En el proyecto hegemónico universal de Estados Unidos, el
control del Medio Oriente, es fundamental, por sus cuantiosos recursos
petroleros y por ser el puente entre Europa Occidental y el Asia Oriental. Z.
Brzezinsky, lo explicaba con mucha claridad en su libro “El Gran Tablero
Mundial” (1988), un agudo análisis geopolítico que señala la estrategia que
debe seguir Estados Unidos “para alcanzar su sueño de Romanos del Siglo XXI”,
como diría José Enrique Rodó, eme ñ 1900.
En este tablero, su aliado principal es Israel y sus rivales
estratégicos, Rusia y China. La condición de Israel es muy clara por su
influencia en las finanzas de Wall Street y la City de Londres, los núcleos
duros del capitalismo desarrollado que ha desbordado los límites que puede
imponerle el Estado; por su parte Rusia, que ha restaurado el capitalismo, con
el advenimiento de Vladimir Putin en el 2000, colocó al Estado como regulador
de esa restauración, derrotando a los adláteres de Yeltsin que querían
convertir a ese país con vastísimos recursos y potencial científico, en
sucursal financiera de Occidente. No hay que indagar mucho en la historia de
Rusia y sus conflictos con Francia, Gran Bretaña y Alemania, de la inviabilidad
del proyecto de los banqueros de Yeltsin.
La República Popular China, que ha restaurado parcialmente
el capitalismo, se convirtió, en 1972, en una pieza decisiva en la estrategia
defensiva de Kissinger-Nixon, ante la derrota de Estados Unidos en Vietnam y,
después de la muerte de Mao Tsé Tung en 1975, trazó su política de “apertura al
exterior”, habilitando varias zonas francas donde se instalaron empresas
multinacionales de Estados Unidos, Japón, Gran Bretaña y Alemania. Los
productos de refinada tecnología, compitieron con las propias matrices
nacionales,y la acumulación de reservas monetarias
de este comercio, férreamente controladas por el Estado chino, le permitió
financiar la recuperación y modernización de su paralizado aparato industrial.
Desde 1979 hasta el 2011, la economía de China creció a una tasa del 9% anual,
registro sin precedentes en la historia y hoy es la segunda economía mundial,
con un mercado de 1.300 millones de habitantes.
La doctrina del asesor de la CIA, Francis Fukuyama, del “fin
de la historia”, proclamada después de la desintegración de la Unión Soviética,
pasó al olvido.
El Estado de Israel, con su política de recuperar todo el
territorio de la antigua Palestina, para restaurar el Reino de David y Salomón,
es el principal factor desestabilizador del equilibrio político en el Medio
Oriente. El conflicto entre árabes palestinos e israelíes, lleva 64 años y
medio y no hay solución a la vista, ya que Israel no renuncia a sus objetivos y
la resistencia palestina, que lucha por el reconocimiento de un Estado
plenamente soberano, no tutelado por el Estado Judío, tampoco.
La crisis en Siria se inscribe en este contexto aunque tiene
sus propias peculiaridades. Irán y Siria apoyan a los sectores radicales de la
resistencia palestina –Hezbollah en el Líbano y Hamas, en la Franja de Gaza. El
enemigo principal de Estados Unidos e Israel, por ser el más poderoso, es Irán.
Los aliados árabes de Estados Unidos, son los Emiratos del Golfo, Arabia
Saudita, Jordania y Turquía (ésta forma parte de la OTAN), donde domina el
capital estadounidense y británico.
Desde 1978, cuando Anuar El Sadat firmó la paz por separado
con Israel, Egipto, y su ejército, fueron el principal bastión de seguridad
para Israel, hasta el derrocamiento de Hosni Mubarak y la victoria electoral de
la Hermandad Musulmana en mayo de 2012, que instaló en el gobierno a Mohammed
Morsi. El acercamiento de este a Hamas despertó la desconfianza de Estados
Unidos e Israel, que apoyaron el golpe de Estado militar que derrocó a Morsi,
el 3 de julio de este año. Para imponerse, el ejército realizó una masacre de
la resistencia pacífica de la Hermandad Musulmana.
Para retomar la iniciativa y desviar la atención de lo que
estaba sucediendo en Egipto, el 21 de agosto, Estados Unidos, sus aliados
árabes e Israel, con el apoyo de los poderosos medios de comunicación a su
disposición, cambiaron el escenario, centrando la atención en la guerra civil
que se libra en Siria, con una insurgencia a la defensiva, denunciando la
utilización de armas químicas por parte del gobierno.
Estados Unidos amenazó de inmediato con intervenir
militarmente, sin consultar al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en
una maniobra evidente para ocultar la feroz represión del ejército egipcio y
recuperar la confianza de la población árabe sunnita –dominante en Arabia
Saudita y Turquía. Esta decisión del Presidente Barack Obama, presentaba muchos
riesgos y un estado de opinión interna negativo, situación que fue captada por
el gobierno ruso que manifestó su apoyo incondicional, político y militar, al
Presidente Al Assad y la exhortación, con el apoyo de China, a Obama a buscar,
en forma conjunta, una salida por la vía diplomática, en el marco del Consejo
de Seguridad de las Naciones Unidas.
Estados Unidos cedió porque la tesis de una “guerra
limitada”, sin intervención de la infantería, era insostenible pues nadie podía
evaluar las reacciones que provocaría el ataque con misiles crucero;
observación que hizo el Jefe del Pentágono, General Dempsey en su testimonio en
la Comisión de Defensa del Senado, en línea con la opinión pública y la mayoría
del Congreso, donde pesa el fracaso de las intervenciones en Iraq, Afganistán y
Libia y la pérdida permanente de soldados. Por otra parte, entre los “halcones”
del Partido Republicano, como el Senador Mc Cain, de Arizona, partidarios de
una escalada de alcance mayor que derrocara al Presidente Al-Assad, gravitó,
contradictoriamente, el tema del déficit del Presupuesto y el techo de la
deuda, extremos que buscan limitar para trabar la gestión económica del
Presidente con miras a obtener buenos frutos electorales.
Otro aspecto de la compleja situación del Medio Oriente, es
el fortalecimiento de los sectores extremistas del Islam, a cuya cabeza se
encuentra Al Qaeda. Estos grupos, procuran un retorno a los principios
fundacionales del Islam y a la grandeza de los califatos, reivindicando la
“Guerra Santa” (Jihad), contra Occidente y los Estados Laicos, como método.
Estados Unidos y la Unión Europea los considera organizaciones terroristas y
cuentan con abundante apoyo financiero y militar de Qatar,, Arabia Saudita y
Turquía. Rresisten activamente en Afganistan, hostigan a diario con atentados
al gobierno chiita de Iraq, controlan la región de Cirenaica en Libia y son la
fuerza principal que combate al régimen de Al-Assad en Siria, en ciudades como
Homs, Aleppo y varias localidades de la frontera sirio-turca. Han usado gas
sarín, según fuentes de las Naciones Unidas y de la CIA. El derrocamiento de
Assad es el objetivo principal de la rama de Al Qaeda en Siria, el Frente
Al-Nusra, considerado el “grupo más agresivo, disciplinado y exitoso” de
cuantos combaten al gobierno sirio, como lo ha señalado el columnista del
“Washington Post”, David Ignatus. El
“Ejército Libre de Siria”, comandado por un desertor del ejército sirio, el
General Salim Idriss y apoyado por Estados Unidos, no ha podido asegurar la
unidad y verticalidad del mando sobre este y otros grupos y ello ha provocado
el estancamiento de las operaciones de la resistencia. La opinión pública
democrática, en Estados Unidos y en el mundo, se pregunta si la eventual caída
de Assad, no repetirá la “historia” de Afganistán, Iraq y Libia.
Aparentemente, la propuesta rusa ha significado un alivio
para Obama pero la oposición de sus aliados árabes –estimulados ahora por Francia
que busca réditos económicos y políticos-, la preocupación de no ofrecer una
imagen de derrota, las reservas de Israel, que pretendía sacar partido de la
caída de Al Assad, aislando a Irán e imponerle condiciones al Presidente M.
Abbas, líder de una vacilante OLP, enfrentada a Hamas-, indican claramente que
el camino de la vía diplomática no será un sendero de rosas. Pero lo cierto, es
que Estados Unidos no tendría otra alternativa ante los enormes riesgos de una
nueva guerra.
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