John Kerry no es un novato de la política; ha integrado el
Senado durante 28 años y ha sido presidente de la Comisión de Relaciones
Exteriores de ese cuerpo. Obama lo designó Secretario de Estado, al iniciar su
segundo mandato, en sustitución de Hillary Clinton.
El 17 de abril, compareció ante la Comisión de la Cámara de
Representantes para defender el presupuesto asignado a su cartera y analizó la
aplicación de esos recursos en las distintas regiones del mundo, como “guardián
de la paz y de la libertad”. Pero advirtió que si bien la política de Estados
Unidos “es pacífica”, nadie se debe engañar porque “defenderá a sus amigos y a
sus intereses allí donde estén en peligro”. “La inversión en el mundo es una
inversión para la seguridad de Estados Unidos”, afirmó.
Al referirse al Hemisferio Americano, expresó_ “El
Hemisferio Occidental es nuestro patio trasero (“The Western Hemisphere is our
back yard”), y es de vital importancia para nosotros. A menudo, algunos países
en el hemisferio piensan que Estados Unidos no les presta suficiente atención y
algunas veces esto probablemente es verdad”.
Para los latinoamericanos, las declaraciones de Kerry no son
una novedad. Es una ratificación de la Declaración del Presidente Monroe de
1823, edulcorada por una defensa de la independencia de las jóvenes repúblicas
sudamericanas.
Fue Simón Bolívar el primero que descubrió la verdadera
intención de Monroe y llamó a la unidad de todo el continente sudamericano para
enfrentar el peligro de una nueva colonización que no sería la de una España
envuelta entonces en una guerra civil. El proyecto del Libertador fracasó
porque prevalecieron los intereses egoístas de las oligarquías regionales sobre
los intereses comunes. Decepcionado exclamó: “Hemos arado en el mar”.
En la década de 1960, la Cuba Revolucionaria
retomó el proyecto bolivariano que, en el contexto de la nueva época de lucha
entre capitalismo y socialismo, optaba decididamente por este último. La
respuesta imperialista no se hizo esperar y, con el golpe militar en Brasil en
1964 –con el apoyo expreso del embajador norteamericano Lincoln White- y el
derrocamiento del Presidente Joao Goulart, se inició una avasallante ola de golpes
de Estado militares y cívico-militares que aplastaron las democracias en
Argentina (1966), Chile y Uruguay (1973).
Los economistas del imperialismo, formados en Chicago y
Harvard, instalaron sus oficinas al lado de los despachos de los ministros de
economía de las dictaduras, para aplicar el pensamiento económico único
neoliberal que Milton Friedman había actualizado siguiendo la línea de la Escuela Austríaca ,
encabezada por Friedrich Hayek. En Chile, asesorando a Pinochet, estuvo el propio
Friedman, en Uruguay, el canadiense Robert Mundell como funionario del FMI.
En toda esta gran operación neocolonizadora, el imperialismo
y las oligarquías nativas, unidas en un mismo propósito, contaron con el apoyo
de las empresas periodísticas escritas y orales (en Uruguay los diarios “El
País” y “La Mañana”, el semanario “Búsqueda” que fue la herramienta pública de
Mundell para establecer la plaza financiera, así como los tres canales de
televisión, especialmente Canal 4, propiedad de los grandes terratenientes
Romay Salvo y Canal 12 del diario “El País”.
El proyecto oligárquico-imperialista fracasó. Ataron el peso
al dólar un tipo de cambio artificial -“plata dulce” le llamaron los
argentinos- creando la ilusión de una economía mágica para atraerse a las capas
medias que veían como casi tocaban el techo de la riqueza, pero pronto esta
ilusión se esfumó. La economía al quedar fuera de la competencia internacional,
se paralizó y los capitales especulativos se fugaron, dejando como herencia una
gigantesca deuda pública. El Citibank obligó al gobierno militar de Gregorio
Álvarez a comprarle las carteras de créditos incobrables. Ocho años después, el
Presidente Lacalle le pidió al mismo Citibank de Nueva York que le prestara los
dólares para pagarle al Citibank de Montevideo esas carteras. El negociador de
este acuerdo fue el uruguayo Nicolás Herrera, funcionario del Citibank de N.
