Por Ruiz Pereyra Faget
Llamo oligarquía a la clase alta tradicional que en América
Latina monopoliza la tierra desde la ruptura del vínculo colonial con España y
enlaza el negocio del agro con la banca y el comercio exterior. A cambio de sus
exportaciones, importan manufacturas industriales. En el siglo XIX adoraron la
libra esterlina y en el siglo XX y lo que va del XXI, adoran el dólar.
Las oligarquías de Paraguay y Uruguay –y los partidos políticos
que las expresan-, están desesperadas por el ingreso de Venezuela al Mercosur,
resuelta en Mendoza por los presidentes de Brasil, Argentina y Uruguay, después
de la suspensión de Paraguay por el Golpe de Estado que derrocó al Presidente
Lugo, partidario de ese ingreso pero obstaculizado por un Congreso oligárquico.
Estas oligarquías, de ambos países, que nunca respetaron el
orden jurídico, ya que la
de Paraguay entronizó la dictadura de Stroessner y la
uruguaya ató toda su política exterior como fiel servidora del imperialismo
norteamericano, se “prenden” del derecho
como “última ratio”, para cubrir con esa cortina de humo su verdadero papel de
servidoras del imperio de nuestra época y de la que Améerica Latina
y el Caribe han sido su “reserva estratégica” o “patio trasero”.
El problema fundamental para el que ha sido hasta hace diez
años el “subcontiente americano” es si sus repúblicas se integran económica y
políticamente, para ser realmente independientes o se mantienen divididas y
atadas, cada uno de ellas a los tratados comerciales, financieros y militares
bilaterales que les impone Estados Unidos, incorporánlas a su “sueño” de
hegemonía mundial en el que se encuentra embarcado.
En la Carta de Jamaica, del 6 de setiembre de 1815, el
Libertador Simón Bolívar, veía con claridad el destino de nuestras repúblicas
cuando recién Estados Unidos consolidaba su independencia, después del intento
recolonizador de Inglaterra en 1812: “Es una idea grandiosa pretender formar de
todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes
entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y
una religión debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase
los diferentes Estados que hayan de formarse; mas no es posible porque climas
remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes
dividen a la América. ¡Qué bello sería que el istmo de Panamá fuese para
nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la
fortuna de instalar allí un augusto Congreso de los representantes de las
repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de
la paz y de la guerra, con las naciones de las otras tres partes del mundo.
Esta especie de corporación podrá tener lugar en alguna época dichosa de
nuestra regeneración…”
Bolívar admitía las enormes dificultades, en ese momento,
para poner en marcha su proyecto integrador pero después de la victoria de
Sucre en Ayacucho, en 1824, que puso fin al intento restaurador de España,
convocó un Congreso a realizarse en Panamá, pero los intereses y egoísmos
nacionales de las oligarquías criollas, le cerraron el camino.
No obstante, parece “que la época dichosa de nuestra
regeneración”, ha llegado porque la historia es lucha y no se detiene.
Los imperios se hunden, como sucedió con el Romano y
Británico, y surgen otros poderes que persiguen el equilibrio global, única
forma de asegurar la paz, condición indispensable para desplegar la cooperación
internacional abriendo un amplio sendero por el que transite el desarrollo
económico y social de todos los pueblos.
Este es el sentimiento que prevalece en la América Meridional ,
después del ascenso al gobierno de Hugo Chávez en Venezuela (1999) y de Luiz
Ignacio (Lula) da Silva en Brasil (2003), al que siguieron el de Néstor Kichner
en Argentina (2003), el Frente Amplio en Uruguay (2005) y Rafael Correa en
Ecuador (2007).
