Es un lugar común la utilización de los términos “derecha” e
“izquierda” cuando analizamos el espectro de una situación política. Creo que
es más apropiada la terminología que utilizan los españoles que hablan de
“derechas” e “izquierdas”, porque son muchos los matices en ambos grupos e
incluso diferencias radicales.
Para encontrar el origen de estas denominaciones, hay que ir
a la Revolución Francesa. En el hemiciclo de la Asamblea Legislativa, órgano
creado por la Constitución de 1791, las
bancas de la derecha eran ocupadas por la gran burguesía y las de la izquierda
por la pequeña burguesía que no se conformaba con la revolución antifeudal
triunfante sino que reclamaba políticas sociales para la población explotada.
Los obreros no existían como clase, situación que se
configurará más tarde con el nacimiento y expansión de la industria fabril;
junto con los campesinos, formaban la parte más explotada de la población.
En todas las épocas, los sectores sociales explotados
–esclavos y siervos- se rebelaron contra sus opresores, pero terminaron
aplastados. Existieron escritores, de pensamiento humanista, que concibieron
sociedades utópicas pero el peso de las religiones que consideraban a la
sociedad de clases como un “orden natural”, fue un obstáculo al desarrollo de
la conciencia –guiada por la reflexión- para encontrar el camino que permitiera
la transformación social.
La consolidación del poder burgués, en el siglo XIX, y el
capitalismo industrial y comercial como su base material, significó la
transformación del sistema político, la universalización de la enseñanza
escolar para educar al ciudadano y el desarrollo científico y técnico que la
permanente modernización del aparato productivo, requería.
La reflexión política dio un gran salto porque el sistema
burgués mostró, rápidamente, que la
consigna de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, solo tenía dimensión jurídica
pero no real. La idea de justicia es tan antigua como la humanidad pero es una
idea moral, subjetiva. Las primeras organizaciones obreras, en la primera mitad
del siglo XIX, elaboraron sus doctrinas y estrategias, tomando como eje el
imperativo moral de justicia. El fracaso de estas concepciones idealistas quedó
de manifiesto en la Revolución Francesa de 1848. El resultado fue el
advenimiento de Napoleón III y la restauración del Imperio.
No obstante, en el curso de las luchas obreras de la década
de 1840, surgía otra concepción cuya tesis principal es “La historia de las
sociedades es la historia de la lucha de clases” y al abordar la sociedad
burguesa-capitalista sostenía que ésta, para desarrollarse, creaba a quienes le
darían sepultura: la clase obrera.
Carlos Marx fue su autor. La revolución, conducida por la
clase obrera, era la vía para el cambio del sistema social que debía inaugurar
una nueva época para la humanidad. Pero para alcanzar el éxito, debían darse
determinadas condiciones objetivas y subjetivas, entre ellas, la profundidad de
la crisis económica y social, la conciencia de las grandes masas, su
organización, las relaciones de fuerza entre el movimiento revolucionario y el
poder burgués, etc.
El
siglo XX conoció una revolución triunfante, guiada por el pensamiento marxista
–la Revolución Rusa de Octubre de 1917- que duró 7 décadas y finalmente se
derrumbó en 1991. El sistema capitalista, liderado por el imperialismo
norteamericano, consideró este acontecimiento como su victoria y el fin de la
historia de las revoluciones sociales.
Sin embargo, el capitalismo desarrollado, dueño de todo el
terreno y de toda regulación estatal, está inmenso en una crisis económica de
gran profundidad y su poder militar tiene dificultades para conservar sus áreas
estratégicas en el mundo, mientras emergen otras economías capitalistas
pujantes, con severa regulación estatal, y bloques que anuncian que su hegemonía
global está en una pendiente irreversible, aunque no signifique, en el corto y
mediano plazo, su desaparición.
La revolución es el único camino para un cambio del sistema
social, porque el capitalismo, por su naturaleza, es explotador, pero, como se señaló antes, son necesarias
determinadas condiciones históricas objetivas y subjetivas que solo podrán ser
alcanzadas en el largo plazo. Mientras tanto, la izquierda revolucionaria debe
moverse –si es gobierno- con una estrategia y táctica que necesariamente tiene
que tener en cuenta las limitaciones que le impone el sistema capitalista
dentro del cual se mueve.
Es un error considerar que la revolución está a la vuelta de
la esquina y que basta la voluntad política para alcanzar la victoria. Y
también es un error afirmar que, dentro del sistema capitalista no se puede
hacer nada.
Hay que tener claro que las fuerzas conservadoras solo ven
en la economía una fuente para acumular el máximo de riquezas y que todo su
discurso electoral es demagogia pura para captar incautos. La izquierda, en
cambio, puede reservar al Estado las áreas estratégicas de la economía,
limitando el control del mercado por los monopolios privados, utilizar la
política tributaria como instrumento para financiar los servicios sociales y
mejorar la distribución de la renta nacional, así como una política exterior
activa de integración continental y solidaria con todos los pueblos que luchan
contra el imperialismo. Ser de izquierda, y revolucionario hoy, es
fundamentalmente apoyar estas orientaciones, sin que ello signifique
resignación pues nadie prever lo que nos deparará la historia. Es un error de
algunos gobernantes de izquierda, buscar subterfugios para explicar políticas
del más puro cuño capitalista, como los estímulos a la inversión privada
extranjera, cuando la verdad es el mejor argumento político. Vivimos una época
en que las condiciones objetivas son tales y nuestras fuerzas son muy débiles
para cambiarlas. Esta es la verdad, lo que no implica que seamos leales a las
ideas revolucionarias y eduquemos a las nuevas generaciones en esa perspectiva.
Para seguir el mejor camino, dentro de los límites que
impone el sistema, es fundamental que su gobierno de izquierda cuente con
mayoría parlamentaria absoluta, pues de lo contrario tendría que buscar
acuerdos con el sector conservador que, en estos casos, siempre gana. Esta es la responsabilidad que tiene la
ciudadanía que cree en el progreso social al tener que realizar la opción
electoral.
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