La lucha contra el imperialismo y la contradicción
fundamental de la sociedad uruguaya
Rodney Arismendi: “Problemas de una Revolución
Continental”,
Tomo II, p.73 – Edición de la Fundación Rodney
Arismendi.
1997.
Uruguay es un país dependiente del imperialismo, sometido,
en particular, como los otros pueblos de la América Latina , a
la égida económica y política de los Estados Unidos. Es decir, sobre la nación
uruguaya gravita la opresión extranjera, que condiciona el cuño antimperialista
de la revolución. La
ley de la necesaria correspondencia entre las fuerzas productivas y las
relaciones de producción, actúa, en este caso, en una sociedad cuya estructura
está sometida no sólo a sus procesos internos, sino que es objeto de una
opresión y expoliación extranjeras. ¿Refleja adecuadamente este factor -el
factor nacional- nuestro enunciado referente a la contradicción fundamental?
Este interrogante estuvo en nuestras preocupaciones, durante
el estudio del programa. Examinamos, entonces, la posibilidad de proyectar
especialmente, del núcleo de contradicciones que se generan en torno a la pugna
entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción,
el antagonismo nacional -que opone nuestro pueblo al imperialismo yanqui. Sin
embargo, no lo hicimos: creemos que el factor nacional aparece correctamente
subrayado en el programa, y que, por otra parte, a estricto sentido, la
opresión imperialista integra -en lo sustancial- las relaciones de producción,
la base material de la caduca estructura de la sociedad uruguaya, que la
revolución deberá romper. La superación revolucionaria de tales relaciones
sociales destruirá los cimientos de la dominación imperialista sobre nuestro
pueblo.
Rechazamos, además, toda idea de jerarquizar estas
contradicciones, de establecer un orden que pudiera llevar a pensar que la
dominación imperialista es, en Uruguay, un fenómeno exclusivamente externo, es
decir, desprendido de sus vinculaciones con las clases dominantes nativas.
La división de las contradicciones en tales jerarquías, no
corresponde a la realidad material, al enfrentamiento de las clases, al juego
de las tendencias antagónicas y, por lo tanto, puede acarrear consecuencias
perjudiciales para el movimiento.
Sería un error hipostasiar un término de la contradicción,
en detrimento de la realidad: la imagen teórica perdería su complejidad
dialéctica, se alejaría de la vida real.
A veces se opone a este planteamiento, una razón de orden
táctico: se cree que, de otro modo, se podría concentrar mejor la lucha contra
el enemigo principal, aprovechar con más eficiencia la gama de contradicciones
que genera la presencia opresora del imperialismo yanqui. Este modo de razonar
invierte los términos: hace de la táctica una categoría lógica impuesta a la
realidad, en vez de partir de la existencia material, del ser social, de la
lucha de clases, a fin de trazar la conducta política. Este error metodológico,
puede llevarnos a creer que los postulados agrarios y antimperialistas de la
revolución pueden separarse, o ser escalonados.
Tal idea tiene una sola y lógica derivación estratégica: la
alianza obrero-campesina dejaría de ser la base, el núcleo fundamental, del
frente democrático nacional. La revolución antimperialista y la revolución
agraria corresponderían a etapas diferentes del desarrollo. Y la burguesía
nacional estaría llamada a un período revolucionario en que hasta podría,
quizá, asumir un desempeño primordial. Como los disparos mal apuntados, las
tesis teóricas incorrectas acrecienten su margen de error a medida que avanzan.
En última instancia, se beneficiaría objetivamente a los
latifundistas y grandes capitalistas antinacionales, que seguirían saqueando a
nuestro pueblo. Nos llevaría a autoengañarnos, y a desarmar al pueblo.
Confundiríamos cada pequeña fricción de las clases
dominantes con el imperialismo (que dentro de ciertos límites se deben tener en
cuenta) con toda una teoría de la emancipación nacional. Idealizaríamos la
ninguna aptitud antimperialista de los terratenientes y grandes burgueses, y
perderíamos de vista que la base social, la vértebra de la lucha nacional, son
las grandes masas, entre ellas, los campesinos y las masas pobres del campo,
aliados primordiales del proletariado.
Estas masas del campo se levantarán contra el imperialismo,
en la misma medida en que lo vean como un monstruo bifronte, cuyo otro rostro
es el latifundio, los monopolios, los usureros y comerciantes que las esquilman
con fría impiedad. La alianza obrero-campesina es, incuestionablemente, la base
del frente democrático nacional.