El punto de partida común fue el rescate de los recursos
naturales, el desendeudamiento, el fortalecimiento de la industria nacional y
una distribución más justa de la renta nacional, con prioridad de los sectores
sociales más desamparados. Esta política salía al cruce del “Consenso de
Washington” (1990), cuyos arquitectos consideraban que América Latina no se
podía librar de su cuantiosa deuda externa y que debía abrir las puertas, sin
restricciones, al capital extranjero y a sus manufacturas, lo que significaba profundizar la
dependencia, convirtiéndose el Estado en un mero administrador de ese capital,
bajo la celosa vigilancia del Fondo Monetario Internacional y de las Agencias
Calificadoras de Riesgo.
Intentos de integración regional, como el Pacto Andino, para
facilitar el comercio zonal, habían surgido (1969), pero sin afectar los
intereses fundamentales de Estados Unidos. En 1985, en el encuentro de Foz de
Iguazú, los presidentes de Argentina –Raúl Alfonsín-, y Brasil –José Sarney-,
emitieron una Declaración el 30 de noviembre, sobre temas fundamentales
trazando una inequívoca línea de independencia en matera económica y política.
Los puntos 18, 19 y 20 del histórico documento, expresan:
“18) (Ambos Presidentes) expresaron su firme voluntad política de acelerar el
proceso de integración bilateral. En armonía con los esfuerzos de cooperación y
desarrollo regional, expresaron su firme convicción de que esta tarea debe ser
profundizada por los gobiernos con la indispensable participación de todos los
sectores de sus comunidades
nacionales, a quienes convocaron a unirse a este esfuerzo, ya que cabe también
a ellos explorar nuevos caminos en la búsqueda de un espacio económico regional
latinoamericano”; “19) Con esa finalidad, decidieron la creación de una
Comisión Mixta de alto nivel de cooperación e integración económica bilateral,
presidida por sus Ministros de Relaciones Exteriores e integrada por
representantes gubernamentales y de los sectores empresarios de los dos países,
para examinar y proponer programas, proyectos y modalidades de integración
económica”; “20) “Esta Comisión, que
abarca todos los sectores susceptibles de una mayor integración entre los dos
países, será constituida en el primer trimestre de 1986 y deberá presentar,
antes del 30 de junio próximo, un informe a los dos presidentes con las
prioridades propuestas para lograr una rápida profundización de los vínculos de
cooperación e integración económica, especialmente en lo referido a las áreas
de complementación industrial, energía, transporte y comunicaciones, desarrollo
científico – técnico, comercio bilateral y con terceros mercados”.
En Uruguay y Paraguay, esta firme voluntad de “integración
bilateral”, causó gran preocupación. Los dos países tenían tratados comerciales preferenciales con
Brasil y Argentina. Si éstos establecían un arancel protector, ese comercio
resultaría afectado. En consecuencia solicitaron integrar el mercado que
creaban Argentina y Brasil y en 1991, se formalizó, con el Tratado de Asunción,
la creación del Mercosur. Esta es la verdadera historia.
Actualmente, con el curso dado por el Presidente Chávez a la
política interna y continental de Venezuela, la ampliación del Mercosur era una
demanda impostergable, de la que todos los integrantes de este mercado,
incluyendo a Paraguay y Uruguay, resultan beneficiados. Sin embargo, por
razones meramente políticas, respaldadas por Estados Unidos, que se opone a la
existencia de un bloque independiente sudamericano, el Parlamento guaraní vetó
sistemáticamente el ingreso de la república bolivariana, sirviéndose de las
normas de un Tratado al que ingresó la patria de Solano López, por la gracia de
Brasil y Argentina, contrariando el fundamento estratégico del Mercosur
diseñado por los presidntes Raúl Alfonsín y José Sarney. Por ello, no sorprende
que la decisión adoptada en Mendoza, a instancia de Brasil, haya contado con el
respaldo absoluto de los parlamentos de Argentina y Brasil y aparezcan
cuestionándola el gobierno oligárquico de Paraguay y la oposición oligárquica
de Uruguay.
Los medios, que expresan estos intereses, difunden las
objeciones jurídicas y confunden a la opinión pública desprevenida o
manipulada, ocultando la sustancia del problema en cuestión que hemos tratado
brevemente de explicar.
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