lunes, 30 de julio de 2012

EL IMPERIALISMO EN EL URUGUAY


La lucha contra el imperialismo y la contradicción
 fundamental de la sociedad uruguaya

Rodney Arismendi: “Problemas de una Revolución Continental”,
             Tomo II, p.73 – Edición de la Fundación Rodney     
              Arismendi. 1997.


Uruguay es un país dependiente del imperialismo, sometido, en particular, como los otros pueblos de la América Latina, a la égida económica y política de los Estados Unidos. Es decir, sobre la nación uruguaya gravita la opresión extranjera, que condiciona el cuño antimperialista de la revolución. La ley de la necesaria correspondencia entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, actúa, en este caso, en una sociedad cuya estructura está sometida no sólo a sus procesos internos, sino que es objeto de una opresión y expoliación extranjeras. ¿Refleja adecuadamente este factor -el factor nacional- nuestro enunciado referente a la contradicción fundamental?

Este interrogante estuvo en nuestras preocupaciones, durante el estudio del programa. Examinamos, entonces, la posibilidad de proyectar especialmente, del núcleo de contradicciones que se generan en torno a la pugna entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, el antagonismo nacional -que opone nuestro pueblo al imperialismo yanqui. Sin embargo, no lo hicimos: creemos que el factor nacional aparece correctamente subrayado en el programa, y que, por otra parte, a estricto sentido, la opresión imperialista integra -en lo sustancial- las relaciones de producción, la base material de la caduca estructura de la sociedad uruguaya, que la revolución deberá romper. La superación revolucionaria de tales relaciones sociales destruirá los cimientos de la dominación imperialista sobre nuestro pueblo.
Rechazamos, además, toda idea de jerarquizar estas contradicciones, de establecer un orden que pudiera llevar a pensar que la dominación imperialista es, en Uruguay, un fenómeno exclusivamente externo, es decir, desprendido de sus vinculaciones con las clases dominantes nativas.

La división de las contradicciones en tales jerarquías, no corresponde a la realidad material, al enfrentamiento de las clases, al juego de las tendencias antagónicas y, por lo tanto, puede acarrear consecuencias perjudiciales para el movimiento.
Sería un error hipostasiar un término de la contradicción, en detrimento de la realidad: la imagen teórica perdería su complejidad dialéctica, se alejaría de la vida real.
A veces se opone a este planteamiento, una razón de orden táctico: se cree que, de otro modo, se podría concentrar mejor la lucha contra el enemigo principal, aprovechar con más eficiencia la gama de contradicciones que genera la presencia opresora del imperialismo yanqui. Este modo de razonar invierte los términos: hace de la táctica una categoría lógica impuesta a la realidad, en vez de partir de la existencia material, del ser social, de la lucha de clases, a fin de trazar la conducta política. Este error metodológico, puede llevarnos a creer que los postulados agrarios y antimperialistas de la revolución pueden separarse, o ser escalonados.

Tal idea tiene una sola y lógica derivación estratégica: la alianza obrero-campesina dejaría de ser la base, el núcleo fundamental, del frente democrático nacional. La revolución antimperialista y la revolución agraria corresponderían a etapas diferentes del desarrollo. Y la burguesía nacional estaría llamada a un período revolucionario en que hasta podría, quizá, asumir un desempeño primordial. Como los disparos mal apuntados, las tesis teóricas incorrectas acrecienten su margen de error a medida que avanzan.

En última instancia, se beneficiaría objetivamente a los latifundistas y grandes capitalistas antinacionales, que seguirían saqueando a nuestro pueblo. Nos llevaría a autoengañarnos, y a desarmar al pueblo.

Confundiríamos cada pequeña fricción de las clases dominantes con el imperialismo (que dentro de ciertos límites se deben tener en cuenta) con toda una teoría de la emancipación nacional. Idealizaríamos la ninguna aptitud antimperialista de los terratenientes y grandes burgueses, y perderíamos de vista que la base social, la vértebra de la lucha nacional, son las grandes masas, entre ellas, los campesinos y las masas pobres del campo, aliados primordiales del proletariado.

