martes, 16 de abril de 2013

LA IGLESIA CATÓLICA EN UNA ENCRUCIJADA


Esta institución, la más importante de Occidente, atraviesa, actualmente, una grave encrucijada, según coinciden los más calificados analistas sobre el tema. Por supuesto, no es la única encrucijada en su milenaria historia. Para señalar solo algunas, el Cisma del siglo XV, la irrupción del Iluminismo en el XVIII, la Revolución Francesa y la unidad italiana en la década de 1860.

El teólogo y filósofo brasileño, Leonardo Boff, ha expresado en uno de sus últimos comentarios, siempre muy ilustrativos, en su página web:

“El Papa León Magno (440-461), en el vacío de poder imperial, tuvo que asumir el gobierno de Roma para enfrentar a los hunos de Atila. Tomó el título de Papa y Sumo Pontífice, que eran del Emperador, e incorporó el estilo de poder imperial, monárquico y centralizado, con sus símbolos, vestimentas y estilo palaciego. Los textos referidos a Pedro, que en Jesús tenían sentido de servicio y de amor, se interpretaron al estilo romano como estricto poder jurídico. Todo culminó con Gregorio VII (1073-1085), que con su Dictatus Papae (la dictadura del Papa) se arrogó para sí los dos poderes, el religioso y el secular. Surgió la gran Institución Total, obstáculo a la libertad de los cristianos y al diálogo con el mundo globalizado”. 

Boff, con toda la autoridad de su brrillante intelecto e indoblegable lucha en el seno de la Iglesia por una Teología de la Liberación, dice una verdad que, a menudo se olvida: la Iglesia Católica es un enorme poder económico, político y teológico. También subraya otra verdad: la cuestión teológica, con la que se pretenden presentar las crisis en el Vaticano, está condicionada por su base material y política sobre las que construyó sus cimientos.

Obviamente, Leonardo Boff piensa que, desde una teología ecuménica, apoyada en la caridad que es el núcleo del mensaje evangélico, se pueden resolver los vicios de la curia romana, acumulados durante 15 siglos y está convencido que Francisco I , con 76 años de edad, puede hacerlo.

Hace unos años, cuando el Arzobispo lituano-norteamericano, Paul Marcinkus, presidía el Instituto para Obras Religiosas (IOR), conocido como el Banco del Vaticano,  a un interlocutor, sorprendido por las cuestionadas operaciones financieras que realizaba la institución que el prelado presidía, le espetó: “La Iglesia Católica no se administra con avemarías”.

Creo que es en este contexto histórico que debemos analizar las posibilidades efectivas de un Papa y, en este caso del Cardenal argentino, Jorge Mario Bergoglio, cuyo advenimiento a la silla pontifical ha despertado tantas expectativas en centenares de millones de sinceros creyentes.   

Dejemos de lado, las cuestiones teológicas, de las que entiendo muy poco, para considerar lo que, históricamente, ha consistido el poder económico y político de la Iglesia Católica.

Desde el derrocamiento del último emperador romano, en el 476 DC, la Iglesia Católica, con una organización copiada del Imperio, asumió la tarea de restaurar su poder, con el auxilio de la doctrina evangélica –que se encargó de interpretarla y adecuarla a esos tiempos-, y órdenes religiosas encargadas de difundirla y enseñarla.

Su primera gran victoria en esta camino, fue la conversión del rey franco, Clodoveo (s.V), que se convirtió en su principal aliado para cristianizar y colocar bajo su influencia política, a los pueblos indoeuropeos que habían ocupado el occidente europeo. La donación del territorio lombardo, por Pipino El Breve (s.VIII) y su ratificación por su hijo Carlomagno, le proporcionaron la soberanía real al poder del Papa. La organización administrativa y la educación, dirigida por los obispos y sacerdotes católicos, en el reinado de Carlomagno, es llamado “Renacimiento Carolingio”. Pero esta situación, de por sí, no significaba la superioridad del poder eclesiástico sobre el secular sino que la sustentaban intereses recíprocos. Por ello, los historiadores denominan a este período que se extiende del siglo VII al XI DC de “Cesaropapismo”.

