viernes, 26 de octubre de 2012

DOS POLÍTICAS OPUESTAS FRENTE A LA CRISIS


                                         - I -


Desde la década de los 70, los centros financieros mundiales, con especial epicentro en Wall Street y en la City de Londres, llegaron a la conclusión que los países periféricos, con grandes deudas externas, sólo podían depender de sus capitales y créditos para subsistir, sometiéndose a sus directivas que condenaban a éstos a una dependencia eterna.

Sin embargo la voluntad de los pueblos fue otra: recurriendo a un fortalecimiento del Estado en el campo de la economía, nacionalizando sus recursos naturales y separando las funciones de la moneda nacional de las monedas extranjeras, dentro de un marco macroeconómico equilibrado, podían seguir un camino propio, poniendo la economía al servicio de un desarrollo con inclusión social.

La oposición conservadora de las oligarquías tradicionales se opone a las políticas económicas que están instrumentando los gobiernos progresistas, respaldados por una sólida mayoría ciudadana, dentro de los límites que le impone el capitalismo, para enfrentar los coletazos que, inevitablemente, la crisis global provocará en nuestro continente, por una razón muy simple: nuestros países tienen un bajo nivel de industrialización y sus mercados internos, por razones sociales, carecen de una capacidad de consumo en relación con la magnitud de la población. La obtención de divisas –monedas extranjeras aceptadas en las transacciones internacionales- se obtienen a través de las exportaciones de alimentos y materias primas y, secundariamente, del turismo. Es natural que si se contrae la capacidad de compra del mercado mundial ello afectará las exportaciones. El resto del mundo tendrá que estimular el mercado interno, acelerando su industrialización con sus ahorros y administrando prudentemente sus reservas monetarias.

Para los países en desarrollo es fundamental tener un saldo favorable en el comercio exterior, pues las divisas que aporta son, como las del turismo, “genuinas”. Otras, como los capitales “golondrina””, no lo son.

Por todo ello, una balanza comercial positiva y un presupuesto equilibrado, evitan el endeudamiento que es la trampa a las que nos han conducido las políticas neoliberales impulsadas desde los 70 por el capitalismo financiero desde su centro de poder, el Fondo Monetario Internacional.

Las crisis que ha tenido Argentina y Uruguay, desde 1980, son ilustrativas.

Argentina y Uruguay, sobrevaluaron artificialmente el peso, atándolo al dólar, para atraer capitales golondrinas que proporcionaron enormes ganancias a los especuladores y los bancos la amplia brecha de las tasas de interés.

A partir de allí, las potencias imperialistas exigieron la libertad en el movimiento de capitales. La “plata dulce” creó la ilusión de la prosperidad infinita, pero pronto las estructuras económicas retardatarias fueron incapaces de mantener exportaciones competitivas; el saldo desfavorable del intercambio comercial aumentó, se frenó el crecimiento, el déficit fiscal se amplió y el endeudamiento alcanzó niveles críticos que llevó a la fuga de capitales, desaparición del crédito externo y la cesación de pagos (Default).

Las crisis argentinas de 1981 y 2001, así como las uruguayas de 1982 y 2002, que siguió a la vecina, tienen características similares. Ambos tuvieron que romper la “tablita cambiaria” que les había impuesto el FMI.

En Uruguay, el presidente Jorge Batlle y su ministro de Economía Alberto Bensión –un hombre del sector financiero privado- permitieron durante seis meses, de enero a junio del 2002, que la fuga de capitales vaciara los bancos, perdiendo el Banco Central todas sus reservas en dólares, virtualmente quebrara el Banco Hipotecario y el Banco República al límite de sus posibilidades. El 31 de julio el gobierno tuvo que decretar el feriado bancario porque éstos habían quedado sin fondos.

Ambos bancos públicos que, junto con el Banco de Seguros, fueron pilares del ahorro nacional y de la inversión, fundados por Batlle y Ordóñez en 1911, resultaron, por primera vez en 91 años, seriamente deteriorados por esta política de suicidio económico nacional.

Ambos países estaban en bancarrota. La deuda de Argentina era del 160% del PBI y la uruguaya de 110%. Las dos, impagables.

¿Cómo salieron de la encrucijada? El presidente de Estados Unidos, George Bush Jr, sacó de la caja fuerte de la Casa Blanca, 1.500 millones de dólares y se los prestó a su amigo Jorge Batlle con la condición de que Uruguay mantuviera su “modelo” de “plaza financiera”. Los tres partidos políticos aceptaron para evitar una crisis institucional y sus dirigentes expresaron muy seriamente que “Uruguay respetaría los contratos como lo había hecho siempre” (¿?). El país recuperó el crédito no sin antes firmar “Cartas de Intención” con el FMI en las que se comprometía a seguir las medidas que exigía.


Argentina, con problemas, más agudos tuvo que adoptar un cese de pagos parcial: respetaría las obligaciones con el FMI y la banca multilateral pero diferiría “sine die”, las obligaciones con los bonistas (inversores privados). Estos recursos serían volcados a la economía para frenar la recesión y retomar el crecimiento. Sin embargo, el FMI, que es el síndico de todo el capitalismo, le suspendió los créditos por la suspensión de pagos al Club de París (organización de los inversores privados).

Uruguay no cambió de modelo económico; Argentina, sí y este cambio le significó quedar aislada del capitalismo internacional.

En un pequeño pero muy ilustrativo libro,.”Vivir con lo nuestro”-, (escrito originalmente en 1983 y reeditado en el 2002 y 2009) el economista Aldo Ferrer –profesor de la Universidad de Buenos Aires- sostuvo que Argentina podía desarrollarse con sus propios recursos, sin depender del condicionado apoyo financiero externo, no para aislarse de un mundo globalizado sino para insertarse en él con un modelo propio, nacional y socialmente solidario. En la Introducción de la última edición, expresa: “Ahora a fines de la primera década del siglo XXI la economía argentina no registra situaciones críticas como en aquellos tiempos (1983 y 2002), sino un prolongado período de crecimiento,  en un contexto macroeconómico ordenado. Se plantean ahora nuevos dilemas al desarrollo nacional, en un escenario en el cual lo que está en crisis no es nuestro país y su política económica, sino el orden mundial y la ideología económica predominante durante la mayor parte de nuestra historia contemporánea”. A Continuación señala que la propuesta que realizó en las ediciones anteriores “es válida más allá de la coyuntura” porque el desarrollo económico en la Argentina, como en el resto del mundo, se sustenta, en primer lugar, sobre la movilización de los recursos propios y el ejercicio efectivo de la soberanía para incorporar la ciencia y la tecnología como palancas fundamentales de la transformación”.

En Argentina hay un gran punto de inflexión de la política económica que es el abandono de la ilusión monetaria del 1 x 1; pero hay una segunda, que es la reanudación del pago a los bonistas, para “reinsertar al país en el contexto económico-financiero internacional”.

Creo que esta fue la discrepancia fundamental entre el Ministro de Economía, Roberto Lavagna, y el Presidente Kichner y que motivó su renuncia el  28 de noviembre de 2005. El proyecto de éste, coincidiendo con Aldo Ferrer, era romper con el “status quo” financiero internacional con el objeto de modificar la estructura económica interna, dominada por el sector agro-exportador y el capital internacional, potenciando el desarrollo industrial, con “recursos propios” que obtenía, tanto en divisas como en impuestos, del sector tradicional agro-exportador. Lavagna, como lo ha dicho en declaraciones posteriores, el país no podría crecer sin inversión extranjera.

(Continúa)

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