miércoles, 8 de mayo de 2013

OFENSIVA DE LA DERECHA EN AMÉRICA LATINA


John Kerry no es un novato de la política; ha integrado el Senado durante 28 años y ha sido presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de ese cuerpo. Obama lo designó Secretario de Estado, al iniciar su segundo mandato, en sustitución de Hillary Clinton.

El 17 de abril, compareció ante la Comisión de la Cámara de Representantes para defender el presupuesto asignado a su cartera y analizó la aplicación de esos recursos en las distintas regiones del mundo, como “guardián de la paz y de la libertad”. Pero advirtió que si bien la política de Estados Unidos “es pacífica”, nadie se debe engañar porque “defenderá a sus amigos y a sus intereses allí donde estén en peligro”. “La inversión en el mundo es una inversión para la seguridad de Estados Unidos”, afirmó.

Al referirse al Hemisferio Americano, expresó_ “El Hemisferio Occidental es nuestro patio trasero (“The Western Hemisphere is our back yard”), y es de vital importancia para nosotros. A menudo, algunos países en el hemisferio piensan que Estados Unidos no les presta suficiente atención y algunas veces esto probablemente es verdad”.

Para los latinoamericanos, las declaraciones de Kerry no son una novedad. Es una ratificación de la Declaración del Presidente Monroe de 1823, edulcorada por una defensa de la independencia de las jóvenes repúblicas sudamericanas.

Fue Simón Bolívar el primero que descubrió la verdadera intención de Monroe y llamó a la unidad de todo el continente sudamericano para enfrentar el peligro de una nueva colonización que no sería la de una España envuelta entonces en una guerra civil. El proyecto del Libertador fracasó porque prevalecieron los intereses egoístas de las oligarquías regionales sobre los intereses comunes. Decepcionado exclamó: “Hemos arado en el mar”.

En la década de 1960, la Cuba Revolucionaria retomó el proyecto bolivariano que, en el contexto de la nueva época de lucha entre capitalismo y socialismo, optaba decididamente por este último. La respuesta imperialista no se hizo esperar y, con el golpe militar en Brasil en 1964 –con el apoyo expreso del embajador norteamericano Lincoln White- y el derrocamiento del Presidente Joao Goulart, se inició una avasallante ola de golpes de Estado militares y cívico-militares que aplastaron las democracias en Argentina (1966), Chile y Uruguay (1973).

Los economistas del imperialismo, formados en Chicago y Harvard, instalaron sus oficinas al lado de los despachos de los ministros de economía de las dictaduras, para aplicar el pensamiento económico único neoliberal que Milton Friedman había actualizado siguiendo la línea de la Escuela Austríaca, encabezada por Friedrich Hayek. En Chile, asesorando a Pinochet, estuvo el propio Friedman, en Uruguay, el canadiense Robert Mundell como funionario del FMI.

En toda esta gran operación neocolonizadora, el imperialismo y las oligarquías nativas, unidas en un mismo propósito, contaron con el apoyo de las empresas periodísticas escritas y orales (en Uruguay los diarios “El País” y “La Mañana”, el semanario “Búsqueda” que fue la herramienta pública de Mundell para establecer la plaza financiera, así como los tres canales de televisión, especialmente Canal 4, propiedad de los grandes terratenientes Romay Salvo y Canal 12 del diario “El País”.

El proyecto oligárquico-imperialista fracasó. Ataron el peso al dólar un tipo de cambio artificial -“plata dulce” le llamaron los argentinos- creando la ilusión de una economía mágica para atraerse a las capas medias que veían como casi tocaban el techo de la riqueza, pero pronto esta ilusión se esfumó. La economía al quedar fuera de la competencia internacional, se paralizó y los capitales especulativos se fugaron, dejando como herencia una gigantesca deuda pública. El Citibank obligó al gobierno militar de Gregorio Álvarez a comprarle las carteras de créditos incobrables. Ocho años después, el Presidente Lacalle le pidió al mismo Citibank de Nueva York que le prestara los dólares para pagarle al Citibank de Montevideo esas carteras. El negociador de este acuerdo fue el uruguayo Nicolás Herrera, funcionario del Citibank de N. York.