En particular, tal separación de la lucha nacional y social
nos conduciría a rebajar la acción de la clase obrera, a diluir su
independencia ideológica, su acción reivindicativa sindical y política. Y
entrañaría una desvalorización del papel del Partido.
Los caminos que se podrían pensar más amplios, hacia el
frente democrático nacional, resultan, pues, ilusorios, y vanidad la creencia
en una táctica más flexible cuando ésta no corresponde a la correlación social
y política verdadera, en que nos toca actuar. Por el contrario: sobre la
plataforma de un ceñido análisis de las fuerzas de clase, se puede construir
con más eficiencia la arquitectura de las alianzas del proletariado y la más
detallada y ágil política. La conducta táctica debe girar, siempre, en torno a
un protagonista: la movilización, el combate y la experiencia de las grandes
masas, lo que denominamos el desarrollo del frente único de lucha.
En una palabra, el imperialismo oprime a nuestro pueblo; la
dominación económica extranjera es la piedra de toque para calificar el
elemento nacional de nuestra revolución: pero esta opresión está enclavada en
la propia estructura económico-social. Las razones de táctica no nos pueden
hacer modfificar la realidad material.
Uruguay es un país dependiente; pero desde un punto de vista
político objetivo -con todas las restricciones conocidas- obtuvo su independencia
hace más de un siglo. La opresión imperialista no se manifiesta de la misma
manera que en una nación sometida a la administración u ocupación extranjera, o
marcada por una intervención imperialista más desnuda y directa. En casos
excepcionales de la vida de un pueblo, por ejemplo la ocupación extranjera,
ciertas fases de una guerra nacional muy difícil, es posible que el Partido de
la clase obrera y las fuerzas patrióticas pospongan momentáneamente
determinados objetivos sociales, en materia agraria, o ciertas reivindicaciones
anticapitalistas, para enfrentarse mejor al invasor u ocupante extranjero.
Pero, en primer término, ello ocurre en circunstancias muy particulares y, en
general, por tiempo limitado ; y, en segundo término, no modifica ni puede
hacer desaparecer, la naturaleza objetiva, material, auténtica, de la
contradicción principal que se manifestará, en última instancia, de modo
ineludible. En consecuencia, aun existiendo la posibilidad de ciertos giros
tácticos, en situaciones peculiares, ello no modifica nuestra definición; no
puede significar que cambie por ello la existencia social, y menos aun se
podría inferir que los términos de la contradicción son separables, como piezas
que se desmontan, en mecanismos paralelos.
Concebiríamos la lucha del pueblo uruguayo contra el
imperialismo yanqui, a través de las anteojeras del idealismo filosófico.
El razonamiento táctico es también discutible desde otro
aspecto: contrapone, falsamente, las categorías de amplitud y profundidad de
las luchas. Incurre, así, en una oposición metafísica. Estas categorías no se
excluyen mecánicamente. Sin duda, la extensión (amplitud táctica) de las
fuerzas sociales que participan en la revolución, facilita la ulterior
intervención más profunda de las masas; pero también es cierto que la verdadera
profundidad de la acción revolucionaria de los obreros, campesinos,
trabajadores, capas medias urbanas, es inseparable de la lucha por sus
reivindicaciones, de su experiencia y sus conquistas. La profundidad de la acción
revolucionaria de las grandes masas -cuyo eje es la alianza obrero-campesina-
si por un lado, y a medida que la revolución avanza, restringe la amplitud, por
otro es un sostén de esa amplitud. Creemos que esta idea dialéctica se resume,
en su forma estratégica y táctica, en la Declaración de los 81 Partidos
Comunistas y Obreros:
"La alianza
de la clase obrera y campesinos -dice- es
la fuerza más
importante para conquistar y defender la
independencia
nacional, realizar profundas transformaciones
democráticas y
asegurar el progreso social. Esta alianza
está llamada a
ser la base de un amplio frente nacional.
De su fuerza y
solidez depende también en no pequeña
medida el grado
de participación de la burguesía nacional
en la lucha
liberadora. Pueden desempeñar un gran papel
todas las fuerzas
patrióticas nacionales, todos los
elementos de la
nación dispuestos a luchar por la
independencia
nacional, contra el imperialismo". (Ediciones
de la revista
"Estudios", Montevideo, 1961, pág. 36.