La verdadera entronización de la superioridad del poder del Papa sobre reyes y emperadores, es cuando Gregorio VII emite sus “Dictatus Papae” (dictados por el Papa), en el 1075, en el que claramente establece la Iglesia Católica es la única creada por el Señor y que los dignatarios seculares están subordinados a la voluntad del Papa como Vicario de Dios y que puede destituirlos. Son 27decretos que enuncian los principios de la Iglesia Apostólica Romana.

No obstante, los cambios económicos y sociales, en la Baja Edad Media (ss XI-XVI), con el desarrollo del capitalismo comercial en el Báltico y el Atlántico, fortalecen la autonomía material y jurídica de algunos principados y reinos –como en el norte de Alemania e Inglaterra, en donde se estrellará la presunta soberanía del Papa, conflictos todos revestidos de ropaje teológico (Luteranismo y anglicanismo). La España de Felipe II (s.XVI), dominada por los grandes feudales, se convertirá en el brazo secular de la reacción papal y a cambio, consolidará su estructura feudal durante la colonización del Nuevo Mundo.

A partir del siglo XVII, los descubrimientos de la física galileana, a la que se agregará a finales del mismo siglo, la de Isaac Newton, prepararán el camino para el avance, en el siglo siguiente del capitalismo comercial en el campo y los primeros atisbos de la Revolución Industrial. En este cuadro irrumpe la “Filosofía de las Luces” (Diderot, Voltaire entre otros) que proclamaba el triunfo de la ciencia y el fin de la teología y la metafísica.

Al poder de la burguesía se sumaron las revoluciones campesinas y, en ambos casos, la Iglesia Católica –en el Viejo y en el Nuevo continente, en el período de la Independencia- sus grandes propiedades rurales se vieron afectadas. El Papado defendió en el plano político y teológico sus privilegios, llegando en la encíclica de Pío IX “Quanta cura” y el Syllabus”, de 1864, a condenar los que consideraba “80 errores de los tiempos modernos” y seis años más tarde, en el Concilio Vaticano I, la infalibilidad de las palabras del Papa “expresadas en sede pontificia sobre cuestiones de la fe y de la moral”.

Desde el Concilio de Nicea (325 DC), hasta el Vaticano I, la Iglesia Católica defendió sus dogmas con energía, creando el Tribunal de la Inquisición en el siglo XII para juzgar a todo aquel que cuestionara sus principios. Son famosos los juicios al teólogo y filósofo Giordano Bruno quemado en la hoguera en enero de 1600 y al astrónomo y físico, Galileo Galilei, condenado a prisión domiciliaria en 1633,  porque los resultados de sus experimentos demostraban la falsedad de algunas “verdades”, obra de la especulación y carentes de comprobación práctica, admitidas en esa época como eternas.

                                                           II

No obstante, la Iglesia no pudo resistir los profundos cambios históricos en la sociedad, la ciencia y la cultura que a finales del siglo XIX eran explosivos, entre ellos la irrupción en la escena de la cuestión social; nuevas ideas que cuestionaban el orden natural expuesto por Tomás de Aquino en el siglo XIII y al que la Iglesia consideraba un principio incuestionable. La Encíclica “Rerum Novarum” del Papa León XIII de 1891, reconocía el derecho de los obreros a organizarse en sindicatos, dejando abierta la puerta para la creación de partidos políticos cristianos que intervinieran en un sistema político que era el sistema de los “tiempos modernos”, condenado por el Syllabus, veinte años antes.

Fue un viraje muy importante de la Iglesia ante transformaciones sociales y políticas que se le escalpaban de la mano por su tenaz resistencia a reconocer los cambios históricos. Pero la unidad de Italia, le había quitado al Papa la base material de su poder político que eran los territorios que gobernaba en la península.

