martes, 9 de octubre de 2012

LA CLASE MEDIA Y SUS OPCIONES POLÍTICAS


La clase media está integrada por una pequeña burguesía formada por pequeños productores que viven de la venta de  sus mercancías y por una intelectualidad de profesionales liberales que obtienen sus ganancias de la venta de sus servicios a la clase alta, al Estado y a su propia clase.
En el período histórico pre-capitalista, estaba constituida por los campesinos y los artesanos de las ciudades. Con la fundación de las Universidades en el siglo XIII fue surgiendo una intelectualidad que, progresivamente, se independizó de las órdenes religiosas.

Con el desarrollo del comercio interoceánico en el siglo XVI y, más tarde, a finales del siglo XVII la gran industria, la producción entró en una nueva fase que provocó la ruina de los pequeños industriales; la industria manufacturera fabril, socializó el trabajo y privatizó las ganancias.

Para Marx, el intento de algunos economistas de equilibrar la producción y el consumo –evitando la sobreproducción- volviendo a la fase anterior, era una concepción reaccionaria y utópica, pues en el modo de producción capitalista la concentración del capital es una de sus leyes y solo la socialización de los medios de producción puede resolver este problema.

Sin embargo, como el capitalismo se desarrolla a saltos –como lo observaba Lenin- mientras en los países capitalistas desarrollados se afianzaba de manera inexorable la gran industria, en los países en vías de desarrollo, la pequeña burguesía subsistía. A ello, se agregó la universalización de la enseñanza primaria y media, la que permitió una mayor dinámica del ascenso social.
Por su forma de trabajo, el pequeño burgués depende del mercado como el gran burgués. Sólo la amenaza de su ruina acerca sus intereses al de los trabajadores que luchan por la socialización de los medios de producción y esto ocurre cuando la crisis económica se profundiza y la burguesía, procurando conservar la ganancia, reduce el consumo al aumentar el desempleo, cayendo en un círculo vicioso.
Pero en la fase de auge del ciclo económico y, en la medida que sus ganancias aumentan, la pequeña burguesía trata de confundirse con la gran burguesía en sus formas de vida.

Con el sufragio universal, esta clase media juega un papel decisivo en las contiendas electorales. Al pequeño burgués le espanta que le hablen de socialismo y llegan a reclamar la pena de muerte o el encarcelamiento de los niños menesterosos para combatir la delincuencia generada por la miseria.

Los socialistas utópicos, en Francia, creían que con el sufragio universal, en 1848, consolidaban la democracia y el resultado fue el advenimiento de Napoleón III, votado masivamente por los campesinos que eran la mayoría del electorado francés y que temían a las ideas socialistas que agitaban las grandes masas de las ciudades.

En estos días hubo una gran manifestación en Buenos Aires contra lo que llaman el “cepo cambiario” –medidas adoptadas por el gobierno nacional para evitar la fuga y el gasto excesivo de divisas-, pidiendo la liberación de la venta de dólares. No le sirvió a esta muchedumbre las experiencias de la “plata dulce” de Martínez dc Hoz de 1976- 1981 y la de Menem de la década de los 90.  Tropiezan más de una vez con la misma piedra.

La falta de solidaridad con los que menos tienen y carecen de los recursos básicos, es absoluta. ¡Que cada uno se arregle como pueda!

Ninguna democracia progresista será estable mientras dependa del mercado y de la ganancia individual.

La burguesía sabe bien esto y tiene los medios para llevar agua a su molino.

En nuestro país, el nacional reformismo batllista tuvo su base social en la clase media, subsidiada o explotada por el Estado, tanto la producción industrial como el sistema educativo en todos sus niveles.

No obstante, los grandes terratenientes que habían creado la Asociación Rural en 1871, en 1915 dieron un paso más, fundando la Federación Rural, para bloquear el proyecto reformista. El proceso culminó en 1958 con la derrota electoral del “quincismo” de Luis Batlle y el desmantelamiento de la estructura dirigista del Estado,
transfiriendo al mercado, al que los liberales consideraban el mecanismo perfecto, la regulación de la economía.

Muchos historiadores no han encontrado respuesta al entronizamiento de Mussolini, en Italia y de Hitler en Alemania. Sin embargo ocurrió un fenómeno que se ha repetido en los dos últimos siglos: una parte de la intelectualidad se radicaliza a la izquierda y los pequeños y medianos productores se van a la ultra derecha. ¿Han observado el papel que jugó la pequeña burguesía en estos acontecimientos, que veía aterrorizada como la crisis de postguerra y la Revolución de Octubre en Rusia, indicaba que estaba sonando la hora del socialismo? Descarto en estas opciones a la clase alta, dueña de la tierra, de los grandes monopolios industriales y bancarios pues no hay ilustración más apropiada que el film de Luchino Visconti, “La Caída de los Dioses”.

Voy a otro ejemplo. En abril de 1917 en Rusia, el Comité Central del Partido Comunista se sorprendió cuando Lenin, al llegar a Petrogrado del exilio, presentó sus tesis sobre la necesidad de una revolución social inmediata. Los campesinos, que eran el 85% de la población querían la paz y la tierra, explotada entonces por los grandes terratenientes en un régimen virtual de servidumbre.  Y logró el objetivo pero la guerra civil y las intervenciones extranjeras generaron una hambruna y el gobierno revolucionario tuvo que implantar el “comunismo de guerra” donde el Estado confiscaba a todos los campesinos los cereales que excedían el consumo familiar.

Esta política condujo al Motín de Cronstadt, en 1921 y, como respuesta, una drástica revisión de la política económica. Nació así la NEP que autorizó la venta libre en el mercado de una parte de la producción agrícola aunque estableciendo el “impuesto en especie” a los campesinos y abrió la economía a la inversión extranjera en sectores estratégicos como el petróleo.

Este retorno parcial al capitalismo, lo fundamentó Lenin en la necesidad de mantener la “alianza obrero-campesina” sin la cual la Revolución se hundiría irremediablemente.

Los procesos de cambio social en América Latina, serán frágiles e incluso reversibles, si se apoya únicmente en el respaldo de la pequeña burguesía.

Por todo ello, Arismendi consideraba que la alianza entre los trabajadores y las capas medias era imprescindible para realizar los cambios estructurales que el país necesitaba pero que la dirección de este proceso de cambios debía estar en manos de los trabajadores que es la fuerza socialista del espectro político-social.

Para preservar esta alianza, junto con políticas concretas en el campo fiscal cuyo peso principal recaiga en la clase alta, es indispensable, en mi opinión, un vigoroso trabajo ideológico y político que contrarreste el persistente accionar reaccionario de los grandes medios de difusión, nacionales e internacionales.




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