Subrayado por mí.
- RA).
Esta experiencia es universal. Cuba la confirma,
independientemente de que el dramatismo de la situación cubana precipitó la
dureza del proceso interior, como lo explicara Fidel Castro el 1º de mayo de
1960. Aníbal Escalante decía con acierto en la VIII Asamblea Nacional
del Partido Socialista Popular en agosto de 1960:
"Es sabido
que la burguesía nacional cubana -y en ella
actúa como toda
burguesía -está penetrada de un fuerte
temor a los
cambios revolucionarios, sobre todo al
influjo de la
clase obrera en la revolución que dé contenido
más hondo y
radical al proceso...la revolución no echa a
la burguesía
nacional de su lado; es ella la que vacila;
y es de ella de
donde, sobre la base de su temor al prole-
tariado y al
avance de la revolución...surgen constante-
mente las
tendencias a capitular ante el imperialismo y
las traiciones a
la patria...Mantenemos la estrategia de
clases con que se
originó la
revolución. Procuramos que
la burguesía
nacional se sostenga en el campo revolucio-
nario, aunque,
desde luego, sin concesiones lesivas para
el desarrollo
revolucionario" .
En fin, concebimos la base material de la revolución
uruguaya -el antagonismo entre el desenvolvimiento de las fuerzas productivas y
las relaciones de producción- como una unidad de contradicciones; de esa unidad
es parte, a su vez, contradictoria, en lo económico, político y nacional, la
pugna que opone nuestro pueblo al imperialismo, en particular a la oligarquía
financiera del dólar. Esta contradicción es relevante e influye el curso de la
lucha.
4. Relaciones de
producción y monopolios extranjeros
La opresión imperialista posee un doble carácter: por un
lado el imperialismo forma parte de las relaciones de producción del Uruguay;
por otro, es un factor foráneo, extranjero, esquilma desde el exterior a la
mayoría del pueblo, marchita nuestra independencia política y veja la soberanía
nacional. La situación de nuestro continente -principal dependencia del
imperialismo yanqui y el papel de EE.UU.- cabeza mundial de la reacción, la
guerra y el colonialismo - subrayan la gravitación de este factor externo.
Pese a esta dualidad, la conquista de nuestra independencia
económica (la Declaración lo especifica en reivindicaciones antimperialistas
radicales) es la clave material para volver auténtico nuestro perfil
independiente y tornar nuestra actuación soberana.
Y si bien no podríamos abarcar integralmente todo lo que
sifnifica para Uruguay el fenómeno imperialista sólo con medir el número de
propiedades y empresas o su presencia subyugadora en el mercado exterior,
debemos partir de estos datos, si queremos definir la condición y el grado de
la subordinación nacional. Simplificaríamos excesivamente el planteamiento si
identificáramos ambas definiciones, si creyéramos que se corresponden del mismo
modo que dos figuras superpuestas de exacta geometría; sin embargo, la
intervención del capital imperialista en la economía nacional es el índice
primordial para emprender toda definición de la condición de nuestro país como
un país dependiente. La opresión nacional se integra, pues, en el conjunto de
las caducas relaciones de producción, que obstruyen el desenvolvimiento de las
fuerzas productivas; es parte de la estructura económico-social del Uruguay.
Recurramos, para una más sencilla demostración, a las
definiciones básicas. Ellas son bien conocidas para el lector advertido, pero
vale la pena repetirlas ya que no estamos exhibiendo originalidades, sino
desmontando en piezas la armazón sustentadora de nuestros conceptos.
A fin de poder arrancarle a la naturaleza lo indispensable
para satisfacer sus necesidades y asegurar la continuidad de la especie, los
hombres deben entrar, necesariamente, en determinadas relaciones sociales .
Estas relaciones se establecen -independientemente de su voluntad- en el
proceso de la producción de bienes materiales. Las relaciones de producción
incluyen: las formas de propiedad sobre los medios de producción, que tienen
carácter determinante sobre toda la estructura social; el lugar que ocupan en
la producción los distintos grupos sociales y sus vínculos mutuos, o sea las
clases o capas sociales y sus relaciones recíprocas; y las diversas formas de
distribución de los bienes materiales .
