La clase media está
integrada por una pequeña burguesía formada por pequeños productores que viven
de la venta de sus mercancías y por una
intelectualidad de profesionales liberales que obtienen sus ganancias de la
venta de sus servicios a la clase alta, al Estado y a su propia clase.
En el período
histórico pre-capitalista, estaba constituida por los campesinos y los
artesanos de las ciudades. Con la fundación de las Universidades en el siglo
XIII fue surgiendo una intelectualidad que, progresivamente, se independizó de
las órdenes religiosas.
Con el desarrollo del
comercio interoceánico en el siglo XVI y, más tarde, a finales del siglo XVII la
gran industria, la producción entró en una nueva fase que provocó la ruina de los
pequeños industriales; la industria manufacturera fabril, socializó el trabajo
y privatizó las ganancias.
Para Marx, el intento
de algunos economistas de equilibrar la producción y el consumo –evitando la
sobreproducción- volviendo a la fase anterior, era una concepción reaccionaria
y utópica, pues en el modo de producción capitalista la concentración del
capital es una de sus leyes y solo la socialización de los medios de producción
puede resolver este problema.
Sin embargo, como el
capitalismo se desarrolla a saltos –como lo observaba Lenin- mientras en los
países capitalistas desarrollados se afianzaba de manera inexorable la gran
industria, en los países en vías de desarrollo, la pequeña burguesía subsistía.
A ello, se agregó la universalización de la enseñanza primaria y media, la que
permitió una mayor dinámica del ascenso social.
Por su forma de
trabajo, el pequeño burgués depende del mercado como el gran burgués. Sólo la
amenaza de su ruina acerca sus intereses al de los trabajadores que luchan por
la socialización de los medios de producción y esto ocurre cuando la crisis
económica se profundiza y la burguesía, procurando conservar la ganancia,
reduce el consumo al aumentar el desempleo, cayendo en un círculo vicioso.
Pero en la fase de
auge del ciclo económico y, en la medida que sus ganancias aumentan, la pequeña
burguesía trata de confundirse con la gran burguesía en sus formas de vida.
Con el sufragio
universal, esta clase media juega un papel decisivo en las contiendas
electorales. Al pequeño burgués le espanta que le hablen de socialismo y
llegan a reclamar la pena de muerte o el encarcelamiento de los niños
menesterosos para combatir la delincuencia generada por la miseria.
Los socialistas
utópicos, en Francia, creían que con el sufragio universal, en 1848,
consolidaban la democracia y el resultado fue el advenimiento de Napoleón III,
votado masivamente por los campesinos que eran la mayoría del electorado
francés y que temían a las ideas socialistas que agitaban las grandes masas de
las ciudades.
En estos días hubo
una gran manifestación en Buenos Aires contra lo que llaman el “cepo cambiario”
–medidas adoptadas por el gobierno nacional para evitar la fuga y el gasto
excesivo de divisas-, pidiendo la liberación de la venta de dólares. No le
sirvió a esta muchedumbre las experiencias de la “plata dulce” de Martínez dc
Hoz de 1976- 1981 y la de
Menem de la década de los 90. Tropiezan más de una vez con la misma piedra.
La falta de
solidaridad con los que menos tienen y carecen de los recursos básicos, es
absoluta. ¡Que cada uno se arregle como pueda!
Ninguna democracia
progresista será estable mientras dependa del mercado y de la ganancia
individual.
La burguesía sabe
bien esto y tiene los medios para llevar agua a su molino.
En nuestro país, el nacional
reformismo batllista tuvo su base social en la clase media, subsidiada o
explotada por el Estado, tanto la producción industrial como el sistema
educativo en todos sus niveles.
No obstante, los
grandes terratenientes que habían creado la Asociación Rural
en 1871, en 1915 dieron un paso más, fundando la Federación Rural ,
para bloquear el proyecto reformista. El proceso culminó en 1958 con la derrota
electoral del “quincismo” de Luis Batlle y el desmantelamiento de la estructura
dirigista del Estado,
transfiriendo al
mercado, al que los liberales consideraban el mecanismo perfecto, la regulación
de la economía.
Muchos historiadores
no han encontrado respuesta al entronizamiento de Mussolini, en Italia y de
Hitler en Alemania. Sin embargo ocurrió un fenómeno que se ha repetido en los
dos últimos siglos: una parte de la intelectualidad se radicaliza a la
izquierda y los pequeños y medianos productores se van a la ultra derecha. ¿Han
observado el papel que jugó la pequeña burguesía en estos acontecimientos, que
veía aterrorizada como la crisis de postguerra y la Revolución de Octubre en
Rusia, indicaba que estaba sonando la hora del socialismo? Descarto en estas
opciones a la clase alta, dueña de la tierra, de los grandes monopolios
industriales y bancarios pues no hay ilustración más apropiada que el film de
Luchino Visconti, “La Caída de los Dioses”.
Voy a otro ejemplo.
En abril de 1917 en Rusia, el Comité Central del Partido Comunista se
sorprendió cuando Lenin, al llegar a Petrogrado del exilio, presentó sus tesis
sobre la necesidad de una revolución social inmediata. Los campesinos, que eran
el 85% de la población querían la paz y la tierra, explotada entonces por los
grandes terratenientes en un régimen virtual de servidumbre. Y logró el objetivo pero la guerra civil y
las intervenciones extranjeras generaron una hambruna y el gobierno
revolucionario tuvo que implantar el “comunismo de guerra” donde el Estado
confiscaba a todos los campesinos los cereales que excedían el consumo
familiar.
Esta política condujo
al Motín de Cronstadt, en 1921 y, como respuesta, una drástica revisión de la
política económica. Nació así la NEP que autorizó la venta libre en el mercado
de una parte de la producción agrícola aunque estableciendo el “impuesto en
especie” a los campesinos y abrió la economía a la inversión extranjera en
sectores estratégicos como el petróleo.
Este retorno parcial
al capitalismo, lo fundamentó Lenin en la necesidad de mantener la “alianza
obrero-campesina” sin la cual la Revolución se hundiría irremediablemente.
Los procesos de
cambio social en América Latina, serán frágiles e incluso reversibles, si se
apoya únicmente en el respaldo de la pequeña burguesía.
Por todo ello,
Arismendi consideraba que la alianza entre los trabajadores y las capas medias
era imprescindible para realizar los cambios estructurales que el país
necesitaba pero que la dirección de este proceso de cambios debía estar en
manos de los trabajadores que es la fuerza socialista del espectro
político-social.
Para preservar esta
alianza, junto con políticas concretas en el campo fiscal cuyo peso principal
recaiga en la clase alta, es indispensable, en mi opinión, un vigoroso trabajo
ideológico y político que contrarreste el persistente accionar reaccionario de
los grandes medios de difusión, nacionales e internacionales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario