En su discurso
en la Asamblea de las Naciones Unidas, el Ministro de Relaciones Exteriores de
Rusia, Serguei Lavrov, recogiendo una fde las lecciones de la cuestión siria,
que un liderazgo unilateral –en evidente alusión a Estados Unidos-, no puede
resolver por sí solo los complejos y múltiples problemas económicos, políticos
y medioambientales, entre otros, de nuestra época, sino que se requiere un
esfuerzo colectivo que utilice, activamente, la vía político-diplomática que es
la que establece la Carta de las Naciones Unidas..
Lo de
“liderazgo unilateral” es un eufemismo diplomático pues, traduciéndolo, quiere
decir que Estados Unidos debe abandonar su propósito de ser policía mundial y
los acontecimientos de Siria lo demuestran.
Efectivamente,
Estados Unidos y sus aliados de la Unión Europea no pueden resolver por sí
solos los problemas que generan sus propias apetencias imperiales. El Medio
Oriente ya les resulta incontrolable y América Latina, que ha sido su “patio
trasero”, también ha decidido seguir su propio camino. No está lejana,
asimismo, una crisis en Paquistán.
La opinión de dos pensadores del imperio
En un libro
que he citado en otras oportunidades, - “El Gran Tablero Mundial” (1997)-,Z.
Brzezinski escribe que Estados Unidos, como todos los imperios tendrá su
período de declinación que sitúa en la segunda década del siglo XXI, pero en el
corto plazo deberá utilizar todos los medios que han cimentado su poder para
mantener la hegemonía mundial. Esos medios, han sido su poder militar,
económico, tecnológico y cultural. En este corto período, irá preparando su
transformación para sustituir el “diktat”, que es la pecu.iaridad de su
política después de la desintegración de la URSS, por la cooperación.
Parece que
este momento ha llegado. En el tablero mundial, con Eurasia, , como epicentro-,donde según el estratega
polaco-estadounidense, se juega el poder global, su geoestrategia de contención (diseñada por
Estados Unidos en la posguerra mundial) del espacio principal –Rusia y China-,
la Unión Europea en el Oeste, el Medio Oriente en el Sur y Corea del Sur y
Japón en el Sudeste, se empieza a desmoronar su influencia en la segunda zona.
En el Medio
Oriente, Estados Unidos tiene en Israel a su aliado estratégico, basado en la
identidad de sus intereses económicos, su cultura y su concepción de la vida.
No ocurre lo mismo con el mundo musulmán, que tiene allí dos protagonistas que
por su poder económico y su cultura, acuñada durante siglos, están destinados a
recuperar su influencia en la región: Turquía e Irán (Imperio Otomano e Imperio
Persa).
Me parecen
justas las observaciones de otro libro de resonancia mundial , también del año
1997, del asesor de la CIA, Sammuel Huntington –“El choque de civilizaciones.
La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos””- y donde expresa al respecto:
“Algunos occidentales,
entre ellos el presidente Bill Clinton, han afirmado que Occidente no tiene
problemas con el islam, sino sólo con los extremistas islamistas violentos. Mil
cuatrocientos años de historia demuestran lo contrario.
Las relaciones entre
el islam y el cristianismo, tanto ortodoxo como occidental, han sido con frecuencia
tempestuosas. Cada uno de ellos ha sido el Otro del otro. El conflicto del siglo
XX entre la democracia liberal y el marxismo-leninismo es sólo un fenómeno histórico
fugaz y superficial comparado con la relación continuada y profundamente conflictiva
entre el islam y el cristianismo. A veces, la coexistencia pacífica ha prevalecido;
más a menudo, sin embargo, la relación ha sido de guerra fría y de diversos
grados de guerra caliente. La «dinámica histórica», comenta John Esposito, «...encontró
con frecuencia a las dos colectividades en competencia, y a veces enzarzadas en
un combate a muerte por el poder, la tierra y las almas». A lo largo de los
siglos, la fortuna de las dos religiones ha ascendido y decrecido en una serie
de oleadas, pausas y contraoleadas momentáneas”.
Más
adelante, agrega: “En los años ochenta y noventa, la tendencia general en el
islam ha seguido una dirección antioccidental. En parte, ésta es la
consecuencia natural del Resurgimiento islámico y la reacción contra lo que se
considera gharbzadegi u «occidentoxicación» de las sociedades musulmanas. La
«reafirmación del islam, sea cual sea su forma sectaria concreta, supone el
repudio de la influencia europea y estadounidense en la sociedad, política y
moralidad locales». En el pasado, los
líderes musulmanes decían de vez en cuando a su gente: «Debemos
occidentalizarnos». Sin embargo, si algún líder musulmán ha dicho eso en el
último cuarto del siglo XX, es una figura aislada”.
“De hecho, es difícil
encontrar declaraciones de musulmanes, sean políticos, funcionarios,
académicos, hombres de negocios o periodistas, en las que alaben los valores e
instituciones occidentales. Por el contrario, insisten en las diferencias entre su civilización y
la occidental, en la superioridad de su cultura y la necesidad de mantener la
integridad de dicha cultura contra el violento ataque occidental. Los musulmanes
temen y se indignan ante el poder occidental y la amenaza que supone para su
sociedad y sus creencias. Consideran la cultura occidental
materialista, corrupta, decadente e inmoral. También la juzgan
seductora, y por ello insisten más aún en la necesidad de resistir a su fuerza
de sugestión sobre la forma de vida musulmana. Cada vez más, los musulmanes
atacan a Occidente, no porque sea adepto de una religión imperfecta y errónea
(pese a todo, es una «religión del libro»), sino porque no se adhiere a ninguna
religión en absoluto. A los ojos musulmanes, el laicismo, la
irreligiosidad y, por tanto, la inmoralidad occidentales son males peores que
el cristianismo occidental que los produjo. En la guerra fría, Occidente
etiquetó a su oponente como «comunismo sin Dios»; en el conflicto de
civilizaciones posterior a la guerra fría, los musulmanes ven a su oponente
como «Occidente sin Dios».
Estas imágenes de un
Occidente arrogante, materialista, represivo, brutal y decadente no sólo las
tienen imanes fundamentalistas, sino también aquellos a quienes muchos en
Occidente considerarían sus aliados y partidarios naturales. Pocos libros de autores musulmanes
publicados en los años noventa, por ejemplo, recibieron el elogio otorgado a la
obra de
Fatima Mernissi “islam and Democracy”, generalmente
saludado por los occidentales como la valiente declaración de una mujer
musulmana moderna y liberal. Sin embargo, el retrato de Occidente contenido en
ese volumen difícilmente podría ser menos halagador. Occidente es «militarista» e
«imperialista» y ha «traumatizado» a otras naciones mediante «el terror
colonial» (págs. 3, 9). El individualismo, sello de la cultura
occidental, es «la fuente de toda aflicción» (pág. 8).
El poder occidental es
temible. Occidente «solo decide si los satélites serán usados para educar a los
árabes o para arrojarles bombas... Aplasta nuestras posibilidades e invade
nuestras vidas con sus productos importados y películas televisadas que inundan
las ondas... Es un poder que nos aplasta, asedia nuestros mercados y controla nuestros
más simples recursos, iniciativas y capacidades. Así es como veíamos nuestra situación,
y la guerra del Golfo convirtió nuestra impresión en certidumbre» (págs.
146-147)”.
Brzezinski , Asesor de Seguridad del Presidente
Carter, organizó al Grupo Al Qaeda, en 1979, en la frontera noroeste de
Paquistán con el beneplácito de Arabia Saudita y puso al frente a Bin Laden,
miembro de la familia real saudí, para que defendieran su religión y su cultura
contra el “Comunismo sin Dios”, que quería destruirla. Vencidos los soviéticos,
los afganos advirtieron, enseguida, que los estadounidenses “tampoco tenían
Dios” y que lo que procuraban eran las riquezas materiales del subsuelo,
imponiendo un nuevo colonialismo. Y Al Qaeda se volvió contra ellos y contó con
abundantes recursos financieros de los Emiratos del Golfo y de Arabia Saudita.