De este conjunto de relaciones sociales, la propiedad de los
medios principales de producción es lo más importante para la definición de la
base material de una sociedad.
Por lo mismo, con criterio científico riguroso, no se pueden
deslindar la dominación imperialista y las relaciones de producción, como si
fueran cosas distintas, mecánicamente separables, o por lo menos paralelas.
El principal rasgo económico que caracteriza al imperialismo
es la exportación de capital. La inversión imperialista en el país colonial o
dependiente puede tener simplemente la forma de un empréstito o de una
colocación de capitales en empresas. Sirvámonos del ejemplo más claro: la
inversión en empresas o fincas. En toda América Latina es evidente la
apropiación, por el imperialismo de importantísimos medios de producción:
tierras, minas, bosques, la instalación de empresas transformadoras o
semielaboradoras de materia prima, o, sencillamente, la colocación de capitales
en "empresas mixtas" originarias del capital nativo que son así
engranadas y sometidas a los monopolios imperialistas. Los bancos, las grandes
empresas comerciales, las vías de comunicación o los servicios públicos, etc.
en poder total o parcial del capital financiero -imperialista- forman parte
indiscutiblemente de las relaciones de producción, de la estructura
económico-social de un país.
Esto es así también en Uruguay. Los guarismos que registran
la inversión imperialista "directa" en Uruguay son los más bajos de
Latinoamérica, en relación con el monto de capitales invertidos en la
producción industrial y agraria; pero también en la economía uruguaya el
imperialismo ocupa un lugar destacado.
Al considerar las bases materiales de la revolución uruguaya
no se debe estimar, pues, la opresión imperialista exclusivamente como un
factor externo; algo así como una gran prensa que oprime al país desde afuera y
que no integra sus relaciones de producción, la infraestructura de la sociedad
uruguaya. Esta es una concepción simplista.
Tampoco debemos perder de vista el otro aspecto: los
monopolios imperialistas no son propietarios cualesquiera de los medios de
producción; son imperialistas. Al afincarse en la economía nacional
personifican una fuerza extraña que se apropia y lleva hacia la metrópoli una
buena parte de la renta nacional; que gravita en el mercado interno con las
ventajas y los métodos del capital monopolista en detrimento de otros
propietarios nativos de los medios de producción. Este aspecto diferencia, precisamente,
la apropiación de los medios de producción por los monopolios extranjeros de su
apropiación por una parte de los capitalistas nativos, por ejemplo la media y
pequeña burguesía.
El imperialismo integra un sistema mundial a cuyas leyes se
opone, en tanto que nación sometida, el desenvolvimiento social del Uruguay. La
opresión imperialista involucra, en una unidad de contradicciones, el aspecto
exterior, la opresión nacional y la presencia interna, como parte de la caduca
estructura económico-social del país. Creemos que éste es el enfoque dialéctico
de la cuestión, bien lejano por cierto, del mecanicismo, pero también de la
sofística.
5. ¿No hay
distinción entre el capital nacional y
el capital imperialista?
Así es en la
realidad. Y porque ocurre en la realidad nos previene contra
dos fallas de interpretación: el error de creer que la dominación imperialista
es nítidamente separable en nuestro país de la opresión de los terratenientes y
grandes capitalistas antinacionales; y el error que recientemente hemos visto
repetir a un autor argentino:
"Dividir el
capitalismo...en términos nacional y
extranjero, es una
patraña..." dice: "El capialismo
actual es uno e
indivisible, y siempre imperialista e
internacional"
Este aserto tan rotundo y absoluto lleva a pensar que, tanto
desde el punto de vista histórico como del de la economía política, el autor
entiende poco de lo que es el imperialismo. Como lo prueba además el propio
texto media página más adelante: "...consideramos indispensable la
promoción del desarrollo industrial del país, a condición de que no se ahogue
el crecimiento del agro y de la minería".
Esa industrialización a que alude, ¿es la industrialización
socialista, sólo posible después de la toma del poder por el proletariado?
Ostensiblemente no. Lo prueban sus invocaciones al "establecimiento de un
salario mínimo vital" (frase confusa para una reivindicación que no pasa
el límite tolerable de cualquier régimen burgués) y cuya no observancia es una
de las críticas que formula a la "industrialización" peronista.
Condiciona ese incremento industrial a una posible reforma agraria que -por la
descripción- se llevaría a cabo también dentro de las fronteras del régimen
burgués.
