martes, 16 de octubre de 2012

LA HEGEMONÍA ALEMANA EN LA UNIÓN EUROPEA


Ni  Bismarck ni Hitler se habrían imaginado que el imperialismo alemán, a comienzos del siglo XXI, sería el que establecería el “diktat” a los otros países de la Europa Occidental, que son virtuales satélites económicos de Alemania.

Una breve mirada a los dos últimos siglos nos muestra a Alemania como la protagonista central de tres grandes guerras: la de 1870 en la que sometió a Francia y la humilló proclamando el nacimiento del Imperio Alemán, en Versalles; la segunda (1914-1918), en la que fue vencida por la alianza franco-anglo-norteamericana) y donde Francia, en revancha a su humillación anterior, se la devolvió también en Versalles, imponiéndole, junto con Gran Bretaña, impagables indemnizaciones  y la mutilación de su territorio; la tercera (1939-1945),que fue la contrarréplica, mezclada con un odioso antisemitismo y anticomunismo, fue otra vez mutilada por las tres potencias vencedoras: la Unión Soviética, Estados Unidos y Gran Bretaña, que la dividieron en cuatro zonas y fijaron nuevas fronteras.

Los fanáticos nazis que asesinaron a sus hijos (como Goebbels) porque no podrían vivir en esa Alemania dominada por sajones y eslavos, se equivocaron. El plan del Primer Ministro inglés, W. Churchill era otro: someter primero a la Alemania nazi y luego dirigir los cañones contra la URSS. Esta estrategia fue favorecida por el monopolio estadounidense de la bomba atómica.

La estrategia fue expuesta por Churchill en Fulton Estados Unidos, el 5 de marzo de 1946 y la adoptó Estados Unidos el año siguiente con la “Doctrina Truman de  contención del comunismo” que debía seguir los pasos siguientes: 1) resolver las disputas seculares entre Francia y Alemania por la posesión de las minas de carbón del Sarre; 2) Un plan económico que permitiera a los monopolios norteamericanos, poner en marcha la reconstrucción de las infraestructuras y las industrias destruidas por la guerra; 3) La creación de la República Federal Alemana, unificando tres zonas, en violación de los Acuerdos de Potsdam, y disponiendo el rearme germano, utilizando para ello a la derrotada oficialidad nazi; 4) la creación de la Organización Militar del Atlántico Norte (OTAN) bajo comando estadounidense. Estas etapas se cumplieron en dos años (1947-1949); y fue apoyada integralmente por la Socialdemocracia Europea y constituye el origen de la llamada “guerra fría”.

(No me resisto a introducir un paréntesis ante el otorgamiento a la Unión Europea del “Premio Nobel de la Paz”, por la Academia de Noruega. Se trata de una decisión cargada de cinismo y de deformación deliberada de la verdad histórica, enmarcada en la propaganda imperialista destinada a borrar lo que los hechos históricos marcan indeleblemente). La verdad es que la Unión Europea fue un proyecto político-militar para combatir a la Unión Soviética y que sólo resolvió transitoriamente las contradicciones existentes y que ahora surgen en toda su dimensión.

La Alemania dividida benefició los planes de Inglaterra y Francia por el control del mercado europeo occidental. El Presidente Charles De Gaulle (1958-1969), en Francia, cambió la política de los partidos centristas de subordinación a la estrategia norteamericana. Retiró de la OTAN al ejército francés y creó su propia “Force de Frappe” (1960), adoptando una tercera posición con la idea napoleónica de una Europa “del Atlántico a los Urales”, teniendo a Francia como su centro político-económico.

Por su parte, el Presidente  François Mitterrand (1981-1995), al tiempo que apoyó la estrategia agresiva de Ronald Reagan y del Primer Ministro alemán, Helmut Köhl de instalar cohetes de alcance intermedio, con ojivas nucleares en Alemania ( Discurso en el Parlamento alemán el 21 de enero de 1983) sorprendió al mundo cuando años más tarde advirtió a su “leal socio” no apurar la unificación alemana pues la modificación de las fronteras alteraría el equilibrio geopolítico europeo (Discurso de Kiev, el 6 de diciembre de 1989).  Ahora, nadie podría contener el poder de Alemania. A Francia solo le quedaba la alternativa de un eje franco-alemán para dirigir la Unión Europea. La estrategia de De Gaulle era cosa del pasado.

No obstante, Alemania durante diez años (1990-2000), tuvo que pagar el costo social de la destrucción por sus monopolios de la economía de la RDA, que sumó más de 100 mil millones de dólares.

Cumplida esta etapa pone en marcha el euro o moneda única europea. Nació así la Eurozona, que reunía a economías de muy diversa fortaleza que, para adoptar el euro, abandonaron sus monedas que expresaban esas diferencias, alineándose ahora con el euro, moneda fuerte, expresión del marco alemán.

El euro permitió la penetración de los capitales alemanes y, en menor medida, franceses, en los países de la Eurozona menos desarrollados y amplios créditos de los bancos de estos dos países, a bajos intereses que se entregaron de lleno a la especulación especialmente inmobiliaria.

Esta revaluación monetaria tuvo su contrapartida: la pérdida de competitividad de las economías satélites de Alemania, el aumento de las importaciones de Alemania y el progresivo endeudamiento privado y público.

La dificultad en devolver los créditos puso en aprietos a los bancos que habían sido los cnales de colocación de abundantes créditos y los grandes beneficiarios de la especulación desenfrenada; apareció, entonces, sin tapujos la presión del redivivo imperialismo alemán, confirmando que la creación del euro fue un proyecto  restaurador de las Gran Alemania y la Eurozona como su “espacio vital”.

Los economistas burgueses más respetados, sostienen que esta crisis era inevitable porque el país que abandona su moneda pierde su soberanía económica y en épocas de crisis no puede manejarla al carecer de Banco Central y, por lo tanto, de capacidad para ajustar su moneda al nivel de sus economías debilitadas.

La situación actual es la siguiente: los bancos quieren cobrar a toda costa y los gobiernos, que han estatizado todas las deudas, no pueden pagar, porque la única forma de hacerlo es que se las condonen y les concedan más créditos para estimular la actividad económica y poner fin a la bola de nieve de la masiva desocupación que se extiende como un flagelo por toda la Eurozona.

La renuncia al euro puede ser una solución de corto plazo, sin duda dolorosa pero ella implicará el cese de pagos inmediato y el aislamiento comercial y financiero; además, desde otro ángulo, el imperialismo alemán y norteamericano están unidos para evitarlo porque el debilitamiento de Alemania fortalecería a Rusia y la nueva burguesía de los países del este europeo, como Polonia y aun Ucrania, que esperaban ingresar a la Eurozona, comiencen a mirar hacia el este, por razones de supervivencia, haciendo  añicos la estrategia de “contención” de Rusia y del eje euroasiático (Rusia más China), que constituye la columna vertebral del BRICS.

La situación de países como Italia y España –a la que empieza a sumarse Francia- se agudiza día a día y las dos primeras  ya han agotado las políticas contractivas del gasto social, mientras se endurece más la posición de Alemania donde los conservadores y socialdemócratas están ferreamente unidos en torno a la exigencia de cobrar y cobrar, sin miramientos.

Los hechos están indicando que es un proceso dialéctico con múltiples aristas, cuya definición puede modificar la estrategia económica, política y militar de Estados Unidos de 1947, que se creyó victoriosa con el derrumbe del Campo Socialista en 1989 y de la Unión Soviética dos años después.


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