La Historia le dio al papado una nueva sorpresa: la Revolución Rusa de 1917 que llevó al poder a los bolcheviques que estaban dispuestos a forjar iuna nueva sociedad que tenía como guía la filosofía materialista y la teoría social marxista. Ambas concepciones eran una amenaza a la “Civilización Occidental y Cristiansa”..

La profunda crisis económica y social en que cayeron los países vencidos en la Primera Guerra Mundial -1914-1918- (Alemania, el Imperio Habsburgo),
así como la situación de Italia cuyos monopolios  no obtuvieron el respaldo en Versalles para expandirse en África.

El Papado no podía ignorar el peligro para la institución de esta crisis y encontró en el Estado Fascista, fundado por Mussolini en 1922, una coincidencia de objetivos. Por el Concordato de Letrán, de febrero d 1929, el Reino de Italia reconoce la soberanía de la Santa Sede sobre una parte de su territorio y crea la Ciudad del Estado del Vaticano. Mussolini, que firmó el documento como Primer Ministro, obtuvo, por la influencia de la Iglesia en el pueblo católico, el apoyo de las masas que necesitaba y la Iglesia, a su vez, recuperaba una soberanía que había perdido en 1870. El gobierno italiano pagó, además, 80 millones de dólares que servirían como capital inicial del IOR (Banco del Vaticano), fundado por Pío XII, en 1942.

El Vaticano tuvo, también, un importante papel en el ascenso de Hitler al poder, en 1933. El primer gobierno del líder nazi, contó como vice primer ministro, a Franz Von Papen, importante dirigente del partido católico alemán, “Caballero de la Orden de Malta” y asesor de Pío XII después de la Segunda Guerra Mundial, que convenció al presidente alemán, Mariscal Hindemburg sobre la necesidad de encargar el gobierno al líder nazi, en enero de 1933. En la misma dirección fue el apoyo del Vaticano a la sublevación del general Francisco Franco contra el gobierno repubñcano, en 1936, la bendición de las tropas italianas que colonizaron Etiopía y el papel gravitante que tuvo la Iglesia en el aparato administrativo y educativo de la dictadura franquista.

Con la caída del fascismo y la recuperación de la democracia en Italia, con un Partido Comunista que había llevado el peso mayor de la resistencia al régimen de Mussolini y se convertía en la primera organización de este tipo en Europa Occidental, el Vaticano temía la anulación del Concordato de Letrán y buscó el apoyo en la Democracia Cristiana que creó en 1944 y en Estados Unidos que, a través de la CIA, suministró fondos al Banco de la Santa Sede para apoyar a la DC. En las elecciones parlamentarias de 1948, la Democracia Cristiana, conducida por su líder, Alcide De Gasperi, obtuvo una resonante victoria, logrando la mayoría absoluta de las bancas.

Durante diez años se sucedieron los gobiernos de la DC pero al finalizar la década de 1950, las divisiones en su seno y el fin de la prosperidad económica fueron reduciendo sus contingentes electorales hasta que perdió el control de la cámara, dando paso a los ministerios de coalición con sectores liberales primero y el Partido Socialista después, que dieron inicio a una inestabilidad política que se hizo endémica.

Al morir Pío XII (1958), el principal candidato a sucederle era el Arzobispo de Génova, Giuseppe Siri, pero, sorpresivamente, el cónclave cardenalicio, se inclinó por el Cardenal Angelo Giuseppe Roncalli, de 77 años de edad, que adoptó el nombre de Juan XXIII. Se habló mucho, en su momento, del fracaso de la candidatura de Siri que era un cardenal estrechamente vinculado a Pío XII y considerado un firme defensaor de la ortodoxia católica  Ahora, la Iglesia se encontraba ante un mundo bipolar, con una Unión Soviética dominando el escenario europeo y la presencia de poderosos partidos comunistas en Italia y Francia. El “aggiornamiento” de su misión evangélica era indispensable y así lo entendió el cónclave y el nuevo Papa.


