Nicolás Maquiavelo nació en 1469, en Florenda, cuando
reinaba la familia
Médici y recién empezó a escribir sus reflexiones sobre la
política, en 1513. Vivió una época tumultuosa en la que participó activamente,
al servicio de su Ciudad-Estado, como diplomático y asesor en asuntos
militares.
Ha pasado a la posteridad por su obra “El Príncipe”, la más
famosa e infame, según sus adversarios. Pero su obra principal, que redactó
cuidadosamente durante siete años, son los “Discursos sobre los diez primeros
libros de Tiro Livio” (1520). Su preocupación fue encontrar en la historia los
elementos fundamentales para construir una república democrática, libre, estable y sensible a las necesidades
populares.
Como todos los humanistas del Renacimiento, leyó ávidamente
la filosofía y la historia antigua. Se alineó en las antípodas de Platón y más
cerca de Demócrito y Epicuro que de Aristóteles, el pensador más influyente en
el siglo XIII. En historia su referencia fueron Tito Livio y el griego
Jenofontes por su obra “La educación de Ciro”.
Hoy se considera a Maquiavelo como el fundador de la ciencia
política y el primer pensador moderno porque comprendió que estaba viviendo a
comienzos del siglo XVI un cambio de época: la Europa Feudal ,
dominada por el poder espiritual y temporal de la Iglesia, cedía terreno al
desarrollo burgués que dotó de gran poder a ciudades-estados como Venecia,
Génova y Florencia en breve tiempo, y el
descubrimiento de América, en 1492, desplazó ese poder hacia el Atlántico. Las
ciencias y las artes comenzaban a dar grandes saltos. La observación y la
experiencia se convertían en las herramientas fundamentales del conocimiento;
nuevas técnicas e instrumentos enriquecían la vida práctica. Pero rodeando esta
exhuberancia,
el hedonismo y la corrupción se entronizaron en los palacios
principescos, incluyendo a la
Iglesia. Las guerras y el crimen se convirtieron en
herramientas habituales de la
política. Las ambiciones no parecían tener límites.
El fraile domínico, Jerónimo Savonarola, pronunciaba
encendidos sermones contra la depravación del Príncipe Lorenzo el Magnífico –
banquero y mecena de artistas como Botticcelli, Leonardo da Vinci y Miguel
Angel Buonarrotti; también dirigía sus
dardos contra el Papa español, Alejandro VI (Rodrigo Borgia o Borjas), que
había convertido la sede de San Pedro en un harén donde proliferaba el vicio.
El puritano fraile terminó ahorcado por indicación de la inquisición y el
pontífice.
Para Maquiavelo, en cambio, la salvación de Italia y el
logro de su unificación, no podían venir de un retorno al pasado imperial de la Iglesia. Había que
crear nuevas instituciones.
Recurriendo a la historia, recordaba que en la Antigúedad
habían existido Monarquías y Republicas. Todas habían pasado por tres etapas:
ascenso, apogeo y decadencia. El paso a esta última etapa era causado por la
pérdida de apoyo popular y la instauración, para controlar el poder, de la tiranía. A efectos de
superar esta situación eran necesarias leyes que regularan el poder de la
nobleza, garantizando los derechos del pueblo. Consideraba que la república más
perfecta fue la romana porque creó la institución “Tribunos de la plebe”.
En un pasaje de los “Discursos…”, expresa: “Los que han
organizado repúblicas, instituyeron prudentemente entre las cosas más
necesarias, una guardia de la libertad y, según la eficacia de aquélla es la
duración de ésta. Habiendo en todas las repúblicas una clase poderosa y otra
popular, se ha dudado a cuál de ellas deberá confiarse esa guardia. En
Lacedemonia antiguamente y, en nuestros tiempos, en Venecia, estuvo y era
puesta en manos de los nobles; pero los romanos las pusieron en las de la plebe. Preciso es,
por tanto, examinar cuáles de estas repúblicas tuvieron mejor elección”.
“Diré que la guardia de toda cosa debe darse a quien tenga
menos deseos de usurparla y si se considera la índole de nobles y plebeyos se
verá en aquellos gran deseo de dominación y en éstos de no ser dominados y, por
tanto, mayor voluntad de vivir libres porque en ellos cabe menos que en los
grandes la esperanza de usurpar la libertad. Entregada ,
pues, su guardia al pueblo, es razonable suponer que cuidará de mantenerla,
porque no pudiendo atentar contra ella en provecho propio, impedirá los
atentados de los nobles”.
La institución de los Tribunos fue una concesión que tuvo
que hacer la nobleza ante una violenta rebelión de los plebeyos que puso en
peligro la existencia de Roma. Estos acontecimientos, reiterados en la historia
de la ciudad, le merecen al escritor florentino la siguiente reflexión: “Si los
desórdenes de Roma originaron la creación de los tribunos, merecen elogios,
porque además de dar al pueblo la participación que le correspondía en el
gobierno, instituyeron magistrados que velan por la libertad romana”.