A comienzos del año 2000, el endeudamiento de Sudamérica era enorme. En Argentina, el 160% del PIB; en Uruguay, el 110%. Ambos países habían tenido el privilegio de la mágica “plata dulce”. La solución de los gobiernos oligárquicos y el imperialismo a la crisis de la deuda era la reducción de los gastos sociales, la baja de los salarios por decisión unilateral de los empresarios y la privatización de las empresas públicas, para pagar la deuda. Estas políticas llevaron a un empobrecimiento masivo de la población, al surgimiento de barrios y pueblos marginales donde se sembró –como lo prueban los estudios sociológicos en todo el mundo, desde principios del siglo XX-la semilla de la delincuencia que genera, paradójicamente, la lucha por la vida.

La clarinada de lo que estaba ocurriendo, lo dio el levantamiento de parte del ejército venezolano, en febrero de 1992, encabezado por el Teniente Coronel de paracaidistas, Hugo Chávez. El movimiento fracasó, pero triunfó por las urnas en noviembre de 1998. En los años siguientes le siguieron cambios políticos de signo similar en Brasil, Argentina, Uruguay, Ecuador y Bolivia. La tendencia general, pese a las diferencias de cada situación concreta, puede sintetizarse en la consigna_ “No al endeudamiento y desarrollo con los propios recursos nacionales, y con inclusión social”, dentro del marco jurídico constitucional liberal, lo que significaba una feroz lucha electoral con el poder económico dominante. En este proceso, algunos países tienen como horizonte el socialismo; otros, una distribución “fifty-fifty” entre los capitalistas y los asalariados.

Las nuevas políticas económicas están dirigidas a nacionalizar los recursos nacionales, estimular el desarrollo industrial, defender los salarios de los trabajadores, y ampliar los servicios sociales a toda la población y fomentar el desarrollo cultural.

La clave económica es la industrialización con tecnologías de punta que permitan la competitividad con las economías más desarrolladas. Según Walt Rostow, un economista norteamericano, autor del libro “Las etapas del crecimiento económico” (1959), la observación de la historia permite apreciar que la primera etapa es una economía de subsistencia (“tradicional”), la segunda, de desarrollo agrícola y materias primas (“Despegue” o primera etapa de acumulación de capital) pero que la culminación es la transformación industrial de los recursos naturales. Este camino deberían seguir todos los países para alcanzar su bienestar económico y social, sostenible.

Lo que no observó Rostow en su examen de la historia es que ese desarrollo no es uniforme en todos los países y que los que alcanzaron primero la última etapa y han acumulado mucho capital, se transforman en exportadores de ese capital, lucrando con su renta, impidiendo la acumulación de los países importadores de ese capital y que denominan “en vías de desarrollo”, una vía que es eterna si no se independizan de ese capital usurero.

Pero esta independencia no puede ser una decisión aislada de cada país sino que requiere la unión de todos, porque la industrialización, que es la condición indispensable de la indpendencia económica, solo puede consolidarse coordinando su desarrollo comercial y tecnológico, en una escala de 270 millones de productores y consumidores que es el potencial humano disponible del continente sudamericano. Por otra parte, la dotación de recursos energéticos, minerales, hídicos y alimenticios de América del Sur que, además cuenta con todos los climas, es excepcional.

El señor Kerry no dice la verdad cuando sostiene que Estados Unidos no le ha prestado la atención suficiente a América Latina. La verdad es que ha estado y está presente siempre  con todos  los poderes que dispone: lo que ocurre es que sus objetivos imperiales son opuestos al desarrollo integral –económico, social y cultural- de nuestros pueblos. La explotación como sistema y la represión como método son las únicas propuestas que tienen el imperialismo y las oligarquías y, por esta razón, los pueblos han dicho “¡Basta! y nuevamente han echado a andar”!





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