Estas masas del campo se levantarán contra el imperialismo, en la misma medida en que lo vean como un monstruo bifronte, cuyo otro rostro es el latifundio, los monopolios, los usureros y comerciantes que las esquilman con fría impiedad. La alianza obrero-campesina es, incuestionablemente, la base del frente democrático nacional.
En particular, tal separación de la lucha nacional y social nos conduciría a rebajar la acción de la clase obrera, a diluir su independencia ideológica, su acción reivindicativa sindical y política. Y entrañaría una desvalorización del papel del Partido.
Los caminos que se podrían pensar más amplios, hacia el frente democrático nacional, resultan, pues, ilusorios, y vanidad la creencia en una táctica más flexible cuando ésta no corresponde a la correlación social y política verdadera, en que nos toca actuar. Por el contrario: sobre la plataforma de un ceñido análisis de las fuerzas de clase, se puede construir con más eficiencia la arquitectura de las alianzas del proletariado y la más detallada y ágil política. La conducta táctica debe girar, siempre, en torno a un protagonista: la movilización, el combate y la experiencia de las grandes masas, lo que denominamos el desarrollo del frente único de lucha.
En una palabra, el imperialismo oprime a nuestro pueblo; la dominación económica extranjera es la piedra de toque para calificar el elemento nacional de nuestra revolución: pero esta opresión está enclavada en la propia estructura económico-social. Las razones de táctica no nos pueden hacer modfificar la realidad material.
Uruguay es un país dependiente; pero desde un punto de vista político objetivo -con todas las restricciones conocidas- obtuvo su independencia hace más de un siglo. La opresión imperialista no se manifiesta de la misma manera que en una nación sometida a la administración u ocupación extranjera, o marcada por una intervención imperialista más desnuda y directa. En casos excepcionales de la vida de un pueblo, por ejemplo la ocupación extranjera, ciertas fases de una guerra nacional muy difícil, es posible que el Partido de la clase obrera y las fuerzas patrióticas pospongan momentáneamente determinados objetivos sociales, en materia agraria, o ciertas reivindicaciones anticapitalistas, para enfrentarse mejor al invasor u ocupante extranjero. Pero, en primer término, ello ocurre en circunstancias muy particulares y, en general, por tiempo limitado ; y, en segundo término, no modifica ni puede hacer desaparecer, la naturaleza objetiva, material, auténtica, de la contradicción principal que se manifestará, en última instancia, de modo ineludible. En consecuencia, aun existiendo la posibilidad de ciertos giros tácticos, en situaciones peculiares, ello no modifica nuestra definición; no puede significar que cambie por ello la existencia social, y menos aun se podría inferir que los términos de la contradicción son separables, como piezas que se desmontan, en mecanismos paralelos.

Concebiríamos la lucha del pueblo uruguayo contra el imperialismo yanqui, a través de las anteojeras del idealismo filosófico.

El razonamiento táctico es también discutible desde otro aspecto: contrapone, falsamente, las categorías de amplitud y profundidad de las luchas. Incurre, así, en una oposición metafísica. Estas categorías no se excluyen mecánicamente. Sin duda, la extensión (amplitud táctica) de las fuerzas sociales que participan en la revolución, facilita la ulterior intervención más profunda de las masas; pero también es cierto que la verdadera profundidad de la acción revolucionaria de los obreros, campesinos, trabajadores, capas medias urbanas, es inseparable de la lucha por sus reivindicaciones, de su experiencia y sus conquistas. La profundidad de la acción revolucionaria de las grandes masas -cuyo eje es la alianza obrero-campesina- si por un lado, y a medida que la revolución avanza, restringe la amplitud, por otro es un sostén de esa amplitud. Creemos que esta idea dialéctica se resume, en su forma estratégica y táctica, en la Declaración de los 81 Partidos Comunistas y Obreros:
     
     "La alianza de la clase obrera y campesinos -dice- es
     la fuerza más importante para conquistar y defender la
     independencia nacional, realizar profundas transformaciones
     democráticas y asegurar el progreso social. Esta alianza
     está llamada a ser la base de un amplio frente nacional.
     De su fuerza y solidez depende también en no pequeña
     medida el grado de participación de la burguesía nacional
     en la lucha liberadora. Pueden desempeñar un gran papel
     todas las fuerzas patrióticas nacionales, todos los
     elementos de la nación dispuestos a luchar por la
     independencia nacional, contra el imperialismo". (Ediciones
     de la revista "Estudios", Montevideo, 1961, pág. 36.
     Subrayado por mí. - RA).

Esta experiencia es universal. Cuba la confirma, independientemente de que el dramatismo de la situación cubana precipitó la dureza del proceso interior, como lo explicara Fidel Castro el 1º de mayo de 1960. Aníbal Escalante decía con acierto en la VIII Asamblea Nacional del Partido Socialista Popular en agosto de 1960:

     "Es sabido que la burguesía nacional cubana -y en ella
     actúa como toda burguesía -está penetrada de un fuerte
     temor a los cambios revolucionarios, sobre todo al
     influjo de la clase obrera en la revolución que dé contenido
     más hondo y radical al proceso...la revolución no echa a
     la burguesía nacional de su lado; es ella la que vacila;
     y es de ella de donde, sobre la base de su temor al prole-
     tariado y al avance de la revolución...surgen constante-
     mente las tendencias a capitular ante el imperialismo y
     las traiciones a la patria...Mantenemos la estrategia de
     clases con que se originó la revolución. Procuramos que
     la burguesía nacional se sostenga en el campo revolucio-
     nario, aunque, desde luego, sin concesiones lesivas para
     el desarrollo revolucionario" .

En fin, concebimos la base material de la revolución uruguaya -el antagonismo entre el desenvolvimiento de las fuerzas productivas y las relaciones de producción- como una unidad de contradicciones; de esa unidad es parte, a su vez, contradictoria, en lo económico, político y nacional, la pugna que opone nuestro pueblo al imperialismo, en particular a la oligarquía financiera del dólar. Esta contradicción es relevante e influye el curso de la lucha.

     4. Relaciones de producción y monopolios extranjeros

La opresión imperialista posee un doble carácter: por un lado el imperialismo forma parte de las relaciones de producción del Uruguay; por otro, es un factor foráneo, extranjero, esquilma desde el exterior a la mayoría del pueblo, marchita nuestra independencia política y veja la soberanía nacional. La situación de nuestro continente -principal dependencia del imperialismo yanqui y el papel de EE.UU.- cabeza mundial de la reacción, la guerra y el colonialismo - subrayan la gravitación de este factor externo.

Pese a esta dualidad, la conquista de nuestra independencia económica (la Declaración lo especifica en reivindicaciones antimperialistas radicales) es la clave material para volver auténtico nuestro perfil independiente y tornar nuestra actuación soberana.
Y si bien no podríamos abarcar integralmente todo lo que sifnifica para Uruguay el fenómeno imperialista sólo con medir el número de propiedades y empresas o su presencia subyugadora en el mercado exterior, debemos partir de estos datos, si queremos definir la condición y el grado de la subordinación nacional. Simplificaríamos excesivamente el planteamiento si identificáramos ambas definiciones, si creyéramos que se corresponden del mismo modo que dos figuras superpuestas de exacta geometría; sin embargo, la intervención del capital imperialista en la economía nacional es el índice primordial para emprender toda definición de la condición de nuestro país como un país dependiente. La opresión nacional se integra, pues, en el conjunto de las caducas relaciones de producción, que obstruyen el desenvolvimiento de las fuerzas productivas; es parte de la estructura económico-social del Uruguay.
Recurramos, para una más sencilla demostración, a las definiciones básicas. Ellas son bien conocidas para el lector advertido, pero vale la pena repetirlas ya que no estamos exhibiendo originalidades, sino desmontando en piezas la armazón sustentadora de nuestros conceptos.

A fin de poder arrancarle a la naturaleza lo indispensable para satisfacer sus necesidades y asegurar la continuidad de la especie, los hombres deben entrar, necesariamente, en determinadas relaciones sociales . Estas relaciones se establecen -independientemente de su voluntad- en el proceso de la producción de bienes materiales. Las relaciones de producción incluyen: las formas de propiedad sobre los medios de producción, que tienen carácter determinante sobre toda la estructura social; el lugar que ocupan en la producción los distintos grupos sociales y sus vínculos mutuos, o sea las clases o capas sociales y sus relaciones recíprocas; y las diversas formas de distribución de los bienes materiales .

