone en la misma medida en que la historia se convierte totalmente en una historia universal. Es evidente, por lo que dejamos expuesto más arriba, que la verdadera riqueza espiritual del individuo depende totalmente de la riqueza de sus relaciones reales. Sólo así se liberan los individuos concretos de las diferentes trabas nacionales y locales, se ponen en contacto práctico con la producción (incluyendo la espiritual) del mundo entero y se colocan en condiciones de adquirir la capacidad necesaria para poder disfrutar de esta multiforme y completa producción de toda la tierra (las creaciones de los hombres). La dependencia omnímoda, forma plasmada espontáneamente de la cooperación histórico-universal de los individuos, se convierte, gracias a esta revolución comunista, en el control y la dominación consciente sobre estos poderes, que, nacidos de la acción de unos hombres sobre otros, hasta ahora han venido imponiéndose a ellos, aterrándolos y dominándolos, como potencias absolutamente extrañas. Ahora bien, esta concepción puede interpretarse, a su vez, de un modo especulativo-idealista, es decir, fantástico, como la «autocreación del género» (la «sociedad como sujeto»), representándose la serie sucesiva de los individuos relacionados entre sí como un solo individuo que realiza el misterio de engendrarse a sí mismo. Aquí, habremos de ver cómo los individuos se hacen los unos a los otros, tanto física como espiritualmente, pero no se hacen a sí mismos, ni en la disparatada concepción de San Bruno (Bruno Bauer) ni en el sentido del «Unico» (Max Stirner), del hombre «hecho»”.

“Resumiendo, obtenemos de la concepción de la historia que dejamos expuesta los siguientes resultados: 1) En el desarrollo de las fuerzas productivas se llega a una fase en la que surgen fuerzas productivas y medios de intercambio que, bajo las relaciones existentes, sólo pueden ser fuente de males, que no son ya tales fuerzas productivas sino más bien fuerzas destructivas (maquinaria y dinero); y, a la vez, surge una clase condenada a soportar todos los inconvenientes de la sociedad sin gozar de sus ventajas, que se ve expulsada de la sociedad  y obligada a colocarse en la más resuelta contradicción con todas las demás clases; una clase que forma la mayoría de todos los miembros de la sociedad y de la que nace la conciencia de que es necesaria una revolución radical, la conciencia comunista, conciencia que, naturalmente, puede llegar a formarse también entre las otras clases, al contemplar la posición en que se halla colocada ésta; 2) que las condiciones en que pueden emplearse determinadas fuerzas productivas son las condiciones de la dominación de una determinada clase de la sociedad, cuyo poder social, emanado de su riqueza, encuentra su expresión idealista-práctica en la forma de Estado imperante en cada caso, razón por la cual toda lucha revolucionaria va necesariamente dirigida contra una clase, la que ha dominado hasta ahora; 3) que todas las anteriores revoluciones dejaban intacto el modo de actividad y sólo trataban de lograr otra distribución de ésta, una nueva distribución del trabajo entre otras personas, al paso que la revolución comunista va dirigida contra el carácter anterior de actividad, elimina el trabajo asalariado y suprime la dominación de todas las clases, al acabar con las clases mismas, ya que esta revolución es llevada a cabo por la clase a la que la sociedad no considera como tal, no reconoce como clase y que expresa ya de por sí la disolución de todas las clases, nacionalidades, etc., dentro de la actual sociedad, y 4) que, tanto para engendrar en masa esta conciencia comunista como para llevar adelante la cosa misma, es necesaria una transformación en masa de los hombres, que sólo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución; y que, por consiguiente, la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas base.

“La concepción materialist de la historia consiste, pues, en exponer el proceso real de producción, partiendo para ello de la producción material de la vida inmediata, y en concebir la forma de intercambio correspondiente a este modo de producción y engendrada por él, es decir, la sociedad civil en sus diferentes fases como el fundamento de toda la historia, presentándola en su acción en cuanto Estado y explicando a base de él todos los diversos productos teóricos y formas de la conciencia, la religión, la filosofía, la moral, etc., así como estudiando a partir de esas premisas su proceso de nacimiento, lo que, naturalmente, permitirá exponer las cosas en su totalidad (y también, por ello mismo, la interdependencia entre estos diversos aspectos). Esta concepción, a diferencia de la idealista, no busca una categoría en cada período, sino que se mantiene siempre sobre el terreno histórico real, no explica la práctica partiendo de la idea, sino explica las formaciones ideológicas sobre la base de la práctica material, por lo cual llega, consecuentemente, a la conclusión de que todas las formas y todos los productos de la conciencia no pueden ser destruidos por obra de la crítica espiritual, mediante la reducción a la «autoconciencia» o la transformación en «fantasmas», «espectros», «visiones», etc, sino que sólo pueden disolverse por el derrocamiento práctico de las relaciones sociales reales, de las que emanan estas quimeras idealistas; de que la fuerza propulsora de la historia, incluso la de la religión, la filosofía, y toda teoría, no es la crítica, sino la revolución. Esta concepción revela que la historia no termina disolviéndose en la «autoconciencia», como el «espíritu del espíritu», sino que en cada una de sus fases se encuentra un resultado material, una suma de fuerzas productivas, una actitud históricamente creada de los hombres hacia la naturaleza y de los unos hacia los otros, que cada generación transfiere a la que le sigue, una masa de fuerzas productivas, capitales y circunstancias, que, aunque de una parte sean modificados por la nueva generación, dictan a ésta, de otra parte, sus propias condiciones de vida y le imprimen un determinado desarrollo, un carácter especial; de que, por tanto, las circunstancias hacen al hombre en la misma medida en que éste hace a las circunstancias”.


NOTA: Las fechas, los subrayados en cursiva o con línea y los paréntesis, me pertenecen.