Significativos acontecimientos recientes
El
sentimiento antiimperialista musulmán, atizado además por el obstinado
propósito de Israel de recolonizar todo el territorio palestino y la
cooperación de la corrupta dictadura de Mubarak en Egipto, sostenida financiera
y militarmente por Estados Unidos, con este objetivo, condujo al derrocamiento
del dictador egipcio en el 2011 y la victoria electoral, el año siguiente de la
Hermandad Musulmana, considerado por Occidente, un “movimiento moderado”. La
reforma constitucional, implementada por este gobierno, alarmó a Israel y a los
círculos imperialistas y el 3 de julio, el ejército de Mubarak derribó al
Presidente Morsi e inició una persecución para erradicar el movimiento musulmán
que es la mayoría del país.
La victoria
musulmana en Túnez, Egipto y Libia en el 2011, alentó al gobierno musulmán de
Turquía a derrocar al gobierno laico de Bashar Al-Assad, en Siria, contando con
el apoyo financiero de Qatar y Arabia Saudita y militar de Estados Unidos y la
Unión Europea. Formaron un Comando Supremo con un general que desertó del
ejército sitio, estableciendo su sede en Turquía y una coalición de grupos
musulmanes “amigos”, pero en el terreno, dominaron los sectores radicales,
vinculados a Al-Qaeda, como el Frente Al Nusra y la organización “Estado
Islamista en Irak y el Levante” (EIIL) cuyo objetivo es crear un estado
islámico unido de Siria e Irak como eje central de un Califato que domine el
Medio Oriente.
El
“Resurgimiento Islámico”, amenaza la integridad de la Federación Rusa
(Chechenia) y las repúblicas del Cáucaso y del Centro de Asia, que
pertenecieron a la Unión Soviética y que forman actualmente una Comunidad de
Estados Independientes”, con la Federación Rusa a la cabeza.
La
inestabilidad de Afganistán, y la próxima retirada de las fuerzas de Estados
Unidos y la OTAN, de este país, preocupa a Rusia, pues Tayikistán tiene una
frontera de 1500 quilómetros con Afganistán y la penetración de grupos de Al
Qaeda pueden desestabilizar todo su flanco sur.
Por otra
parte, Rusia reconoció a la dictadura militar egipcia, recibiendo con alivio el
derrocamiento del Presidente Morsi. El primer viaje al exterior del Ministro de
Relaciones Exteriores del régimen golpista fue a Moscú, donde el Kremlin
prometió su cooperación con el autodefinido “gobierno de transición”.
Pensamos que
este tema y el asesinato del embajador de Estados Unidos en Libia, así como la
activa presencia de Al Qaeda en Yemen, Malí y Nigeria, dominaron la
conversación privada que sostuvieron Vladimir Putin y Barack Obama en San
Petersburgo, el 5 de setiembre, donde el mandatario ruso habría convencido a su
homólogo de la Casa Blanca, que la desestabilización de Siria conduciría a la
desestabilización de todo el Medio Oriente, y los dos países, Rusia y Estados
Unidos, perderían; en consecuencia, la política aconsejable era unirse para
controlar al extremismo islámico.
La
iniciativa de Irán de reabrir la discusión sobre su programa nuclear, ha sido
un aporte coadyuvante al nuevo clima, recibido rápidamente por Obama como un
“aporte constructivo”, pero con simulada desconfianza por Israel que, para
completar el panorama de distensión regional tendría que firmar el Tratado de
No Proliferación de Armas Nucleares, decisión que rechaza terminantemente ya
que es el único país que posee estas armas.
Para Obama,
aceptar la vía diplomática y la recuperación del papel del Consejo de Seguridad
de la ONU para resolver las controversias, propuesta por Putin, era un
reconocimiento explícito que el “liderazgo mundial de Estados Unidos”, ha
llegado a su término. Pero subsiste la duda si el esfuerzo conjunto de Rusia y
Estados Unidos, podrán contener el “Resurgimiento Islámico” que, según
Huntington, no es patrimonio de Al Qaeda sino de la inmensa mayoría del
orgulloso pueblo musulmán, aplastado por siglos de colonialismo.
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