La división del capitalismo en "términos nacional y
extranjero" no es una patraña. Y si bien el "capitalismo es uno"
cuando se trata de hablar del tipo de relaciones de producción que establece
-trabajo asalariado y producción para el mercado-, el capitalismo deja de ser
"uno e indivisible", si consideramos los cambios cualitativos que se
produjeron en la estructura del capitalismo en determinados países, a fines del
siglo XIX, cambios que definieron el dominio del capital monopolista, la
existencia del imperialismo como una empresa de subyugamiento colonial de la
mayoría de la población de la tierra, a la cual succionan las oligarquías
financieras de un puñado de potencias capitalistas.
Lenin define el imperialismo en frase conocida:
"...sin
olvidar la significación condicional y relativa de
todas las
definiciones en general, las cuales no pueden
abarcar en todos
sus aspectos las relaciones del fenómeno
en su desarrollo
completo, conviene dar una definción del
imperialismo que
contenga sus cinco rasgos fundamentales
siguientes: 1) la
concentración de la producción y del capi-
tal llegada hasta
un grado tan elevado de desarrollo, que
ha creado el
monopolio, el cual desempeña un papel decisivo
en la vida
económica; 2) la fusión del capital bancario con
el industrial y
la creación, sobre la base de este "capital
financiero",
de la oligarquía financiera; 3) la exportación
de capital, a
diferencia de la exportación de mercancías,
adquiere una
importancia particular; 4) la formación de
asociaciones
internacionales monopolistas capitalistas, las
cuales se
reparten el mundo, y 5) la terminación del reparto
territorial del
mundo entre las potencias capitalistas más
importantes. El
imperialismo es el capitalismo en la fase
de desarrollo en
la cual ha tomado cuerpo la dominación de
los monopolios y
del capital financiero, ha adquirido una
importancia de
primer orden la exportación de capital, ha
empezado el
reparto del mundo por los trusts internaciona-
les y ha
terminado el reparto del mismo entre los países
capitalistas más
importantes .
Este es el abecé de toda definición económica o histórica
del imperialismo y es justamente el fundamento objetivo de toda la actual
crisis y desintegración del sistema colonial. ¿Se puede decir que el
capitalismo de Indonesia y el de EE.UU. o Inglaterra -desde este punto de
vista-, son el mismo capitalismo? ¿Que el industrial indonesio es imperialista?
Los nuevos Estados nacionales independientes que han surgido en Asia y Africa
no forman ya parte del sistema imperialista, aunque muchos no han salido de la
economía capitalista mundial; pero en ella ocupan una situación peculiar y, en
general, siguen siendo explotados en muchos aspectos por los monopolios imperialistas.
En otro aspecto: ¿era "internacional" e
imperialista, el inmigrante italiano, español, más tarde israelita, que en
Uruguay y Argentina empezaron como artesanos, luego como pequeños fabricantes
que explotaban dos, tres o diez obreros, en la metalurgia, el textil, el
calzado o la producción de muebles, y que hoy son industriales medios? No está
en cuestión que son capitalistas que, por lo tanto, extraen plusvalía a sus
obreros, inclusive que algunos pueden ser grandes capitalistas reaccionarios sin
el menor ánimo de luchar por la independencia nacional frente al imperialismo.
Pero de ahí no es posible inferir que son parte "indivisible" de los
monopolios imperialistas, y que ellos mismos sean y "siempre"
-concepto de tiempo: ayer, hoy y mañana- internacionales e imperialistas. Puede
pertenecer alguno a una capa social ya inepta para la tarea
nacional-liberadora: nosotros hemos demostrado, más de una vez, que la gran
burguesía conciliadora no será en Uruguay un aliado estratégico del
proletariado; pero nadie podría decir que esa gran burguesía uruguaya, que
además, no es meramente intermediaria del imperialismo,
sea..."imperialista" e "internacional". El imperialismo
supone el capitalismo de monopolio como base económica, y la dominación
colonial, la sujeción financiera, económica, política, nacional, de otros
pueblos. Y por mucha ojeriza que le podamos tener a esta capa de grandes
burgueses, nos hundiríamos en el ridículo teórico si la calificáramos de
imperialista.
(Problemas de una Revolución Continental” – Tomo II, P. 73.
Edición de la Fundación Rodney Arismendi. Montevideo, 1997).
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