De este conjunto de relaciones sociales, la propiedad de los medios principales de producción es lo más importante para la definición de la base material de una sociedad.
Por lo mismo, con criterio científico riguroso, no se pueden deslindar la dominación imperialista y las relaciones de producción, como si fueran cosas distintas, mecánicamente separables, o por lo menos paralelas.
El principal rasgo económico que caracteriza al imperialismo es la exportación de capital. La inversión imperialista en el país colonial o dependiente puede tener simplemente la forma de un empréstito o de una colocación de capitales en empresas. Sirvámonos del ejemplo más claro: la inversión en empresas o fincas. En toda América Latina es evidente la apropiación, por el imperialismo de importantísimos medios de producción: tierras, minas, bosques, la instalación de empresas transformadoras o semielaboradoras de materia prima, o, sencillamente, la colocación de capitales en "empresas mixtas" originarias del capital nativo que son así engranadas y sometidas a los monopolios imperialistas. Los bancos, las grandes empresas comerciales, las vías de comunicación o los servicios públicos, etc. en poder total o parcial del capital financiero -imperialista- forman parte indiscutiblemente de las relaciones de producción, de la estructura económico-social de un país.

Esto es así también en Uruguay. Los guarismos que registran la inversión imperialista "directa" en Uruguay son los más bajos de Latinoamérica, en relación con el monto de capitales invertidos en la producción industrial y agraria; pero también en la economía uruguaya el imperialismo ocupa un lugar destacado.

Al considerar las bases materiales de la revolución uruguaya no se debe estimar, pues, la opresión imperialista exclusivamente como un factor externo; algo así como una gran prensa que oprime al país desde afuera y que no integra sus relaciones de producción, la infraestructura de la sociedad uruguaya. Esta es una concepción simplista.

Tampoco debemos perder de vista el otro aspecto: los monopolios imperialistas no son propietarios cualesquiera de los medios de producción; son imperialistas. Al afincarse en la economía nacional personifican una fuerza extraña que se apropia y lleva hacia la metrópoli una buena parte de la renta nacional; que gravita en el mercado interno con las ventajas y los métodos del capital monopolista en detrimento de otros propietarios nativos de los medios de producción. Este aspecto diferencia, precisamente, la apropiación de los medios de producción por los monopolios extranjeros de su apropiación por una parte de los capitalistas nativos, por ejemplo la media y pequeña burguesía.

El imperialismo integra un sistema mundial a cuyas leyes se opone, en tanto que nación sometida, el desenvolvimiento social del Uruguay. La opresión imperialista involucra, en una unidad de contradicciones, el aspecto exterior, la opresión nacional y la presencia interna, como parte de la caduca estructura económico-social del país. Creemos que éste es el enfoque dialéctico de la cuestión, bien lejano por cierto, del mecanicismo, pero también de la sofística.

5. ¿No hay distinción entre el capital nacional y
               el capital imperialista?

Así es en la realidad. Y porque ocurre en la realidad nos previene contra dos fallas de interpretación: el error de creer que la dominación imperialista es nítidamente separable en nuestro país de la opresión de los terratenientes y grandes capitalistas antinacionales; y el error que recientemente hemos visto repetir a un autor argentino:

    "Dividir el capitalismo...en términos nacional y
    extranjero, es una patraña..." dice: "El capialismo
    actual es uno e indivisible, y siempre imperialista e
    internacional"

Este aserto tan rotundo y absoluto lleva a pensar que, tanto desde el punto de vista histórico como del de la economía política, el autor entiende poco de lo que es el imperialismo. Como lo prueba además el propio texto media página más adelante: "...consideramos indispensable la promoción del desarrollo industrial del país, a condición de que no se ahogue el crecimiento del agro y de la minería".
Esa industrialización a que alude, ¿es la industrialización socialista, sólo posible después de la toma del poder por el proletariado? Ostensiblemente no. Lo prueban sus invocaciones al "establecimiento de un salario mínimo vital" (frase confusa para una reivindicación que no pasa el límite tolerable de cualquier régimen burgués) y cuya no observancia es una de las críticas que formula a la "industrialización" peronista. Condiciona ese incremento industrial a una posible reforma agraria que -por la descripción- se llevaría a cabo también dentro de las fronteras del régimen burgués.
La división del capitalismo en "términos nacional y extranjero" no es una patraña. Y si bien el "capitalismo es uno" cuando se trata de hablar del tipo de relaciones de producción que establece -trabajo asalariado y producción para el mercado-, el capitalismo deja de ser "uno e indivisible", si consideramos los cambios cualitativos que se produjeron en la estructura del capitalismo en determinados países, a fines del siglo XIX, cambios que definieron el dominio del capital monopolista, la existencia del imperialismo como una empresa de subyugamiento colonial de la mayoría de la población de la tierra, a la cual succionan las oligarquías financieras de un puñado de potencias capitalistas.

Lenin define el imperialismo en frase conocida:

     "...sin olvidar la significación condicional y relativa de
     todas las definiciones en general, las cuales no pueden
     abarcar en todos sus aspectos las relaciones del fenómeno
     en su desarrollo completo, conviene dar una definción del
     imperialismo que contenga sus cinco rasgos fundamentales
     siguientes: 1) la concentración de la producción y del capi-
     tal llegada hasta un grado tan elevado de desarrollo, que
     ha creado el monopolio, el cual desempeña un papel decisivo
     en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con
     el industrial y la creación, sobre la base de este "capital
     financiero", de la oligarquía financiera; 3) la exportación
     de capital, a diferencia de la exportación de mercancías,
     adquiere una importancia particular; 4) la formación de
     asociaciones internacionales monopolistas capitalistas, las
     cuales se reparten el mundo, y 5) la terminación del reparto
     territorial del mundo entre las potencias capitalistas más
     importantes. El imperialismo es el capitalismo en la fase
     de desarrollo en la cual ha tomado cuerpo la dominación de
     los monopolios y del capital financiero, ha adquirido una
     importancia de primer orden la exportación de capital, ha
     empezado el reparto del mundo por los trusts internaciona-
     les y ha terminado el reparto del mismo entre los países
     capitalistas más importantes .

Este es el abecé de toda definición económica o histórica del imperialismo y es justamente el fundamento objetivo de toda la actual crisis y desintegración del sistema colonial. ¿Se puede decir que el capitalismo de Indonesia y el de EE.UU. o Inglaterra -desde este punto de vista-, son el mismo capitalismo? ¿Que el industrial indonesio es imperialista? Los nuevos Estados nacionales independientes que han surgido en Asia y Africa no forman ya parte del sistema imperialista, aunque muchos no han salido de la economía capitalista mundial; pero en ella ocupan una situación peculiar y, en general, siguen siendo explotados en muchos aspectos por los monopolios imperialistas.
En otro aspecto: ¿era "internacional" e imperialista, el inmigrante italiano, español, más tarde israelita, que en Uruguay y Argentina empezaron como artesanos, luego como pequeños fabricantes que explotaban dos, tres o diez obreros, en la metalurgia, el textil, el calzado o la producción de muebles, y que hoy son industriales medios? No está en cuestión que son capitalistas que, por lo tanto, extraen plusvalía a sus obreros, inclusive que algunos pueden ser grandes capitalistas reaccionarios sin el menor ánimo de luchar por la independencia nacional frente al imperialismo. Pero de ahí no es posible inferir que son parte "indivisible" de los monopolios imperialistas, y que ellos mismos sean y "siempre" -concepto de tiempo: ayer, hoy y mañana- internacionales e imperialistas. Puede pertenecer alguno a una capa social ya inepta para la tarea nacional-liberadora: nosotros hemos demostrado, más de una vez, que la gran burguesía conciliadora no será en Uruguay un aliado estratégico del proletariado; pero nadie podría decir que esa gran burguesía uruguaya, que además, no es meramente intermediaria del imperialismo, sea..."imperialista" e "internacional". El imperialismo supone el capitalismo de monopolio como base económica, y la dominación colonial, la sujeción financiera, económica, política, nacional, de otros pueblos. Y por mucha ojeriza que le podamos tener a esta capa de grandes burgueses, nos hundiríamos en el ridículo teórico si la calificáramos de imperialista.

(Problemas de una Revolución Continental” – Tomo II, P. 73.
Edición de la Fundación Rodney Arismendi. Montevideo, 1997).



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