York.
A comienzos del año 2000, el endeudamiento de Sudamérica era
enorme. En Argentina, el 160% del PIB; en Uruguay, el 110%. Ambos países habían
tenido el privilegio de la mágica “plata dulce”. La solución de los gobiernos
oligárquicos y el imperialismo a la crisis de la deuda era la reducción de los
gastos sociales, la baja de los salarios por decisión unilateral de los empresarios
y la privatización de las empresas públicas, para pagar la deuda. Estas
políticas llevaron a un empobrecimiento masivo de la población, al surgimiento
de barrios y pueblos marginales donde se sembró –como lo prueban los estudios
sociológicos en todo el mundo, desde principios del siglo XX-la semilla de la
delincuencia que genera, paradójicamente, la lucha por la vida.
La clarinada de lo que estaba ocurriendo, lo dio el
levantamiento de parte del ejército venezolano, en febrero de 1992, encabezado
por el Teniente Coronel de paracaidistas, Hugo Chávez. El movimiento fracasó,
pero triunfó por las urnas en noviembre de 1998. En los años siguientes le
siguieron cambios políticos de signo similar en Brasil, Argentina, Uruguay,
Ecuador y Bolivia. La tendencia general, pese a las diferencias de cada
situación concreta, puede sintetizarse en la consigna_ “No al endeudamiento y
desarrollo con los propios recursos nacionales, y con inclusión social”, dentro
del marco jurídico constitucional liberal, lo que significaba una feroz lucha
electoral con el poder económico dominante. En este proceso, algunos países
tienen como horizonte el socialismo; otros, una distribución “fifty-fifty”
entre los capitalistas y los asalariados.
Las nuevas políticas económicas están dirigidas a
nacionalizar los recursos nacionales, estimular el desarrollo industrial, defender
los salarios de los trabajadores, y ampliar los servicios sociales a toda la
población y fomentar el desarrollo cultural.
La clave económica es la industrialización con tecnologías
de punta que permitan la competitividad con las economías más desarrolladas.
Según Walt Rostow, un economista norteamericano, autor del libro “Las etapas
del crecimiento económico” (1959), la observación de la historia permite
apreciar que la primera etapa es una economía de subsistencia (“tradicional”),
la segunda, de desarrollo agrícola y materias primas (“Despegue” o primera
etapa de acumulación de capital) pero que la culminación es la transformación
industrial de los recursos naturales. Este camino deberían seguir todos los
países para alcanzar su bienestar económico y social, sostenible.
Lo que no observó Rostow en su examen de la historia es que
ese desarrollo no es uniforme en todos los países y que los que alcanzaron primero
la última etapa y han acumulado mucho capital, se transforman en exportadores
de ese capital, lucrando con su renta, impidiendo la acumulación de los países
importadores de ese capital y que denominan “en vías de desarrollo”, una vía
que es eterna si no se independizan de ese capital usurero.
Pero esta independencia no puede ser una decisión aislada de
cada país sino que requiere la unión de todos, porque la industrialización, que
es la condición indispensable de la indpendencia económica, solo puede consolidarse
coordinando su desarrollo comercial y tecnológico, en una escala de 270
millones de productores y consumidores que es el potencial humano disponible
del continente sudamericano. Por otra parte, la dotación de recursos
energéticos, minerales, hídicos y alimenticios de América del Sur que, además
cuenta con todos los climas, es excepcional.
El señor Kerry no dice la verdad cuando sostiene que Estados
Unidos no le ha prestado la atención suficiente a América Latina. La verdad es
que ha estado y está presente siempre
con todos los poderes que
dispone: lo que ocurre es que sus objetivos imperiales son opuestos al
desarrollo integral –económico, social y cultural- de nuestros pueblos. La
explotación como sistema y la represión como método son las únicas propuestas
que tienen el imperialismo y las oligarquías y, por esta razón, los pueblos han
dicho “¡Basta! y nuevamente han echado a andar”!
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