`pr Ruiz Pereyra Faget
No es una afirmación de un izquierdista “desmelenado”. Basta
observar la historia y, si alguna ventaja tenemos los veteranos sobre las
nuevas generaciones, es que hemos vivido muchos años las mismas peripecias y
las vueltas de la noria siempre son las mismas.
El capitalismo es un modo de producción que se basa en la
ganancia individual. No es una construcción colectiva donde el producto del
trabajo se distribuya según el principio “de cada uno según sus capacidades y a
cada uno según sus necesidades”. No tengo que recurrir a ejemplos pues tenemos
los hechos a la vista y que las estadísticas, aun las oficiales, no pueden ocultar.
El mercado es, según Adam Smith (primer economista de la
época industrial manufacturera), la “mano invisible”, que permite el triunfo de
los productores más exitosos. Su éxito se basa en que sus costos de producción
son más bajos que los de sus competidores y esto por dos razones: porque los
salarios de sus trabajadores son más bajos o el trabajo más intenso y,
transitoriamente, porque su tecnología es superior.
Si la ganancia es el resultado de un valor, producido por
los trabajadores, que está por encima de
la remuneración salarial, hay una brecha que impide que ese producto pueda ser
consumido en su totalidad por quienes lo producen. En consecuencia, tiene que
ser exportado pero se encontrarán con la competencia en el mercado mundial de
otros países que tienen el mismo problema. ¿Y como se defienden? Protegiendo su
producción para mantener un nivel de ocupación por lo menos del 5% de su fuerza
laboral activa.
Esta lucha por controlar los mercados de ventas y suministro
de materias primas y alimentos, es lo que conduce a las guerras, incluso
mundiales.
Desde mediados del siglo XIX, en los países de Europa
Occidental –sobre todo en Inglaterra y Francia-, el desarrollo industrial
provocó el surgimiento de una poderosa fuerza laboral que, bajo condiciones
durísimas de explotación, se organizó en sindicatos. Pronto, este movimiento
social, comprendió que su condición de parias no se resolvía con alcanzar
ciertas reivindicaciones como la jornada de 8 horas, prohibición del trabajo de
menores y mejora de las condiciones ambientales de trabajo, pues era el sistema
que había que cambiarlo.
En este punto (1840), la cultura filosófica juega un papel
fundamental. Los intelectuales, que son los generadores de ideas, tienen su
bagaje –los de izquierda- en la filosofía clásica alemana, especialmente en su
“gran pope”, Emmanuel Kant y su “imperativo categórico”: “no hagas a otro lo
que no te gustaría que te hicieran a ti”. En otras palabras, la solución a la
cuestión social, es “un problema moral”. La Iglesia Católica
también sostiene que es un problema moral, cuando invoca el “reparto del pan”,
en la última cena de Jesús con sus discípulos, pero con Santo Tomás cae en una
contradicción de la que no se puede desprender jamás: “este mundo, con todas
sus miserias, es un orden natural, creado por Dios”. La solución es la caridad,
“el buen corazón de los ricos” que mitiga pero no puede cambiar el orden
dispuesto por Dios..
Sin embargo, otro filósofo, Karl Marx, lanza otra
interpretación: el capitalismo responde a leyes objetivas, es decir,
independientes de la moral que es una opción subjetiva, y las demuestra
matemáticamente en su obra “El Capital” (1867). La clase obrera es una fuerza
social internacinal que organizada, consciente y educada en la nueva doctrina,
puede cambiar el sistema económico que la oprime e instaurar otro modo de
producción, basado en la construcción colectiva y en la solidaridad.
No obstante, este punto de vista no fue aceptado por todos
los interesados que creyeron que utilizando el parlamento y a través de la ley
podían realizar esa tarea. Estos se denominaron “Socialdemócratas” y los
primeros, “Comunistas”.
Anarquistas y Comunistas, intentaron una primera experiencia
en Francia, en 1871 –la Comuna de París-,, que duró 70 días, que fue aplastada
y los bolcheviques, bajo las enseñanzas y liderazgo de Lenin, insistieron en
1917 en Rusia, que duró 70 años, y fracasó, por problemas internos y por la
relación de fuerzas desfavorable en el campo exterior.
A partir de 1991, quedaron dos fuerzas políticas
alternativas para dirigir el sistema capitalista: los Conservadores del orden
dominante y los Socialdemócratas que insistían en las reformas legales. Las
constituciones fueron reformadas, eliminándose a las minorías del Parlamento y
consagrando el bipartidismo. ¿Cómo ha funcionado este sistema político? Con el
auxilio de los medios de comunicación, que son propiedad mayoritariamente de
los conservadores, manipulan al electorado que, por el “voto castigo”, creen
que van a cambiar la
situación. Cuando se trata de una crisis cíclica, que estalla
cuando hay superproducción y pleno empleo, lo que reduce la tasa de ganancia,la
alternativa puede dar resultado pues a la recesión, que lleva a la
desocupación, seguirá la fase de ascenso que devolverá el pleno empleo y otra
vez a la recesión.
Pero la crisis actual, a diferencia de las crisis cíclicas,
es estructural. ¿Qué quiere decir esto? Que el sistema capitalista altamente
desarrollado, basado en la producción privada –industrial dominante- y en la
plusvalía, ha sido estrangulado por el capital financiero. Existe lo que
algunos economistas llaman un cambio en la forma de acumulación capitalista que
no es la fabricación de mercancía y la plusvalía, sino la especulación bursátil,
el comercio de divisas, es decir la “economía casino” mediante la manipulación
de los tipos de cambio en un sistema abierto de movimiento de capitales, en
otras palabras, una montaña de papeles que exhiben un valor ficticio que no
tiene ninguna base material.
La política central, en estos momentos en Estados Unidos y
en la Zona Euro ,
es salvar ese enorme capital ficticio, con créditos colosales o emisiones sin
respaldo, que los conservadores exigen que los pague el pueblo que ha perdido
su trabajo o que está endeudado.
No me pregunten cómo se sale de este círculo vicioso porque
no practico la futurología, pero una cosa parece cierta: es insostenible en el
largo plazo. Lo que observamos son tres grandes tendencias que pueden
significar un cambio de época: por un lado, un bloque capitalista euroasiático,
integrado por China, Rusia y la India, que se fortalece y necesita la paz para
crecer y, por el otro, un bloque capitalista, hasta hoy dominante, integrado
por Estados Unidos, Europa Occidental y Japón, que se hunde, provocando en su
caída guerras interminables con una saña que no ha conocido, salvo en la época
del nazismo, la historia de la humanidad.
Entre tanto, América Latina intenta construir un tercer
bloque, en medio de grandes dificultades, cuyo futuro no se perfila aun como
irreversible por el peso de las fuerzas económicas tradicionales sobre los
aparatos industriales, con excepción de Brasil. Un cambio negativo de esta
tendencia, que beneficiaría a Estados Unidos, en una etapa senil de su poderío
económico, haría más lento el proceso integracionista y, tambien, más trágico.
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