- I -
Desde la década de los 70, los centros financieros
mundiales, con especial epicentro en Wall Street y en la City de Londres,
llegaron a la conclusión que los países periféricos, con grandes deudas externas,
sólo podían depender de sus capitales y créditos para subsistir, sometiéndose a
sus directivas que condenaban a éstos a una dependencia eterna.
Sin embargo la voluntad de los pueblos fue otra: recurriendo
a un fortalecimiento del Estado en el campo de la economía, nacionalizando sus
recursos naturales y separando las funciones de la moneda nacional de las
monedas extranjeras, dentro de un marco macroeconómico equilibrado, podían
seguir un camino propio, poniendo la economía al servicio de un desarrollo con
inclusión social.
La oposición conservadora de las oligarquías tradicionales se
opone a las políticas económicas que están instrumentando los gobiernos
progresistas, respaldados por una sólida mayoría ciudadana, dentro de los
límites que le impone el capitalismo, para enfrentar los coletazos que,
inevitablemente, la crisis global provocará en nuestro continente, por una
razón muy simple: nuestros países tienen un bajo nivel de industrialización y
sus mercados internos, por razones sociales, carecen de una capacidad de
consumo en relación con la magnitud de la población. La
obtención de divisas –monedas extranjeras aceptadas en las transacciones
internacionales- se obtienen a través de las exportaciones de alimentos y
materias primas y, secundariamente, del turismo. Es natural que si se contrae
la capacidad de compra del mercado mundial ello afectará las exportaciones. El
resto del mundo tendrá que estimular el mercado interno, acelerando su
industrialización con sus ahorros y administrando prudentemente sus reservas
monetarias.
Para los países en desarrollo es fundamental tener un saldo
favorable en el comercio exterior, pues las divisas que aporta son, como las
del turismo, “genuinas”. Otras, como los capitales “golondrina””, no lo son.
Por todo ello, una balanza comercial positiva y un
presupuesto equilibrado, evitan el endeudamiento que es la trampa a las que nos
han conducido las políticas neoliberales impulsadas desde los 70 por el
capitalismo financiero desde su centro de poder, el Fondo Monetario
Internacional.
Las crisis que ha tenido Argentina y Uruguay, desde 1980,
son ilustrativas.
Argentina y Uruguay, sobrevaluaron artificialmente el peso,
atándolo al dólar, para atraer capitales golondrinas que proporcionaron enormes
ganancias a los especuladores y los bancos la amplia brecha de las tasas de
interés.
A partir de allí, las potencias imperialistas exigieron la
libertad en el movimiento de capitales. La “plata dulce” creó la ilusión de la
prosperidad infinita, pero pronto las estructuras económicas retardatarias
fueron incapaces de mantener exportaciones competitivas; el saldo desfavorable
del intercambio comercial aumentó, se frenó el crecimiento, el déficit fiscal
se amplió y el endeudamiento alcanzó niveles críticos que llevó a la fuga de
capitales, desaparición del crédito externo y la cesación de pagos (Default).
Las crisis argentinas de 1981 y 2001, así como las uruguayas
de 1982 y 2002, que siguió a la vecina, tienen características similares. Ambos
tuvieron que romper la “tablita cambiaria” que les había impuesto el FMI.
En Uruguay, el presidente Jorge Batlle y su ministro de
Economía Alberto Bensión –un hombre del sector financiero privado- permitieron
durante seis meses, de enero a junio del 2002, que la fuga de capitales vaciara
los bancos, perdiendo el Banco Central todas sus reservas en dólares,
virtualmente quebrara el Banco Hipotecario y el Banco República al límite de
sus posibilidades. El 31 de julio el gobierno tuvo que decretar el feriado
bancario porque éstos habían quedado sin fondos.
Ambos bancos públicos que, junto con el Banco de Seguros,
fueron pilares del ahorro nacional y de la inversión, fundados por Batlle y
Ordóñez en 1911, resultaron, por primera vez en 91 años, seriamente
deteriorados por esta política de suicidio económico nacional.
Ambos países estaban en bancarrota. La deuda de Argentina
era del 160% del PBI y la uruguaya de 110%. Las dos, impagables.
¿Cómo salieron de la encrucijada? El presidente de Estados
Unidos, George Bush Jr, sacó de la caja fuerte de la Casa Blanca , 1.500
millones de dólares y se los prestó a su amigo Jorge Batlle con la condición de
que Uruguay mantuviera su “modelo” de “plaza financiera”. Los tres partidos
políticos aceptaron para evitar una crisis institucional y sus dirigentes
expresaron muy seriamente que “Uruguay respetaría los contratos como lo había
hecho siempre” (¿?). El país recuperó el crédito no sin antes firmar “Cartas de
Intención” con el FMI en las que se comprometía a seguir las medidas que
exigía.
Argentina, con problemas, más agudos tuvo que adoptar un
cese de pagos parcial: respetaría las obligaciones con el FMI y la banca
multilateral pero diferiría “sine die”, las obligaciones con los bonistas
(inversores privados). Estos recursos serían volcados a la economía para frenar
la recesión y retomar el crecimiento. Sin embargo, el FMI, que es el síndico de
todo el capitalismo, le suspendió los créditos por la suspensión de pagos al
Club de París (organización de los inversores privados).
Uruguay no cambió de modelo económico; Argentina, sí y este
cambio le significó quedar aislada del capitalismo internacional.
En un pequeño pero muy ilustrativo libro,.”Vivir con lo
nuestro”-, (escrito originalmente en 1983 y reeditado en el 2002 y 2009) el
economista Aldo Ferrer –profesor de la Universidad de Buenos Aires- sostuvo que
Argentina podía desarrollarse con sus propios recursos, sin depender del
condicionado apoyo financiero externo, no para aislarse de un mundo globalizado
sino para insertarse en él con un modelo propio, nacional y socialmente
solidario. En la Introducción de la última edición, expresa: “Ahora a fines de
la primera década del siglo XXI la economía argentina no registra situaciones
críticas como en aquellos tiempos (1983 y 2002), sino un prolongado período de
crecimiento, en un contexto
macroeconómico ordenado. Se plantean ahora nuevos dilemas al desarrollo
nacional, en un escenario en el cual lo que está en crisis no es nuestro país y
su política económica, sino el orden mundial y la ideología económica predominante
durante la mayor parte de nuestra historia contemporánea”. A Continuación
señala que la propuesta que realizó en las ediciones anteriores “es válida más
allá de la coyuntura” porque el desarrollo económico en la Argentina,
como en el resto del mundo, se sustenta, en primer lugar, sobre la movilización
de los recursos propios y el ejercicio efectivo de la soberanía para incorporar
la ciencia y la tecnología como palancas fundamentales de la transformación”.
En Argentina hay un gran punto de inflexión de la política
económica que es el abandono de la ilusión monetaria del 1 x 1; pero hay una
segunda, que es la reanudación del pago a los bonistas, para “reinsertar al
país en el contexto económico-financiero internacional”.
Creo que esta fue la discrepancia fundamental entre el
Ministro de Economía, Roberto Lavagna, y el Presidente Kichner y que motivó su
renuncia el 28 de noviembre de 2005. El
proyecto de éste, coincidiendo con Aldo Ferrer, era romper con el “status quo”
financiero internacional con el objeto de modificar la estructura económica
interna, dominada por el sector agro-exportador y el capital internacional,
potenciando el desarrollo industrial, con “recursos propios” que obtenía, tanto
en divisas como en impuestos, del sector tradicional agro-exportador. Lavagna,
como lo ha dicho en declaraciones posteriores, el país no podría crecer sin
inversión extranjera.
(Continúa)
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