Coincidió esta elección, con el mayor peso alcanzado en la DC por un sector encabezado por los dirigentes Amintore Fantani y Aldo Moro, de dar a la polítifca italiana un giro a la izquierda. Tanto esta posición como la elección de Juan XXIII no fueron bien vistas por la Casa Blanca que consideraba que permitiría una mayor gravitación del Partido Comunista cuando la “guerra fría” estaba en sus niveles más altos.

A los tres meses de su entronizamiento, Juan XXIII convocó a un nuevo concilio que recibió el nombre de “Vaticano II” que puso en marcha una política de unir  a toda la cristiandad, superando las rivalidades que habían creado los distintos cismas así como un fructífero diálogo con todas las religiones. Roma, de hecho, dejaba de ser el eje de un poder eclesiásticos excluyente.

Juan XXIII murió en 1963 pero la impronta que dejó durante su breve gestión ha sido indeleble para los católicos.

El cónclave eligió, esta vez, al Cardenal Giovanni Batista Montini que adopto el nombre de Paulo VI que había sido Secretario de Estado en el último período del Papado de Pío XII. La línea ecuménica de su antecesor la mantuvo pero es en los problemas internos de la administración del Vaticano donde aparecen elementos que, para muchos analistas, sería el comienzo de uno de los problemas más graves que enfrenta la institución actualmente: la oscuridad de las operaciones financieras del Banco del Vaticano.

Estas actividades no eran nueva. Dijimos que el Banco había sido refundado en 1942. Su dirección fue puesta en manos, por Pío XII, del banquero Bernardino Nogara cuya preocupación fue salvar a la institución después de la caída del fascismo que ya era inevitable después de la derrota de las tropas hitlerianas en Stalingrado, en febrero de 1943. El Banco manejaba dinero de instituciones italianas e incluso fascistas y Nogara extendió las operaciones del IOR en Londres, a través de bancos y compañías de inversiones, encubiertas.

En la década de 1960, los gobiernos de coalición italianos de centro-izquierda, están encabezados por Aldo Moro (1963-1968). La alianza incluye al Partido Socialista y al Partido Republicano. Entre las reformas realizadas está la tributaria diseñada por el ministro de Finanzas, Luigi Preti, del Partido Socialista, que simplificó el sistema impositivo y eliminó los privilegios de algunas empresas que obtenían altos  lucros y en las que el Banco del Vaticano tenía, en algunos casos, participación mayoritaria.

Ante esta situación, el Papa Paulo VI recurrió, en 1969, al asesoramiento del banquero Michele Sindona que presidía instituciones financieras en Italia, Suiza y Estafdos Unidos que operaban con contrabando y lavado de dinero especialmente de la mafia. En 1971, el Papa designó al Arzobispo norteamericano Paul Marcinkus, presidente del IOR.

En 1974, el Franklin National Bank de Nueva York, presidido por Sindona, quebró. Las autoridades comprobaron que Sindona había retirado 30 millones de dólares para cubrir las pérdidas de operaciones realizadas en la bolsa. Al trascender la débil situación del banco, una corrida de los ahorristas determinó su quiebra. Las investigaciones pusieron al desnudo todo tipo de operaciones ilícitas que servían de soporte al imperio financiero que había montado; fue enjuiciado, condenado y encarcelado em 1980.

Un año antes, el abogado Giorgio Ambrosoli, interventor del Banco Privado de Italia, propiedad de Sindona. fue asesinado. El funcionario, designado por el Banco Central de Italia, había descubierto toda la telaraña de los movimientos de dinero al exterior del Banco intervenido así como “las vías secretas de escape”, entre ellas el Banco del Vaticano y la agencia del Banco Ambrosiano ubicada en el paraíso fiscal de Lichtejstein.

