miércoles, 8 de agosto de 2012


                          LA DESESPERACIÓN DE LAS OLIGARQUÍAS

Por Ruiz Pereyra Faget

Llamo oligarquía a la clase alta tradicional que en América Latina monopoliza la tierra desde la ruptura del vínculo colonial con España y enlaza el negocio del agro con la banca y el comercio exterior. A cambio de sus exportaciones, importan manufacturas industriales. En el siglo XIX adoraron la libra esterlina y en el siglo XX y lo que va del XXI, adoran el dólar.

Las oligarquías de Paraguay y Uruguay –y los partidos políticos que las expresan-, están desesperadas por el ingreso de Venezuela al Mercosur, resuelta en Mendoza por los presidentes de Brasil, Argentina y Uruguay, después de la suspensión de Paraguay por el Golpe de Estado que derrocó al Presidente Lugo, partidario de ese ingreso pero obstaculizado por un Congreso oligárquico.

Estas oligarquías, de ambos países, que nunca respetaron el orden jurídico, ya que la de Paraguay entronizó la dictadura de Stroessner y la uruguaya ató toda su política exterior como fiel servidora del imperialismo norteamericano, se “prenden”  del derecho como “última ratio”, para cubrir con esa cortina de humo su verdadero papel de servidoras del imperio de nuestra época y de la que Améerica Latina y el Caribe han sido su “reserva estratégica” o “patio trasero”.

El problema fundamental para el que ha sido hasta hace diez años el “subcontiente americano” es si sus repúblicas se integran económica y políticamente, para ser realmente independientes o se mantienen divididas y atadas, cada uno de ellas a los tratados comerciales, financieros y militares bilaterales que les impone Estados Unidos, incorporánlas a su “sueño” de hegemonía mundial en el que se encuentra embarcado.

En la Carta de Jamaica, del 6 de setiembre de 1815, el Libertador Simón Bolívar, veía con claridad el destino de nuestras repúblicas cuando recién Estados Unidos consolidaba su independencia, después del intento recolonizador de Inglaterra en 1812: “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse; mas no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes dividen a la América. ¡Qué bello sería que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto Congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras tres partes del mundo. Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración…”

Bolívar admitía las enormes dificultades, en ese momento, para poner en marcha su proyecto integrador pero después de la victoria de Sucre en Ayacucho, en 1824, que puso fin al intento restaurador de España, convocó un Congreso a realizarse en Panamá, pero los intereses y egoísmos nacionales de las oligarquías criollas, le cerraron el camino.

No obstante, parece “que la época dichosa de nuestra regeneración”, ha llegado porque la historia es lucha y no se detiene.

Los imperios se hunden, como sucedió con el Romano y Británico, y surgen otros poderes que persiguen el equilibrio global, única forma de asegurar la paz, condición indispensable para desplegar la cooperación internacional abriendo un amplio sendero por el que transite el desarrollo económico y social de todos los pueblos.

Este es el sentimiento que prevalece en la América Meridional, después del ascenso al gobierno de Hugo Chávez en Venezuela (1999) y de Luiz Ignacio (Lula) da Silva en Brasil (2003), al que siguieron el de Néstor Kichner en Argentina (2003), el Frente Amplio en Uruguay (2005) y Rafael Correa en Ecuador (2007).

El punto de partida común fue el rescate de los recursos naturales, el desendeudamiento, el fortalecimiento de la industria nacional y una distribución más justa de la renta nacional, con prioridad de los sectores sociales más desamparados. Esta política salía al cruce del “Consenso de Washington” (1990), cuyos arquitectos consideraban que América Latina no se podía librar de su cuantiosa deuda externa y que debía abrir las puertas, sin restricciones, al capital extranjero y a sus manufacturas, lo           que significaba profundizar la dependencia, convirtiéndose el Estado en un mero administrador de ese capital, bajo la celosa vigilancia del Fondo Monetario Internacional y de las Agencias Calificadoras de Riesgo.

Intentos de integración regional, como el Pacto Andino, para facilitar el comercio zonal, habían surgido (1969), pero sin afectar los intereses fundamentales de Estados Unidos. En 1985, en el encuentro de Foz de Iguazú, los presidentes de Argentina –Raúl Alfonsín-, y Brasil –José Sarney-, emitieron una Declaración el 30 de noviembre, sobre temas fundamentales trazando una inequívoca línea de independencia en matera económica y política.

Los puntos 18, 19 y 20 del histórico documento, expresan: “18) (Ambos Presidentes) expresaron su firme voluntad política de acelerar el proceso de integración bilateral. En armonía con los esfuerzos de cooperación y desarrollo regional, expresaron su firme convicción de que esta tarea debe ser profundizada por los gobiernos con la indispensable participación de todos los sectores de sus    comunidades nacionales, a quienes convocaron a unirse a este esfuerzo, ya que cabe también a ellos explorar nuevos caminos en la búsqueda de un espacio económico regional latinoamericano”; “19) Con esa finalidad, decidieron la creación de una Comisión Mixta de alto nivel de cooperación e integración económica bilateral, presidida por sus Ministros de Relaciones Exteriores e integrada por representantes gubernamentales y de los sectores empresarios de los dos países, para examinar y proponer programas, proyectos y modalidades de integración económica”;  “20) “Esta Comisión, que abarca todos los sectores susceptibles de una mayor integración entre los dos países, será constituida en el primer trimestre de 1986 y deberá presentar, antes del 30 de junio próximo, un informe a los dos presidentes con las prioridades propuestas para lograr una rápida profundización de los vínculos de cooperación e integración económica, especialmente en lo referido a las áreas de complementación industrial, energía, transporte y comunicaciones, desarrollo científico – técnico, comercio bilateral y con terceros mercados”.

En Uruguay y Paraguay, esta firme voluntad de “integración bilateral”, causó gran preocupación. Los dos países  tenían tratados comerciales preferenciales con Brasil y Argentina. Si éstos establecían un arancel protector, ese comercio resultaría afectado. En consecuencia solicitaron integrar el mercado que creaban Argentina y Brasil y en 1991, se formalizó, con el Tratado de Asunción, la creación del Mercosur. Esta es la verdadera historia.

Actualmente, con el curso dado por el Presidente Chávez a la política interna y continental de Venezuela, la ampliación del Mercosur era una demanda impostergable, de la que todos los integrantes de este mercado, incluyendo a Paraguay y Uruguay, resultan beneficiados. Sin embargo, por razones meramente políticas, respaldadas por Estados Unidos, que se opone a la existencia de un bloque independiente sudamericano, el Parlamento guaraní vetó sistemáticamente el ingreso de la república bolivariana, sirviéndose de las normas de un Tratado al que ingresó la patria de Solano López, por la gracia de Brasil y Argentina, contrariando el fundamento estratégico del Mercosur diseñado por los presidntes Raúl Alfonsín y José Sarney. Por ello, no sorprende que la decisión adoptada en Mendoza, a instancia de Brasil, haya contado con el respaldo absoluto de los parlamentos de Argentina y Brasil y aparezcan cuestionándola el gobierno oligárquico de Paraguay y la oposición oligárquica de Uruguay.

Los medios, que expresan estos intereses, difunden las objeciones jurídicas y confunden a la opinión pública desprevenida o manipulada, ocultando la sustancia del problema en cuestión que hemos tratado brevemente de explicar.

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