Es interesante asimismo, el pensamiento de Maquiavelo sobre
el origen de las sociedades y el poder de la nobleza. Al respecto,
escribe: “En el principio de la humanidad, los hombres vivieron, largo tiempo
dispersos, a semejanza de los animales; después, multiplicándose las
generaciones se concentraron y para mejor defensa escogían al que era más
robusto y valeroso, nombrándole jefe y obedeciéndole”.
“Entonces se conoció la diferencia entre lo bueno y honrado
y lo malo y vicioso que cuando uno dañaba a su benhechor se producían en los
hombres dos sentimientos, el de odio y la compasión censurando al ingrato y
honrando al bueno. Como estas ofensas podían
repetirse, a fin de evitar dicho mal acudieron a hacer leyes y ordenar
cargos para quienes las infligieran, naciendo el conocimiento de la justicia y
con el que la elección de jefe no se hiciera al más fuerte, sino al más justo y
sensato”.
Estos textos revelan varias cosas. Desde el punto de vista
histórico-social, la noción de “desarrollo de las civilizaciones” (ascenso,
apogeo y decadencia), concepción a la que Hegel , tres siglos más tarde, inscribirá en
su lógica dialéctica historicista (“Fenomenología del espíritu”, 1808, y
“Filosofía de la Historia”, 1820); la existencia de una lucha de clases que, en
Roma, fue entre la aristocracia, dueña de la tierra, y los campesinos
explotados; desde el ángulo político, la necesidad de leyes que dieran
garantías a la plebe y la convirtieran en “guardiana de la libertad” y
permitieran la elección, como jefe del gobierno, al “más justo y sensato”.
Por otra parte, la concepción de la moral que tiene
Maquiavelo, lo sitúan completamente como un hombre moderno. La distinción entre
el bien y el mal, ya no es un mandato divino sino el producto de una
experiencia social, donde la cohesión del grupo solo puede perdurar con hombres
respetuosos de las leyes. La conclusión de esa experiencia es que la sociedad
“honra al hombre bueno y censura al ingrato y malo”.
En síntesis, Maquiavelo apoyándose en los hechos que, como
hombre moderno considera la “prueba de la verdad”, indica el camino que, a su
juicio, debe seguir la burguesía como futura clase dominante.
-o-o-o-
Carlos Marx comienza a elaborar su pensamiento crítico del
modo de producción capitalista, a temprana edad, en la década de 1840. La
historia, en la primera mitad del siglo XIX, en la fase de ascenso del sistema
burgués en Europa Occidental, mostraba que la expectativa de una conciliación de
clases, como era la idea fundamental de Maquiavelo, basada en una legislación
justa, no era confirmada por los hechos. Por ello, Marx y Engels, en el
Manifiesto del Partido Comunista de 1848, comienzan con la que será la tesis
fundamental del marxismo: “La historia de las sociedades humanas es la historia
de la lucha de clases”. Es, como puede observarse, un punto de contacto con
Maquiavelo, pero luego los distancia radicalmente la solución: no será una
“legislación justa” sino la revolución social que desplace del poder a la
burguesía.
Marx y Engels llegaban a esta solución a través de la
filosofía materialista dialéctica que invertía el idealismo dialéctico de
Hegel, su maestro.
Pero la filosofía no podía explicar cuál era el motor que
permitía el desarrollo del capitalismo. Y el filósofo Carlos Marx, licenciado
con una tesis sobre la diferencia entre la filosofía de Demócrito y Epicuro,
comenzó a estudiar apasionadamente todas las teorías económicas que describían
el sistema, centrándose especialmente en la “teoría del valor”. Comenzó con los
clásicos ingleses Adam Smith y David Ricardo. Al primero lo llamó el
“economista de la época del capitalismo
manufacturero”; en Ricardo, encontró una pista que sería fundamental
para su teoría del valor cuando el banquero inglés sostiene que el aumento de
los salarios no aumenta los precios de las mercancías sino que reduce la
ganancia de los empresarios.
Marx nació en 1818. En los 40, cuando la lucha de los
obreros, ya organizados en sindicatos, en Inglaterra y Francia, se rebelan
contra el régimen de explotación que padecían, tenía 22 años de edad y en la
región renana de su país, donde había nacido, se dedicaba a analizar en la
prensa la situación del campesinado. Tuvo que abandonar su tierra y se dirigió
a Francia que era un verdadero laboratorio social. Así nació el Manifiesto,
pero la Revolución de 1848 fracasó y debió refugiarse en Londres. Es aquí, en
el Museo Británico, en un agotador trabajo de casi diez años de investigación
de la literatura económica, que llegó a descubrir el mecanismo que accionaba el
motor del modo de producción capitalista. En 1857 publica “Crítica de la Economía Política ”
que luego incorporará al primer tomo de “El Capital”.
Engels dirá más tarde en su “Anti-Duhring”, que la tesis de
la lucha de clases y la teoría de la plusvalía, son los fundamentos del
“socialismo científico”.
Estos fundamentos se mantienen inconmovibles y lo serán
mientras exista el modo de producción capitalista, sacudido periódicamente por
las crisis económicas y financieras sin que los teóricos del sistema hayan
encontrado la fórmula que lo consagre como “el fin de la historia”.
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