El gobierno italiano solicitó la extradición de Sindona en 1984. Fue juagado y condenado 25 años de prisión por varios delitos financieros y por ser el autor intelectual del asesinato del interventor Ambrosoli, ejecutado por un pistolero estadounidense. Durante su prisión declaró que la organización que planificaba todas las operaciones de sus bancos, del Banco Ambrosiano y del Banco del Vaticano era la Logia Masónica Propaganda 2, cuyo Gran Maestre era un señor llamado Licio Gelli. Esta logia, como rama del Gran Oriente, había sido creada en la posguerra, con el apoyo de Estados Unidos y el Vaticano para combatir al Partido Comunista Italiano y luego extendió sus actividades a otras regiones del mundo, entre ellas América Latina.

El golpe de Estado en el Brasil de 1964, fue el inicio de iuna ofensiva imperialista en América Latina para frenar los movimientos sociales y políticos de liberación nacional. En esta estrategia, la Logia P-2 desempeñó un papel importante. El Banco Ambrosiano, a partir de 1975, bajo la presidencia de otro banquero con conexiones con la mafia, Roberto Calvi, instaló agencias en las Bahamas, Panamá, Perú y Argentina, cuya sucursal inauguró personalmente en 1981. El Ambrosiano  financió al Dictador Somoza de Nicaragua, a los “Contras” y a la dictadura militar argentina. Para todas las operaciones encubiertas y riesgosas, el Banco Ambrosiano contó con la garantía del IOR, que podía retirar (inclusión de una“lettera liberatoria” en el contrato) sin condiciones si surgía algún obstáculo que comprometiera la imagen pública de la institución.

En 1982, sorpresivamente, el Banco Ambrosiano quebró. Tenía un agujero en su contabilidad de 1.300 millones de dólares que su presidente, Roberto Calvi, no pudo explicar a los inspectores del Banco de Italia. Varias hipótesis se han expuesto sobre la causa de este “default”. Una de ellas, manejada incluso por el diario “The New York Times”, son los préstamos que le estaba haciendo el Banco, a través de su agencia en el Perú –el Banco Ambrosiano Andino- a la Junta Militar Argentina, para comprar misiles Exocet en el mercado negro a efectos de combatir a la escuadra británica durante la Guerra de las Islas Malvinas. El Servicio de Inteligencia inglés habría detectado el origen de esos fondos y el Banco del Vaticano, habría retirado su garantía. Roberto Calvi huyo de Milán y el 17 de junio de 1982, apareció colgado debajo de un puente de Londres. La policía británica dijo que se trataba de un suicidio, versión que ha sido muy cuestionada.

El Vaticano negó toda vinculación con el Banco Ambrosiano pero ante la presión de los ahorristas y de la prensa, después de muchas dilatorias, el Secretario de Estado, Cardenal Agostino Casaroli, dispuso la entrega de 400 millones de dólares a los demandantes como forma de “reparación moral”.

Posteriormente, un allanamiento realizado por la policía en la casa de Licio Gelli en Arezzo, descubrió una lista de sus integrantes (políticos, magistrados, periodistas, militares de Italia y de América Latina) entre los que se encontraban los nombres de Sindona y Calvi. Eran miembros de la Logia P-2 así como varios ministros del gobierno del demócratacristiano Arnaldo Forlani que, como consecuencia del escándalo, tuvo que renunciar.

La justicia italiana quiso interrogar al Arzobispo Marcinkus pero el Vaticano se negó, reteniéndolo en la Ciudad del Vaticano, al amparo del derecho de extraterritorialidad, reconocido por el Estado Italiano en el Concordato de Letrán.

Todo esto ocurrió durante el período del Papa Juan Pablo II (1978-2005). Marcinkus fue separado de la presidencia del IOR pero el Banco continuó siendo una institución cuyos negocios son secretos.

Después de la desintegración de la Unión Soviética y la creación de la Zona Euro, la Unión Europea ha establecido una serie de normas a la que deben ajustarse todos los bancos si quieren operar en la zona. El Banco del Vaticano es considerado un paraíso fiscal para el refugio de dinero cuyos titulares escapan al conocimiento del público o grandes transacciones originadas en el tráfico de droga.

La crisis económico-financiera que sacude a la Unión Europea y, en particular, la crisis de Italia, ha extremado las medidas del gobierno italiano para impedir la fuga de capitales. Las autoridades estaban investigando ciertos movimientos de dinero realizados por el Banco del Vaticano hacia el J.P.Morgan Bank (agencia de Frankfort) y otros tres bancos europeos, cuyos orígenes, el presidente del IOR, Ettore Gotti Tedeschi, se negó a revelar.

                                                 III

El Vaticano se mantuvo firme en la defensa de la transparencia de las operaciones del Banco, respaldando plenamente a su presidente. Sin embargo, en mayo de 2012, el periodista, Gianluigi Nuzzi, publicó un libro con cartas dirigidas al Papa Benedicto XVI, que habían sido sustraidas del despacho del Pontífice. Una de esas cartas era de Ettore Gotti, donde expresaba el temor de ser asesinado. Gotti Tedeschi, fue durante años Director General del Banco Santander en Italia, pertenece al Opus Dei y ha sido profesor de la disciplina “Ética de los negocios” en la Universidad Católica de Milán.Fue designado presidente del IOR por Benedicto XVI, en el 2009, con la misión de dotar al banco de la transparencia que reclama la Unión Europea. Su gestión era supervisada por una Comisión presidida por el Secretario de Estado que, en su caso, fueron los Cardenales Angelo Sodano, primero, y Tarcisio Bertoni, después. Éste continúa todavía en su cargo.
  

Conocidas las revelaciones del libro de Nuzzi, el Papa, por recomendación unánime de la Comisión Supervisora, presidida por el Cardenal Bertoni, destiuyó en forma fulminante, el 8 de junio de 1912 a Ettore Gotti Tedeschi. Como fundamento, la Comisión expresó en un comunicado que la destitución fue "por no haber desarrollado funciones de primera importancia para su cargo". Las filtraciones de cartas que tomaron estado público revelan un enfrentamiento en el seno de la Iglesia cuyo punto central es el control que ejerce la curia romana en el Estado del Vaticano, incluyendo a su banco.

El 15 de febrero de 2013, cuando ya había anunciado su intención de renunciar, el Papa Benedicto XVI designó a un aristocrático economista alemán, Ernest Von Freyberg, para ocupar el cargo dejado vacante por Gotti. Von Freyberg es un banquero alemán de Munich y “Caballero de la Orden de Malta”.

El 11 de febrero, Benedicto XVI anunció al Consistorio de Cardenales su renuncia, la que hizo efectiva el 28 del mismo mes y el 13 de marzo de 2013, el Cónclave de Cardenales eligió al Cardenal argentino, Jorge Mario Bergoglio, de la Orden Jesuita, el que adoptó el nombre de Francisco I.

El Papa Benedicto XVI fundamentó su renuncia ante el Consistorio, con las siguientes palabras: “Tras haber examinado repetidamente mi conciencia ante Dios, he llegado a la certeza de que mis fuerzas, dada mi avanzada edad, ya no se corresponden con las de un adecuado ejercicio del ministerio petrino. [...] Por esta razón, y muy consciente de la gravedad de este acto, con plena libertad declaro que renuncio al ministerio de obispo de Roma, sucesor de san Pedro”. [...]. L

El contexto económico y político en el que se ha desenvuelto el Papado en su larga historia y  particularmente en el siglo XX, puede ayudar a explicar por qué a Benedicto XVI le faltaban fuerzas para conducir a la Iglesia en el momento actual y también qué es lo que se puede esperar del Papa Francisco I, cuyo problema principal, a nuestro juicio, es limitar el poder de la curia romana.


No hay comentarios:

Publicar un comentario